
Ay, Pedro, Pedro, qué grande eres y qué arte tienes. No cambies nunca, fenómeno, guapo, líder. De ese tenor son los mensajes que José Luis Ábalos, un servidor, un amigo, un esclavo y un siervo, le enviaba por WhatsApp a Sánchez cuando ya le había cesado de ministro de contratos. Son los textos de un pelota consumado a un trepa sin escrúpulos, de un tipo untado en aceite a otro tipo untado en saliva. Un asco.
Lejos de rechazar las acometidas escritas del correveidile, el presidente del Gobierno apreciaba las efusiones de uno de sus caídos por la gloria del sanchismo como verdaderas muestras de sincera admiración en todos los aspectos. He ahí un amigo, pensaba Pedro sobre José Luis. Que le echa de menos, llega a decirle el presidente al que fuera su brazo ejecutor frente a pages y lambanes. Claro, cómo no se iba a añorar Sánchez de Ábalos, que era de los del Peugeot. Como Cerdán. Y el chófer, Koldo. Qué tiempos.
"Buenos días, José Luis. Hace tiempo que no hablamos. Te escribo para trasladarte mi solidaridad ante los infundios que, por desgracia, estamos viendo en los medios. Un abrazo", le escribe Pedro. ¿Pero de qué infundios estamos hablando? ¿De las mascarillas o de las sobrinas? El tema se presta a los chistes fáciles.
José Luis, siempre agradecido, felicita a Sánchez por sus intervenciones en el debate del Estado de la Nación del año 22: "El Covid no me ha permitido estar presente en el debate, pero obviamente lo he seguido con detalle. Enhorabuena por tus intervenciones. La forma, el estilo, el contenido y la definición estratégica han sido sobresalientes. Y en cuanto a resultados, que es lo que importa, la recuperación de la iniciativa política, la orientación estratégica y, consecuentemente, el ánimo de la tropa se han logrado. Abrazo".
Y así todo el rato. En plan "cuelga tú, no, tú". La correspondencia telefónica de Sánchez y Ábalos publicada por El Mundo es un retrato en gran angular del sanchismo. La adulación sin límites, pornográfica y surrealista hacia un presidente del Gobierno que se considera merecedor de esos y muchos más elogios, que los acepta con absoluta naturalidad y que es incapaz de detectar la ironía de vendedor de crecepelos de Ábalos.
Ojo, que Sánchez no es un tontín al que se pueda confundir con halagos. Toda esa verborrea de Ábalos es parte del peaje para mantener la comunicación con el amado líder. El presidente es de los que cree que no hay que ahorrar en reverencias. Cada uno en su sitio. Pero sucede que ese material epistolar incluye pasajes muy dolorosos.
Por ejemplo, este mensaje de Ábalos a Sánchez preparando las últimas elecciones: "En la memoria de todos está la lucha contra la pandemia y cómo España consiguió funcionar como una empresa colectiva en la que cada uno, con el papel que le correspondía, aportó a la causa común. Los españoles lo hicimos posible a pesar de los intentos de otros para desestabilizar el país. Aquello está grabado en el imaginario colectivo y es un símbolo de lo que los españoles son capaces de hacer ante la adversidad".
Sánchez le responde entusiasmado: "Hola José Luis. Gracias por el mensaje. Creo que esta idea de socializar los avances que hemos logrado pese a las difíciles coyunturas que nos ha tocado vivir es un gran hallazgo. Así lo haré. Gran abrazo".
Ahí vamos. Hola don Pepito, hola don José. Socializar los avances... Anda, mira, como aquello de la "socialización del sufrimiento" de la ETA. Pedazo de hallazgo, sí. Esa empresa colectiva en la que se pegaron unos pelotazos de escándalo. Un símbolo de lo que los españoles son capaces de hacer. Ponerle un piso a una amiga pagando el pueblo, por ejemplo.
Lo que no se explica es cómo Pepiño todavía no le ha ofrecido un cargo a Ábalos en Acento. Y menos aún que Pedro siga en la Moncloa y José Luis en su escaño. Pimpollos.
