
Ha faltado tiempo para que la izquierda paleocomunista que se disfraza de futuro con la máscara de Podemos, de Sumar o de la propia Izquierda Unida, haya vislumbrado que, en la próxima campaña electoral, hay que volver al No a la Guerra, consigna oxidada desde las marchas comunistas contra la OTAN y las bases que se sucedieron desde la Transición. ¿Lo recuerdan? OTAN, no. Bases, fuera. Hasta Raúl del Pozo, al que creíamos despierto de tantos sueños dogmáticos, ha claudicado. Sí, hay que echar a los de las guerras. A los americanos, claro (léase estadounidenses). Sólo a ellos. Y ahora, a los rearmistas europeos.
Los militares sensatos no quieren la guerra. Es natural porque, probablemente, pueden morir en ellas. Pero siempre las ha habido, las hay y, salvo mutación ética inesperada, siempre las habrá. Hace 500 años, Maquiavelo no recordaba tiempo alguno de paz en la Historia. Siempre se hizo la guerra y siempre se pensó en ella. Cuando hay momentos aparentemente pacíficos, es que se está pensando en hacerla, cosa que ocurre de forma inmediata. Así, en un bucle diabólico, hasta nadie sabe cuándo.
La guerra es horrible, pero es continua. Sólo en el siglo XX hemos vivido una Primera y una Segunda Guerra Mundiales, tremendas, generales, abrumadoras, bestiales. Pero no fueron las únicas, aunque sí las más sangrientas. Estuvo nuestra Guerra Civil, crudelísima, brutal, demasiadas veces sádica y feroz. Y luego hemos tenido la de Corea, la de Vietnam, la Fría, la del Golfo, las de Afganistán, la de Irak y la de Siria, que aún sigue.
Son las mayores, pero ha habido muchas más de las que apenas se habla. Por ejemplo, la Guerra Civil de Guatemala, que duró desde 1960 a 1996, 36 años. La de los Diez Días, entre Honduras y El Salvador. La primera del Congo, la segunda de Chechenia, la de Kargil, 1999, entre India y Pakistán. La brutal de los Balcanes de fin de siglo, la de Sudán del Sur (7 años), la de Nagorno-Karabaj, 6 años con reanimación en 2020 o la de Cenepa, entre Perú y Ecuador.
Los conflictos bélicos más activos ahora son la desatada por la invasión rusa de Ucrania (2014-2025, con períodos más o menos intensos y 200.000 muertos, se cree, por ahora). La de Sudán ya lleva 150.000 muertos en total. La llamada guerra de Gaza, recrudecida en 2023 por el asesinato y secuestro de unos 1.500 israelitas a manos de Hamás, que ya va por las 45.000 víctimas.
Pocos conocen la de Myanmar, antes Birmania, con 50.000 muertos desde 2021. Sigue la de Etiopía, con 300.000 muertes. No se olvide la de Yemen, del gobierno contra los hutíes, que cuenta ya 377.000 muertes. Continúa la guerra de Siria desde 2011, con 500.000 víctimas y que no ha terminado con la caída de Bashar al Ássad. Y tengamos presente la guerra del Sahel, en el cinturón que va de Malí a Chad, yihadistas implicados, y 30.000 muertos, a razón de 9 ó 10.000 al año. Y aún quedan muchas más por listar.
En 2024, según los datos más fiables, se han contabilizado 237.000 víctimas y para 2025, se esperan más de 700.000, con 120 millones de personas desplazadas por diferentes conflictos, Podríamos sumar más víctimas considerado otro tipo de conflictos como los de Venezuela, Nicaragua, México, Cuba o China, un régimen que ha ejecutado, según las organizaciones dedicadas a la lucha contra la pena de muerte, a decenas de miles de personas, que pueden superar las 100.000, desde el año 2000. Las ejecuciones son secreto de Estado, lo que elude toda posibilidad de transparencia.
A estas alturas resulta penoso tener que recordar que las verdaderas potencias actuales siempre están detrás de casi todas las guerras vigentes. Por ejemplo, Rusia, además de en Ucrania, está implicada en Siria, el conflicto libio, en Venezuela apoyando al tirano Nicolás Maduro, en el Cáucaso, en la República Centroafricana (grupo Wagner) y en Malí. De China podría decirse lo mismo. Y de la OTAN, otro tanto.
Todos sabemos que los del "No a la guerra", en general y sin más, son peones manejables de la izquierda, sobre todo esta anómala social-comunista, que sólo se manifiestan en contra de las guerras en las que interviene Estados Unidos, la OTAN o Israel. Nunca lo han hecho ni lo harán contra los asesinatos de ETA, de Hamás o Hezbolá, contra los ataques de Irán o contra las invasiones de Rusia o China (Tíbet).
Pero, eso sí, ha bastado que los países de esta Europa torpe y compleja hayan tomado conciencia de que su defensa militar real está en peligro para que de nuevo en las puertas de Congreso, en las camisetas de todo a un euro o en las tertulias mediáticas o donde sea, se escuche de nuevo su "No a la Guerra", así, en general, simulando un pacifismo ojituerto que sólo puede engatusar a los ignorantes, a los beatos o a los meritorios.
Yo comprendo que estamos a tiro de piedra de unas elecciones, que deberíamos exigir todos para ya mismo si tuviéramos un resto siquiera de sensibilidad democrática. Pero, hombre, seguir con estas procesiones de la Guerra Fría sin hacer un mínimo esfuerzo por adecentarlas, es demasiado cutre hasta para los devotos. "No a la Guerra", vale. Pero, ¿a qué guerras y por qué?
