
La decencia persigue de cerca a Pedro Sánchez, pero él es más rápido. Infinitamente más. No hay semana que transcurra sin dejarnos una historia de engaños y traición perpetrados por el peor presidente del peor Gobierno de nuestra democracia y más allá.
Se caen uno a uno los ladrillos podridos de su gigantesco castillo de las vanidades que ya puede visitarse casi al completo para contemplar los horrores sucedidos y pergeñados al abrigo de sus muros: esposas, hermanos, sobrinas, mordidas, engaños, robos a manos llenas, abuso de poder, prevaricación, vicio y fornicio, cohecho, malversación, fraude electoral —de momento, en unas primarias—, grabaciones, puñaladas, tráfico de influencias y la más absoluta perversión de la ley y las instituciones. Todo por el poder que nunca tuvo en las urnas.
Y como todo es poco, en esta última semana nuestro presidente ha dado la espalda, más bien una grosera patada, a la OTAN y a la Constitución. Aunque el demonio desteñido americano no sea ejemplo de nada bueno, la actitud desafiante —a escondidas, por si acaso— de Pedro Sánchez, no sólo hacia Donald Trump sino a toda la Alianza Atlántica, es tan pueril como suicida y responde a la necesidad de obtener puntos entre sus socios, los de la otra alianza, la que aniquila democracias, compuesta por comunistas, golpistas y exterroristas.
Ni OTAN ni Ley. Ni fuera ni dentro. En una semana, Sánchez ha resumido lo que significa su mandato: salirse de todo consenso, ya sea el de la necesidad de una mejor defensa común como el de la Constitución española colando una ley de Amnistía que la dinamita.
Fuera se muestra como la versión avanzada del desplante de Zapatero a la bandera estadounidense. Es el socialismo antiamericano por pura afinidad con el comunismo de siempre. Zapatero y Sánchez son Chávez y Maduro. Nos lo ha vuelto a recordar, como siempre desde el negro futuro, una venezolana como Maibort Petit en entrevista con Federico Jiménez Losantos.
Pero dentro, en casa, sucede lo mismo: Sánchez acelera y propaga el virus que inoculó su predecesor al blanquear a una banda terrorista con la que colaboró hasta ofrecer a los pistoleros teléfonos de emergencia en caso de que fueran detenidos por la Guardia Civil. Y de ETA, al separatismo golpista catalán, que también oxigenó a conciencia el ponzoñoso Bambi. El paréntesis de Mariano Rajoy no sirvió para nada porque revertir infamias requería cierto esfuerzo y, en fin, tampoco había que pasarse. Sánchez es el último eslabón conocido de ese socialismo español que quiere volver al 36 para intentar de nuevo imponer su proyecto. Jamás sería aprobado de otra manera. Conviene no tomárselo a broma.
Cándido Conde-Pumpido ha tapado un golpe de Estado con la misma mugrienta toga que cobijó a la ETA en el zapaterismo llegado tras el 11-M. Muchos se preguntan por qué lo hace, qué obtiene a cambio si ya no puede ascender más ni necesita favor alguno. La razón es que también cree en ello, en el golpe, en el cambio de régimen ilegal e ilegítimo. Él diseñó la Ley de Amnistía y él mismo la declara plenamente constitucional a sabiendas del fraude. Es el placer de la autoría, aunque signifique delito. Todo el proceso, de principio a fin, ha sido golpista y corrupto y en Europa deberían tomar nota de que uno de los socios cumple ya todos los requisitos para convertirse en un régimen despótico, incompatible con los principios democráticos de la Unión. Una dictadura no deja de serlo porque a unos cuantos les resulte simpática y rentable.
Nunca hay que olvidar que a los golpistas de octubre les brindó apoyo y hasta les prometió ayuda militar el padrino Vladimir Putin. Qué buen pagador el presidente español al negarse a llegar al 5 por ciento del PIB para hacer frente a amenazas como la de Rusia, amiga de Puigdemont y Junqueras, o la de Irán, amiga y patrocinadora de Podemos y de todo terrorista que se precie.
Los golpistas seguirán golpeando y cometerán una y otra vez lo que ya no es delito porque el Tribunal de Cándido no sólo te quita los pecados sino que los convierte en virtud. Así no hay posible reincidencia, sólo tesón patriótico. Seguirán, una y mil veces, y todo lo que ceda el Gobierno será poco.
Extramuros, el escocido mazorco americano achinó los ojos y puso boca de pato como si Clint Eastwood chupara un limón: ¿Spain? Mientras no confunda Siria con Soria cuando juguetea con la maquinita de los misiles balísticos y arancelarios podemos estar tranquilos. A los ayatolas hay que darles duro y que la civilización persa surja renovada con sus universidades, pero ya sólo nos faltaba Pedro Sánchez haciendo de escudo anti-Trump para que nos odie el mundo entero salvo aquellos a los que deberíamos odiar nosotros. Y eso que dicen que nuestro figurín se arruga cuando detecta la presencia del macarra neoyorquino. Lo mismo le ocurre en casa: iba a traer a Puigdemont de las orejas y está a punto de ir a buscarlo en el Peugeot. Encima cobarde.
Dice Felipe González que ya no votará más a Sánchez. Al menos de entrada, suponemos.
Qué terrible maldición nos ha caído.


