Siete años han pasado desde que Pedro Sánchez se hiciera con el poder en España. Siete años de plagas y desgracias, de mentiras y engaños, de golpes y escándalos. La excusa de la moción de censura que le llevó al poder fue la corrupción, pero la corrupción del PP de Mariano Rajoy no era económica. Lo más corrupto del registrador de la propiedad era esa especie de pachorra bovina de lector de prensa deportiva.
Se ha corrido un tupido velo sobre el hecho de que el encargado de defender la moción fue José Luis Ábalos. Sí, el mismo Ábalos de las "sobrinas" enchufadas en empresas públicas que cobraban del Estado pero que trabajaban para el "Papito" del PSOE. El mismo tipo que encaramado a la tribuna del Congreso acusó a Rajoy de haber "hundido hasta límites insospechados la dignidad de la sede que ocupa" y que le reprochó "no haber tenido la decencia política de por lo menos dimitir". Ábalos. La mano derecha de Sánchez. La Leire del Cerdán. Con las orejas le aplaudían los que ahora dicen que no se lo esperaban.
La sentencia sobre la trama Gürtel fue el detonante de una operación que no habría sido posible sin el concurso de los separatistas catalanes y vascos, de los sucesores de ETA y de quienes en octubre del año anterior habían perpetrado un golpe de Estado en Cataluña. Sánchez era la solución de Puigdemont, de Junqueras, de Otegi, de Aitor el del tractor y de Pablo Iglesias, todos ellos especialmente interesados en que a España le fuera y le vaya mal y a los españoles, peor. Lo dicen ellos.
Total que han pasado siete años y Ábalos está en el grupo mixto, Puigdemont sigue en Waterloo e Iglesias regenta un bareto infecto. Sánchez, por su parte, no se ha movido de la Moncloa. Cuenta en el primer libro que le escribieron que lo primero que hicieron él y Begoña, Begoña y él, al llegar al palacio fue cambiar el colchón del dormitorio principal, el asignado a Rajoy y señora. Cambiar el colchón. Es un detalle no menor viniendo de alguien que habrá dormido en cientos, sino miles, de camas de hotel. Tal vez temía despertarse con un pelo de Rajoy en el velo del paladar.
Quienes hayan tenido acceso al contenido del móvil de Sánchez sabrán si ha cambiado de colchón en su domicilio habitual o sigue con el mismo con el que debutó en la Moncloa. En otro libro supuestamente autobiográfico se dice que nuestro presidente sudaba a mares durante las noches de la pandemia, que se despertaba sobresaltado y bañado en el "líquido claro y transparente que segregan las glándulas sudoríparas de la piel de los mamíferos y cuya composición química es parecida a la de la orina", según la definición de sudor de la Real Academia.
¿Cuántas noches toledanas habrá pasado Sánchez en Moncloa? En estos siete años han sucedido muchas cosas. No iba a pactar con Bildu, a Puigdemont le iba a traer de vuelta y de la oreja para que se sentara en el banquillo, nunca jamás habría indultos o amnistías y no pegaría ojo gobernando con Iglesias... Son tantos los cambios de opinión que teme uno olvidarse del último, el más importante o el más grosero.
Siete años. Caso hermano. Caso Begoña. Caso Ábalos. Caso Koldo. Caso Mascarillas. Caso fiscal general. Caso UCO. Caso Leire. Caso Bomba Lapa. Lo mismo que antes. Hay tantos que es imposible acordarse de todos. Y aquí estamos, siete años después. El Tribunal Constitucional de Conde Pumpido acaba de anunciar que la ley de amnistía es constitucional y que se notificará el fallo el próximo 26 de junio porque los denominados "progresistas" son mayoría y chimpún. A Conde Pumpido le centras una lavadora y te la convierte en un balón de gol totalmente constitucional. Siete años después y ahí vamos, con Pedro Sánchez forever. No somos conscientes de lo que son capaces de hacer por siete años más. O por doce meses.


