Un pasito más hacia la radicalización
La oleada de tik toks de gente bailando de alegría por el asesinato de Kirk es algo que el votante republicano medio no va a olvidar fácilmente.
A veces todo sucede demasiado rápido. La ejecución de Charlie Kirk se produjo 72 horas después de que emergiera la grabación del asesinato de Iryna Zarutska y apenas 24 horas después de que se hiciera viral. Los crímenes no tienen nada en común salvo dos cosas: una, la existencia de vídeos atrozmente explícitos, y la otra, el empujón que le han dado a una sociedad cada vez más polarizada.
A Iryna Zarutska, veintitrés años, refugiada ucraniana, blanca como el papel, la asesinó un hombre negro en el metro de Charlotte, Carolina del Norte. El vídeo, cuyo visionado recomiendo evitar por todos los medios conocidos, muestra a una joven atenazada por el terror tras una agresión sin sentido, y cómo durante un minuto y cuarenta y cinco segundos de reloj después de la agresión, la chica, frágil y conmocionada se desangra sin que el resto de pasajeros del vagón se atrevan siquiera a acercarse a ella. En ese tiempo, el asesino se levanta tranquilamente y se marcha, murmurando lo que parece sonar como "I got the white girl". Decarlos Brown, el asesino, tenía una docena larga de antecedentes penales, pero estaba en la calle, liberado de la cárcel por una juez negra. El crimen sucedió en agosto, pero no se habló de él hasta que apareció el espantoso vídeo del homicidio. Los medios generalistas tardaron dos días más en empezar a hablar del tema y cuando lo hicieron fue exclusivamente para denunciar que la derecha estaba usando el vídeo para su agenda.
Estados Unidos es un país que vivió meses de disturbios gravísimos con docenas de muertos y miles de millones de dólares en daños por la muerte a manos del abuso policial de un ex convicto con serios problemas de adicción a las drogas, y hay una parte de la sociedad que está empezando a hacerse preguntas en voz alta. Los negros suponen el 13% de la población, pero cometen el 60% de los homicidios; la tasa de homicidios de Estados Unidos es similar a la de Rusia o Zimbabue, pero si descontamos a la población negra, queda igual que la de Canadá. La población afroamericana, por su parte, tiene una tasa de homicidios superior a la de Brasil y equivalente a la de México. Esto no es racismo, esto son datos. Pero la mera exposición de estos datos se considera racista, igual que en España la mera pretensión de debatir sobre la relación entre inmigración legal e ilegal y determinados tipos de delitos es xenofobia.
Justo cuando esa discusión estaba empezando a despegar, alguien, un chico de 22 años según la última información disponible, disparó al activista conservador Charlie Kirk durante un evento en una universidad de Utah. Un vídeo grabado desde la primera fila del acto muestra cosas que nadie sin preparación psicológica debería ver, pero las redes sociales son lo que son y millones de internautas lo vieron. Pero no sólo vieron eso. También presenciaron la absoluta explosión de euforia de cientos de miles, o millones de personas en redes sociales celebrando jubilosas la muerte de un hombre de 31 años en un atentado terrorista. Un hombre cuyo delito único es ser desacomplejadamente cristiano y de derechas y debatir sistemáticamente y de forma respetuosa con estudiantes universitarios de ideologías opuestas a la suya.
En un grupo suficientemente grande de gente es muy fácil encontrar un número casi ilimitado de gilipollas. En Estados Unidos el establishment demócrata se comportó con la altura de miras, decencia y sensibilidad que se esperan de ellos. Mucho mejor, de hecho, que el Partido Republicano en otras ocasiones similares. Pero la oleada de tik toks de gente bailando de alegría por el asesinato de Kirk es algo que el votante republicano medio no va a olvidar fácilmente. Algunos internautas, para justificar su odio, empezaron a compartir vídeos de Kirk omitiendo el contexto para que pareciera que decía exactamente lo contrario de lo que afirmaba. Le acusaron así de querer apedrear a los homosexuales, de afirmar que los negros estaban mejor como esclavos y de otra serie de barrabasadas, todas ellas mentira. Bien, pues fue esa, exactamente esa, la versión que dieron los medios españoles sobre el asesinato. El ex eurodiputado Ignasi Guardans se pasó toda la mañana del día después del atentado terrorista difundiendo bulos sobre la víctima, bulos que los propios vídeos que él colgaba desmentían. Fue a él al que llamaron para comentar, claro, aunque me apuesto un café y un pincho de tortilla a que no había escuchado hablar de Charlie Kirk hasta que le pegaron un tiro en el cuello. Eso sí, el nieto de Cambó tenía claro que Kirk era un "fascista despreciable". Recordemos: estaba hablando de un hombre de 31 años recién asesinado en un atentado terrorista. Allí estaba también esparciendo literales embustes sobre un muerto Sara Canals, la corresponsal en Washington D.C. de la SER y que trabaja también para Mediaset, y por tanto suministra la información de Estados Unidos a los espectadores de Cuatro y Telecinco. Ese es el nivel de la información que recibe el españolito medio, que generalmente y de forma sensata decide no matricularse en las redes sociales. No es muy diferente en Atresmedia, por cierto, donde el "experto" que llevan a opinar sobre Estados Unidos es un charlatán ignorante como Guillermo Fesser.
No creo que el Partido Republicano, con Trump al frente, esté como para exigir a nadie que baje el tono, teniendo en cuenta la retórica incendiaria que manejan desde hace una década. No hace ni cinco años del asalto al Capitolio, al fin y al cabo, y el comportamiento estándar del magnate es el de un mandril puesto de esteroides. Pero son las bases demócratas las que han elevado a la categoría de icono pop a Luigi Mangione, acusado de asesinar al director de una compañía sanitaria, por poner un único ejemplo. La sensación de que se avecina una tormenta de proporciones bíblicas, ese zeitgeist oscuro que acecha casi todas las informaciones desde la pandemia, no hace más que empeorar, y especialmente en EEUU, cabeza, todavía, del mundo civilizado. El riesgo de entrar en una espiral de violencia política es cada vez más alto, en un país con más armas que personas.
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