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El exhibicionismo de la humildad

Sólo le faltó un García Márquez que novelara su vida de estadista sin un chavo, su desordenada chacra atestada de libros y su tractor en la puerta.

Sólo le faltó un García Márquez que novelara su vida de estadista sin un chavo, su desordenada chacra atestada de libros y su tractor en la puerta.
Encuentro entre la alcaldesa de Madrid Manuela Carmen y el ex-Presidente de Uruguay JOsé Mugica en el Ayuntamiento de Madrid 11.11.16. Former Uruguayan president Jose Mujica attending a conference in Madrid 757/cordon press | Cordon Press

Los jesuitas crearon un país dentro de un Imperio. Las reducciones jesuíticas del Paraguay resultaron la única utopía exitosa de la historia. Todo aquello sucedió en los siglos XVII y XVIII en el Nuevo Mundo, en una América que no fue sino la España replicada. Durante más de ciento cincuenta años, en un vasto territorio que englobaba parte de los actuales países de Paraguay, Uruguay, Brasil, Argentina, Chile y Bolivia, los jesuitas construyeron decenas de misiones para miles de guaraníes donde se respetaron escrupulosamente las Leyes de Indias, se realizó una fusión de la cultura occidental con la nativa y se copió el sistema de concejos de Castilla para que se gobernasen a sí mismos los indios, supervisados por la pareja de sacerdotes que había en cada misión. Es curioso que el papa Francisco, tan lenguaraz y tan exhibicionista de la humildad, ni elogió aquella magna obra realizada en la América española ni quiso visitar España. No encajaba en su concepción de la evangelización.

A mediados del siglo XX, el democrático Uruguay era conocido como la Suiza de América. Sin embargo, los nublos en el cielo llegaron con el triunfo de la revolución cubana en 1959, cuando los barbudos vestidos de verde oliva que fumaban puros fomentaron la creación en Hispanoamérica de guerrillas terroristas que, a partir de un humus marxista, llevaron la revolución por el continente. Así surgieron, por ejemplo, los tupamaros en Uruguay.

Desde comienzos de los años sesenta, los tupamaros erosionan las instituciones a base de propaganda ideológica, asaltos a bancos, secuestros y, sobre todo, expansión de una atmósfera de violencia y miedo que, de manera progresiva, empujó al gobierno hacia soluciones drásticas para restablecer el orden público y yugular la espiral terrorista. Como consecuencia de ello, las fuerzas armadas y policiales desarticularon el movimiento tupamaro, pero el país devino en dictadura. El balance del terrorismo fue que la pacífica Suiza americana marchase al paso de la oca a partir de 1973.

Entre la docena de dirigentes tupamaros encarcelados por la dictadura estaba José Mujica, el cual pasó trece años en cárceles sometido a torturas y a penosas condiciones de vida hasta que, con el restablecimiento de la democracia en 1985, fue liberado.

Todo terrorismo es execrable así provenga de la diestra o de la siniestra. Camada negra o roja, qué más da el pelaje de los lobos. Sin embargo, si quien empuñó la pistola fue la extrema izquierda, la cosa cambia, pues existe una tendencia generalizada en los medios de comunicación, en el mundo universitario y en la clase política a romantizar esa etapa iniciática, a considerarla algo disculpable, incluso comprensible. Los cazadores de utopías tienen patente de corso.

José Mujica, una vez recuperada la libertad, rechazará su época de pertenencia a la guerrilla terrorista sin aportar detalles sobre sus actividades. Era su manera de emparedar el pasado. Comenzará una carrera en partidos legales de izquierda que le harán ganar popularidad y apoyo en los comicios, ofreciendo una imagen de político harto humilde, quintaesenciada en la vespa con pegatinas con la que acudía al Parlamento tras ser elegido diputado en la década de 1990, en suVolkswagen escarabajo con aura hippie y, también, en la chacra donde vivía: una modesta granja enclavada en su pequeña explotación agrícola.

En las metas volantes de su cronoescalada alcanzará el puesto de senador y ministro, y al llegar a la meta en 2010 será investido presidente. Se convierte para siempre en Pepe Mujica, "el Pepe", un gran propagandista de sí mismo a base de proferir frases grandilocuentes disfrazadas de sencillez. Al igual que hace años se puso de moda extraer versos de Tagore como píldoras poéticas de almanaque, muchas frases "del Pepe" se considerarán sapientes haikus, comprimidos de filosofía popular, una especie de decálogo mochilero de Progrelandia. Se ganará el favor de la prensa universal con publirreportajes sobre la humildad en la que vivía, pero aunque apeado del oropel de los cargos, nunca se apeó del poder. Ser presidente o senador confería influencia.

En sus cinco años como mandatario proseguirá la senda de crecimiento del país marcada por sus antecesores mediante una ortodoxa economía de mercado con buenos contactos internacionales que él, zorruno, se encargará de envolver en papel de estraza para vender la imagen de que la economía daba un giro popular. Sin embargo, su fracaso como gestor en varios campos fue inversamente proporcional a la publicística de su imagen, pues el mundo lo veía como un abuelo de lengua suelta volcado en los pobres al que la pompa le daba yuyu.

Legalizó el cultivo doméstico de marihuana y su venta para el consumo, y estableció que el Estado se encargase de las exportaciones. El mercado negro de la droga continuó y se incrementaron los delitos, pero eso sí, las dulces borrascas de maría entontecían a los jóvenes, los mantenían alienados. La falta de inversiones en carreteras y red ferroviaria avejentó las infraestructuras a cámara rápida. Él, que nada más tomar posesión como presidente resumió su leivmotiv en "¡Educación, educación, educación!", consiguió hundir el sistema educativo en los informes PISA, apenas se edificaron institutos y el índice de absentismo escolar se multiplicó, pero el sesudo Pepe dio con la clave del fiasco: las mujeres, que en vez de quedarse en casa atendiendo a sus hijos se iban a trabajar fuera.

Su ascendencia vasca —su bisabuelo hizo las Américas— le hizo simpatizar con Otegi al conocerlo en 2015, cuando visitó el País Vasco y se reunió con los candidatos de Bildu para las elecciones municipales y los asesoró. Había comunión ideológica. Sintonizaron sus corazones al igual que en las películas las bandas sincronizan los relojes.

El Pepe, como balance vital, expresó su utopismo: "Me dediqué a cambiar el mundo y no cambié un carajo". Lo cual me recuerda a Sopa de ganso, cuando Groucho Marx, después de subirse varias veces en un sidecar y quedarse parado mientras la moto arranca, dice: "Es el quinto viaje que hago hoy y no he ido a ninguna parte".

Enterado de sufrir un cáncer, tras someterse a las terapias, afrontó el final con entereza, lo cual siempre dignifica a una persona. Sólo le faltó un García Márquez que novelara su vida de estadista sin un chavo, su desordenada chacra atestada de libros y su tractor en la puerta.

Uno, que tiene sus querencias históricas, piensa en De Gaulle, que tras su epopeya personal en la Segunda Guerra Mundial salvó a Francia dos veces del colapso institucional y el atrincheramiento político, prestigió la política, modernizó y reformó el país sin aventurerismos e impulsó su crecimiento económico. Al dejar la presidencia abandonó el palacio del Elíseo y la política y se retiró a su casa de campo a vivir de manera sobria, sin periodistas metidos hasta en la sopa. No exponía su austeridad en un escaparate, a la vista de todos. No necesitaba el exhibicionismo de la humildad.

Ea. Dime de qué presumes.

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