
Uno de los mejores libros de Historia que he leído es el de Stephen Clark Sonámbulos. Cómo Europa fue a la guerra en 1914" (Galaxia Guttenberg). Es un estudio de la estupidez humana en la política, de cómo decenas de millones de hombres, porque fueron hombres, murieron sepultados en el barro porque unas docenas no imaginaron que pararse a pensar antes de seguir con sus rutinas diplomáticas era el único modo de evitar lo que sería la mayor matanza de la historia de la Humanidad.
Lo mismo está sucediendo con el forcejeo aparentemente mecánico entre la balanza comercial norteamericana y su deuda en manos de la China comunista. Poseído por una idea estúpida de la economía y con un cerebro que no pasa de la entrepierna, Trump ha traicionado todas las alianzas tejidas por los USA desde el final de la II Guerra Mundial (consecuencia, en buena parte, de la I y de las indemnizaciones que Francia e Inglaterra impusieron a Alemania, como anunció Keynes, por una vez acertado), se ha pasado al bando del genocida Putin en Ucrania y se ha empeñado en lo que cada año se anuncia como el Combate del siglo con China, que por ahora se salda con un empate arancelario de máximos y una incertidumbre mundial de tres meses a ver si a Trump se le ocurre algo eficaz contra Xi Jinping.
De momento, USA sólo ha demostrado que podía destruir el equilibrio que ha producido la época más prospera de la historia, pero que no tenía ningún plan alternativo. Lo mismo pasa con China: su plan es el dominio mundial, pero lleva a cuestas, como un símbolo, el peso de la deuda americana, que es demasiado para llevarlo a cuestas uno solo. Ahora están a ver quién se achica antes, será por testosterona, y lo único seguro es la inestabilidad que se dibuja en el horizonte para varios años. Aunque Trump felicitara las navidades este verano, el daño a la libertad y la prosperidad ya está hecho. Nadie puede volver a confiar en los USA como el primo de Zumosol. No porque sea bruto, que los hay buenos, sino por traidor, que son todos malos.
Se repite mucho la metáfora de dar un puñetazo en la mesa, incluso una patada al tablero, para referirse a la coz trumpiana que ha desbaratado la torpe somnolencia europea. Si la UE hubiera sacado las consecuencias de sentirse sola y con su seguridad arrendada sine die a los americanos, hubiera supuesto una bofetada salvífica. Como no ha sido capaz más que de imitar la sandez de los aranceles y aún no asume que el problema de la falta de competitividad y de capacidad exportadora de las empresas europeas tienen su origen en los atroces aranceles internos de la propia UE, producto del despotismo ecologista, la bofetada nos la hemos llevado, y la sensación de impotencia, de estar gobernados por unos sonámbulos, como los de 1914, también.
Probablemente, para la economía lo peor es la constatación de que Trump ha traído a la política internacional un perpetuo desajuste, un continuo vaivén, un lío cada día y un cambio de opinión cada rato. Si los negocios y el dinero en general necesitan, ante todo, seguridad, lo único seguro durante el tiempo que le quede en el Poder a Trump es la inseguridad.
Añádanle que dos ancianos como Donald y Xi se juegan su prestigio, o sea, su vanidad, en esa partida de póker en una sala prácticamente a oscuras, con unos equipos que, en vez de frenar los impulsos seniles de nerviosa autoafirmación, los aplauden pensando en el próximo reparto de la herencia. En los USA, probablemente más pobres; en China, indudablemente igual de esclavos.
No es posible aventurar nada, porque nada está claro en el proyecto de Trump, salvo que todo lo que pensaba sobre economía ha fracasado en sólo una semana. Lo único respetable en este traidor a todo y a todos es que también se traiciona a sí mismo de un día para otro. De rectificación en rectificación, ni los fanáticos de Vox saben qué aplaudir. ¿Protegía a su pueblo, como decía la Telesecta, al poner aranceles a voleo o lo mima al suspenderlos? ¿O ambas cosas, siempre que lo haga el Amo? En fin, esta versión antisemita del coro de esclavos de Nabucco va a tener que aprender a comunicarse con el lenguaje de signos, que aunque cambiante, hace menos ruidos.
El colofón de este espectáculo denigrante y deprimente lo ha puesto la evidencia de que el atentado relativamente fallido que sufrió en la campaña electoral ha tenido el efecto de borrar las inhibiciones sociales básicas de Trump.
Si Washington levantara la cabeza, lo ahorcaría por no respetar el decoro debido a las instituciones que crearon. Si Reagan resucitara, se aseguraría de que no se rompiese la cuerda.



