La profesión política
En política hacen falta personas con pasado demostrable, formación documentada y dedicación sincera que sepan rodearse de experiencia en todos los campos: desde la más erudita y experta hasta la que puedan aportar jóvenes, licenciados o no.
Desde que Albert Rivera dejó caer en el Congreso de los Diputados que la tesis doctoral de Pedro Sánchez era un fraude esférico, los títulos de los políticos han sido noticia más veces de lo deseable. El caso de Noelia Núñez, resuelto con prontitud, aviva el debate.
Tengo grabada desde niño la imagen de un libro que había en una estantería de casa y que siempre me llamó la atención. Era de finales de los 70, tenía cubierta dura y amarilla y se titulaba nada menos que: Todos los estudios y carreras que su hijo (o usted mismo) puede realizar. Como para olvidarlo. Y claro, estaba dirigido a los padres. Para contener "todos los estudios" el libro no era muy voluminoso, pero allí aparecían los mejores itinerarios para los futuros profesionales: licenciaturas, diplomaturas, formación profesional, escuelas oficiales y cursos de adaptación que trataban de dar respuesta a la inquietud sobre el porvenir. Prepararlo no siempre exigía llegar al nivel superior sino formarse profesionalmente y, aunque sea una expresión en desuso, conocer un oficio. No entremos ya en el esquema de maestría y aprendizaje porque la figura del becario actual, no por su culpa, ha echado por tierra hasta el sentido común.
Hoy ese libro que tanto me sorprendió no alcanzaría con sus páginas más que a detallar sucintamente alguna especialización sobre una carrerita corta. Porque hoy la lista de disciplinas sujetas a título universitario sumada a los masters, postgrados y cursos varios tiende a infinito. ¡Si cada provincia, incluso cada ciudad con apariencia de capital, quiere una universidad!
¿Se exige un título o un nivel determinado de estudios para ser político? No. Un cirujano no tiene permiso para operar sin acreditar sus estudios, las prácticas preceptivas y su número de colegiado. Un ingeniero no puede firmar el proyecto de una presa o un puente sin demostrar que es ingeniero colegiado bajo los estándares que rijan en el país en el que ejerce. Y así podríamos seguir con los arquitectos, los abogados, los jueces, los notarios, los registradores… ¿los catedráticos? Bueno, aquí las rémoras, algunas ilustres, parasitan cargos inexistentes cercanos y se rodean de un halo académico más falso que un Rolex de paseo marítimo.
Pero, al grano: para ejercer de político, que unas veces significa mucho y otras, nada, no hace falta credencial académica alguna.
Hace un par de décadas resultaba más habitual que ingenieros, médicos o abogados ejercientes terminaran interesándose por la política y, tras unos años ejerciéndola, volvieran a su ámbito profesional. Pero el control sobre la vida privada y el patrimonio de las personas que se acercan a la política ha terminado por disuadir a personas brillantes que no están dispuestas a que un pelagatos que termina viviendo como un rajá les reproche un determinado estatus ganado a pulso como argumento de confrontación política. Por lo visto es mejor llegar sin nada y salir forrado. Así nos va.
Cerrada la vía del profesional en la política llegamos a la figura del político profesional. El principal problema de esta vocación es que empiece casi en la adolescencia y se asocie de inmediato a entidades de "nuevas generaciones" o "juventudes", según el sesgo. La formación política no se obtiene fichando en la sede de un partido a los 18 años. Eso puede ser, como mucho, militancia. Pero detener ahí la vocación política sólo genera problemas para el partido y para la persona que cae en sus redes y queda atrapada sin posibilidad de mejora.
Claro que hacen falta políticos profesionales, pero siempre con pasado demostrable y formación real, la que sea. La sede de un partido no puede ser una incubadora: salen sin alma.
Oficios reales para políticas reales
Ninguno de los títulos inacabados de Noelia Núñez era necesario para que desarrollara su función de atraer votantes jóvenes a la órbita del PP. Según parece lo conseguía con bastante éxito, pero la necesidad de apariencia ha dado al traste con su necesaria dedicación. Eso sí, la propia Noelia y el PP han sido rápidos y ejemplares en la reacción. Un error garrafal también puede acabar en virtud.
