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Pesadilla de una noche de verano

La derecha dice que esa inclinación a la delincuencia es sólo propia del socialismo, pero los hechos contradicen la tesis.

Me sobrevino ayer. El calor se levantaba del infierno para sentarse en Sevilla y sus mártires. Se me vino a la cabeza sudada el nombre del azañista de la tierra, Manuel Chaves Nogales, que, cuando comprendió la esencia de la II República ya no esperaba más que una dictadura, la que fuera, bien la de Hunos, bien la de los Hotros. Fue entonces cuando me dormí, o cuando me desperté, que no lo sé. Ni siquiera ahora.

Miré a los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes, ya desmoronados, y me desalentó ese falso dilema sobre si dictadura o mafia. No aún la mafia del Corleone de Mario Puzo, que sepamos, sino a la pequeña, la camorrita de los partidos. La derecha dice que esa inclinación a la delincuencia es sólo propia del socialismo, pero los hechos contradicen la tesis. El sistema derivado del partidismo de la Constitución permite que todo partido haga de la mezquindad de espíritu y la selección de los peores sus armas de destrucción masivas.

De pronto, me vi a mí mismo en un púlpito sin identidad clamando por la verdad, porque, de una vez, aunque excepcional, nos enfrentáramos a la auténtica situación nacional. Estaba hermoso sin tartamudear y sin esparadrapos constrictores. La cuestión no está entre democracia o mafia, sino que todos los partidos la llevan dentro como un tumor maligno. Tampoco está entre democracia y dictadura.

Me increparon, me apedrearon, me insultaron y me persiguieron, pero mis argumentos eran sólidos como catedrales. ¿En qué se diferencia lo que los ciudadanos españoles vivimos hoy día de una dictadura? Ah, sí en que elegimos cada cuatro años, pero ¿qué elegimos y cómo? Lo que las cúpulas de los partidos deciden, en la cantidad en lo deciden y con programas confeccionados alevosamente para no ser cumplidos.

A esas alturas, estaba en un ruedo amarillo el Rajoy de la alternativa brindando en el centro, centro, centro, al respetable que no se veía, como en el documental sobre Roca Rey, mientras en el burladero Zapatero le pasaba umbríamente los trastos a Jorge Fernández Díaz, el monosabio de Galapagar reía como un poseso y los del tendido antiespañol pedían las orejas y el rabo de Felipe VI.

Llegaban noticias de otras pesadillas, las de Musk diseñadas contra Trump, caníbales de otro planeta que yo no entiendo, aunque sé que me afectan al plato de comida. Y lo de Colombia, el candidato Uribe tiroteado en la cabeza por…El que gobierna es el exterrorista Gustavo Petros, sí el mismo que el Parlamento español ovacionó puesto de pie, con el PP dentro. Pero, ni siquiera en sueños sé mucho del mundo.

Luego se me apareció la Ayuso, dirán que estoy guillado, pero sí como una virgen diciendo y haciendo lo que la mayoría de los españoles queremos que se diga y que se haga. La hipocresía del pinganillo y el sinfrenillo de la hipocresía, los dos a la basura en un santiamén. Sí, son gestos, pero qué gestos indigestos, manifiestos e indispuestos para muchos de su propio partido que prefieren ser azotados con una sonrisa en los labios, dignos de una novela de Pons a cuatromanos con Pepiño Blanco.

Luego volé hacia la aldea del Rocío donde había miles de votantes del PP y de Vox que rezaban ante la Blanca Paloma para que se pongan de acuerdo todos los que en España están, de izquierda moderada a derechas, deseosos de un programa común de regeneración de la Transición, que no es sólo de las derechas, a ver si se enteran, sino de todos los que quieren que convivir sea más habitual de delinquir.

Finalmente me encontré en la Puerta del Sol en julio de 1997, cuando un grupo de hijos de la gran puta, feroces como alimañas y absurdos como Sabino Arana, asesinaron a fuego lento a un chaval, Miguel Ángel Blanco se llamaba, al que ya no recuerda nadie por desgracia nacional. Uno de los sicarios, Kantauri, ha sido liberado por el gobierno de España ayer mismo. Ya no podía más con este delirio.

Que sí, que sí, que no se trata de democracia o mafia, ni de democracia o dictadura. ¿Y si se tratara de decidir entre una dictadura y otra? Chaves Nogales me destapaba por misericordia. ¿Y si tuviera que elegir? ¿Y si tuviera que escoger entre una dictadura sin escrúpulos, sin poder judicial digno de tal nombre, sin libertad de expresión, sin vergüenza moral y sin escrúpulos para destruir nación, continuidad e Historia y otra menos mala para mí y los míos, esto es, los que no tenemos partido, ni intereses ni maldad de espíritu?

Me han contado que fue entonces cuando me desperté. Pero les diré que no sé muy bien qué es eso de despertarse. Borges creía saberlo para librarse del enemigo. Pero yo no soy él, por suerte o por desgracia. O sea, que no sé a qué atenerme.

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