
La guerra ya abierta entre Israel e Irán, aunque por obvias razones geográficas sólo se dispute a través de ataques aéreos, sigue con los bombardeos de precisión israelíes y con los misiles iraníes lanzados contra zonas civiles.
Por el momento, si hubiera que dar un resultado del conflicto la ventaja israelí es abrumadora: para empezar, el ejército de los ayatolás ha sido descabezado de forma sistemática, se han eliminado al que era comandante en jefe de las fuerzas armadas y a su sucesor, a prácticamente el resto de la cúpula y a los personajes clave de la muy poderosa Guardia Revolucionaria.
Golpes al programa nuclear y al de misiles
Israel también ha golpeado con dureza al programa nuclear desde varios puntos de vista: primero dañando infraestructuras relacionadas con él, aunque está por ver en qué medida, dada la especial característica de estas instalaciones; y segundo, casi más importante, se ha eliminado también a algunos científicos considerados clave para culminar la obtención de las bombas. Así, según explicaba en un encuentro organizado por la asociación EIPA el mayor general retirado Giora Eiland, "si la guerra acabase ahora Irán podría haberse quedado a dos o tres años de tener la bomba". Hasta ahora, la inteligencia israelí y el consenso internacional era que estaba a semanas o meses de tener hasta quince artefactos nucleares.
Por último, en lo que al terreno militar se refiere, Israel ha castigado también de forma severa la otra gran amenaza de los ayatolás: su programa de misiles balísticos. Antes de la guerra se estimaba que en un año el régimen iraní podía conseguir acaparar unos 8.000 misiles capaces de alcanzar Israel; de hecho, ya en este momento están siendo la única herramienta capaz de golpear en territorio israelí.
Sin embargo, según afirmó en el mismo encuentro la capitán Masha Michelson, uno de los portavoces internacionales de las IDF, Israel ya habría eliminado el 30% de los misiles de los que dispone actualmente Irán. Giora Eiland añadía que también se había destruido el 30% de las plataformas de lanzamiento, que son "el verdadero cuello de botella porque da igual los misiles que tengas almacenados, al final del día tienes que lanzarlos con una lanzadera".
"Si seguimos al mismo ritmo –añadió– en una o dos semanas les habremos dejado con un número muy bajo de lanzaderas, lo que obviamente reducirá la presión sobre la población en Israel".
Además, en apenas 48 horas Israel consiguió una superioridad aérea total: los ataques empezaron lanzándose con armas de precisión desde el exterior de Irán, pero después los aviones israelíes penetran el territorio iraní a placer y hay una auténtica autopista aérea que lleva hasta el mismísimo Teherán, donde los pilotos de la Fuerza Aérea de Israel pueden hacer lo que les da la gana.
El ridículo de los ayatolás
Sin embargo, hay un daño que quizás a medio plazo sea más relevante que la destrucción concreta de armas: el hecho de que los ayatolás están haciendo un ridículo espantoso. Israel está golpeando una y otra vez infraestructuras importantes, ha descabezado a la cúpula militar, ha acabado con científicos y, por lo pronto, Irán no ha podido responder más que con misiles lanzados sobre zonas civiles que, en su gran mayoría –alrededor del 90%– son interceptados antes de tocar el suelo. Hasta ahora se suponía que el ejército iraní era uno de los más fuertes de Oriente Medio, se suponía que la Guardia Revolucionaria era un poderoso cuerpo militar, pero ninguno de los dos ha logrado evitar la caída de una bomba. De hecho, cuando escribo estas líneas y tras seis días de misiones ni uno sólo de los aviones israelíes ha sido derribado y, en cuanto a los drones, solo uno ha sido interceptado, según los datos de la IDF.
Y encima los daños causados por Irán a su enemigo son, vistos con la perspectiva necesaria, muy escasos tanto en comparación con los que está infringiendo Israel como teniendo en cuenta los más de 400 misiles que se han lanzado ya: solo han fallecido 24 personas y, aunque cada una de ellas sea sin duda una tragedia, es un número llamativamente bajo; hay algo más de 800 heridos, pero sólo ocho de ellos lo son de gravedad; y, aunque hay daños en muchos rincones del país hebreo, ninguna infraestructura esencial se ha visto afectada.
Desde esta Europa presa de una notable confusión moral, esa diferencia en la pericia militar y en la capacidad para proteger a sus ciudadanos puede hacer que se despierten simpatías por el régimen totalitario, teocrático, homófobo y misógino de los ayatolás; en Oriente Medio, donde la fuerza es el único lenguaje que entienden la mayoría de los actores, esa muestra de debilidad es letal.
¿Puede caer el régimen?
De hecho la imagen que está dando la dictadura iraní es tan lamentable que empieza a especularse con la posibilidad de que la guerra con Israel acabe propiciando el final del régimen impuesto desde que triunfase la Revolución islámica en 1979.
Obviamente, es pronto para afirmar que tal cosa es ya no probable sino incluso posible: los ayatolás han demostrado en más de una ocasión tener controlados todos los resortes del poder y una crueldad implacable a la hora de reprimir a su propio pueblo, pero no sería la primera vez en la historia que una exhibición de debilidad militar como esta acaba siendo la antesala de la caída de un régimen: que se lo pregunten a la Junta Militar de Argentina derrotada en las Malvinas, al Portugal de Salazar que se desangró en Angola o incluso a la URSS que sufrió su propio calvario en Afganistán.
Un elemento definitivo en muchos sentidos, quizá también en este, sería la entrada de Estados Unidos en la guerra, un futurible tan impredecible como lo es Donald Trump, que en los primeros momentos abogó por el diálogo sin llegar a criticar a Israel y poco después ha empezado a efectuar movimientos tan extraños como su abandono de la cumbre del G7 o amenazar a Jamenei, el líder supremo de Irán, diciendo que sabe dónde está y podría matarlo cuando quisiese.
Además, la potencia de fuego estadounidense podría arrasar Irán, pero sobre todo podría asestar un golpe mucho más duro y quirúrgico del que es capaz de proporcionar Israel: "La bomba más grande que tenemos nosotros es de una tonelada, mientras que la más grande de Estados Unidos es de 14 toneladas –explicaba Giora Eiland– es una gran diferencia entre sus habilidades y las nuestras". Una diferencia que es clave a la hora de atacar instalaciones subterráneas como Fordu, la más importante y moderna planta de enriquecimiento de uranio en Irán.
Un nuevo Oriente medio
En cualquier caso, con o sin intervención americana e incluso en el escenario más probable de que el régimen de los ayatolás perviva, esta guerra y el ciclo de conflictos que se abrieron tras el 7 de octubre están cambiando Oriente Medio de una forma radical.
Hagamos un repaso somero: Hamás prácticamente ha desaparecido, Hezbolá está tan débil que ni siquiera se ha atrevido a responder a un ataque directo de Israel a Irán, en Siria ya ha caído el régimen Bashar Al Asad y los ayatolás están más lejos de lo que creían de tener su bomba atómica.
Es un escenario completamente diferente y en el que Irán es, sin duda, el gran derrotado: ha visto a sus proxys terroristas caer hasta ser prácticamente inútiles, ha perdido un régimen títere en uno de los países más importantes de la zona y ahora ha demostrado una debilidad que lo deja sin la capacidad de intimidación que tenía hasta el momento.
Desde luego, no parece que fuese el escenario planeado por los que lanzaron la masacre del 7 de octubre. Le ha costado mucha sangre y mucho dolor, pero Israel ha prevalecido.

