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Adriana Lastra

Lo de las denuncias contra Paco Salazar, que debía de ser un secreto a voces, tiene la inequívoca firma de Adriana Lastra.

Lo de las denuncias contra Paco Salazar, que debía de ser un secreto a voces, tiene la inequívoca firma de Adriana Lastra.
La ex vicesecretaria general del PSOE, Adriana Lastra, a su llegada a la sede del PSOE en la madrileña calle de Ferraz. | EFE

Los repetidores mediáticos del PSOE destacan la unanimidad del Comité Federal en su apoyo a Sánchez con la única excepción de Page. Sin embargo, no hay que olvidar que el 99,7 por ciento de sus miembros ponen hoy la mano en el fuego por cualquier compañero y mañana le retiran el saludo, lo borran de las fotografías, como Lenin hizo con Trotsky, y dejan de llamarle por su nombre.

Para hacerse cargo de la sucesión de Cerdán, Sánchez designó a dos mujeres y a dos hombres más uno. Torró pondría la imagen, mientras el secretario de facto sería Paco Salazar, auxiliado por Borja Cabezón con la ayuda en la sombra de Antonio Hernando a través de su mujer, Anabel Mateos. Fue nombrarlos, y a Paco le salieron denuncias por acoso como cerezas enredadas unas con otras. Y a Antonio Hernando le han cortado la mano con la que se proponía ejercer su influencia publicando la noticia de que, en un inmueble propiedad de su esposa, fue descubierto un laboratorio, dirigido por su padre, dedicado a la elaboración clandestina de labores del tabaco. Así pues, de los cinco, tres están ya achicharrados. Y no ha pasado una semana. Lo del laboratorio de tabaco era sabido y lo único que ha ocurrido es que se ha difundido ahora. Pero, lo de las denuncias contra Paco Salazar, que debía de ser un secreto a voces, tiene la inequívoca firma de Adriana Lastra. Y con independencia de los comprensibles deseos de venganza de la asturiana por el menosprecio padecido a manos de Cerdán, íntimo de Salazar, es evidente la fría intención de derribar a Sánchez.

La Secretaría de Organización es la que impone disciplina en el partido, algo muy necesario cuando a su frente hay un secretario general que pone por encima de los intereses de la entidad los suyos propios. Por eso, Sánchez necesitaba a Salazar como hombre de confianza allí a pesar de lo indefendible que es que sustituya al corrupto uno de los suyos. Al pillarle a nombramiento hecho, no ha sido posible buscar a otro. Como consecuencia, quien iba a ser sólo la cara de la secretaría es ahora la jefa real. Y encima, el tercer hombre que iba a vigilar el corral, Antonio Hernando, también de confianza al haber compartido con Sánchez las ventajas de ser chico de Pepiño Blanco, no va a poder hacerlo al haber sido desacreditado el instrumento a través del cual iba a hacerlo, su mujer. (Por cierto, ya es notable que dos de los guapos que apadrinaba Blanco se casaran, uno con la hija de un empresario dedicado a la prostitución masculina y el otro con la de un contrabandista). La pregunta que queda es si Borja Cabezón, de la siguiente generación de los Pepiño Blanco boys, tiene el vigor y goza del respeto necesarios para imponer la disciplina en los términos que interesa a Sánchez. Y siempre que Torró le deje.

Una última pregunta es la de si es creíble que una gestora de reputación renuncie a una secretaría de Estado para, sin experiencia, meterse en un avispero en el que encima iba a mandar otro. Salvo que aceptara sabiendo que el fontanero que le iban a pegar a las faldas iba a ser fulminado quedando ella libre de tutelas y tutías. ¿Una maniobra de Lastra? Ya explicó Churchill a un recién llegado a la Cámara de los Comunes que enfrente estaban los caballeros de la oposición y que era en sus propios bancos donde se sentaban los enemigos reales.

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