¿Por qué no busca el PP, y cualquier partido, colaboradores, simpatizantes, militantes y hasta futuros mandos que sepan lo que es trabajar por cuenta ajena o autónoma, incluso con empleados a su cargo y que conozcan la realidad de un oficio y sus auténticas necesidades sociales? Sólo así sabrán contestar sin titubeos a la propaganda establecida que dice que abaratar el despido, bajar el SMI o reducir los costes sociales son cosas de empresarios desalmados que adornan las paredes de sus pabellones de caza con pieles de trabajadores deshidratados.
Sólo conociendo un oficio, sin necesidad de triples titulaciones rimbombantes, un joven con ideas claras conectará con otros que están pasando penurias tras cada nómina mordida por las mandíbulas del bienestar del Estado. El liberalismo, enseñado con hechos, conquistaría a muchos más jóvenes de lo que se imaginan los políticos que se dicen liberales.
Un electricista, un fontanero, un soldador, un mecánico o un cocinero necesitan una formación específica para desarrollar bien su trabajo y, además no dejarán de aprender sobre nuevas herramientas, materiales y procedimientos si es que quieren ser competitivos, otro pecado imperdonable para los que creen que competir es matar al contrario. Y, por supuesto, esos profesionales pueden tener inquietudes políticas que no incluyan el deseo de llegar a la Moncloa. ¿Por qué no pescan los partidos en esos ríos en vez de adornar nombres propios con títulos innecesarios y abstractos? ¿Por qué no lo hace el PP, tanto que quiere conquistar otras sensibilidades? La vocación política no tiene necesariamente que acabar con una cartera ministerial.
Esta es una de las misiones del organizador de un partido: dotarlo de bases sociales sólidas que existan en la sociedad, no que se limiten a reproducirla virtualmente, o sea, a imitarla sin más.
Otra lección que vuelve a salir a la luz a cuenta de los títulos es la hipocresía de la izquierda. Óscar Puente, el pelota oficial de Sánchez que tiene el poder indiscutible de detener los trenes de toda España, va a necesitar tiempo para explicar su Máster en Dirección Política emitido por la Fundación Jaime Vera… o sea, por el mismísimo PSOE. Es, como mucho, un curso interno sin homologación alguna. Patxi López, el calimero socialista vasco que suele exhibir su cortedad en cada enojada e indocumentada frase, quiso ser ingeniero pero la cosa quedó en un mero deseo. La doctora Cristina Narbona tampoco era tal y ya lo ha corregido a toda prisa dejando el asunto en "licenciada en Economía". Seguro que estaba entre sus metas doctorarse, pero los quehaceres políticos no se lo permitieron. Cuánta frustración.
Pilar Bernabé, delegada del Gobierno en la Comunidad Valenciana, presumió de una doble titulación en Filología Hispánica y Comunicación Audiovisual por la Universitat de València en la que, según parece, sigue matriculada. Por lo visto fue "un error" que subsanó el PSOE: lo puso en la web del partido y luego lo quitó. Quizá llegue el día de la graduación y Pilar lance jubilosa su birrete al aire. Gaudeamus igitur/iuvenes dum sumus. (Alegrémonos pues/mientras seamos jóvenes). Sin prisas…
Carmen Montón dimitió en 2018 como ministra de Sanidad después de que la Universidad Rey Juan Carlos sacara a la luz un buen lío en las notas de su máster sobre Estudios Interdisciplinares de Género, que cualquiera sabe en qué consiste. Para compensar, sigue siendo embajadora española, y cobrando, ante la Organización de Estados Americanos.
Se puede ser un buen político sin necesidad de acumular títulos universitarios y se puede ser un delincuente sin escrúpulos con menciones universitarias timbradas en medio mundo. Lo malo es mentir y servir para poco o nada. Peor que mentir es acusar al prójimo de los pecados propios. Y el colmo de los males, ser un analfabeto con ínfulas como tantos que pueblan nuestra arena de lo público.
En política hacen falta personas con pasado demostrable, formación documentada y dedicación sincera que sepan rodearse de experiencia en todos los campos: desde la más erudita y experta hasta la que puedan aportar jóvenes, licenciados o no, presentes en cada realidad social necesitada de gestión pública. Sólo de esta forma el ciudadano, joven o maduro, sabrá si el partido que le pide el voto conoce de veras sus problemas. La profesión de político necesita verdaderas vocaciones. O sea, más sacrificio personal.
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