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El juicio de papel de BG

Antonio Camacho, dentro de su torpeza, ha entendido desde el principio que su cliente es Sánchez y no Begoña Gómez.

Antonio Camacho, dentro de su torpeza, ha entendido desde el principio que su cliente es Sánchez y no Begoña Gómez.
Begoña Gómez pide a la Audiencia de Madrid cambiar la decisión de llevarla a un jurado popular | EFE

Hace tiempo que, en España, se dedica a la política lo peor de cada casa. Cuando en el currículo de un abogado, un arquitecto, un médico o un ingeniero se halla como parte sobresaliente de su biografía el haber ocupado tal o cual alto cargo, especialmente si es el de ministro, su vida tras su paso por la Administración será un infierno porque no habrá quien, a sabiendas del pasado del profesional, querrá ponerse en sus manos. ¿Quién se dejaría operar por Mónica García sin haber rezado antes unas cuantas jaculatorias y varias novenas? Son muchos los políticos que se dicen abogados y francamente, la mayoría no son aconsejables ni para defender un pleito contra la propia comunidad de vecinos. Es increíble, por tanto, que el presidente del Gobierno se haya dejado aconsejar por Zapatero y haya contratado a un incapaz como Antonio Camacho para defender a su amantísima esposa. Es verdad que el jurisconsulto disfruta del lustre que da el ser fiscal. Y, sin embargo, no ha podido llevar la defensa de la pobre Begoña Gómez de manera más torpe.

El caso es que, al político idiota, que lo son casi todos, le pasa lo que al propietario de un martillo, que todos los problemas se le figuran clavos. Y lo que intenta siempre es convertir un proceso, mucho más si es penal, en un debate político. Es cierto que, si efectivamente la infeliz es juzgada por un jurado, cabe que sus miembros se dejen influenciar por consideraciones políticas. Pero el jurista debería saber que el juez no va a consentir que el juicio se convierta en un circo y que las esposas de los anteriores presidentes del Gobierno se vean acusadas de haber cometido el mismo delito que Begoña Gómez sin haber sido consideradas oficialmente como investigadas. Encima, salvo en el caso de Rajoy y siempre que, de haberse cometido, sean suficientemente graves, todos los posibles delitos estarían prescritos. Y, por último, no hay el más mínimo indicio de que el comportamiento de estas señoras haya sido ni parecido al de Gómez.

La cuestión, y es algo que la pichona, por muy pichona que sea, debería saber, es que a su esposo el juicio que le importa no es el legal, sino el de papel. Si, por ejemplo, a Begoña Gómez la condenan por malversación y El País, La Sexta, RTVE y el coro de periodistas unánimes que cantan los loores del Gobierno consiguen transmitir a la parroquia que a la esposa de Sánchez la condenan por haber hecho lo mismo que hicieron todas sus antecesoras impunemente, para el presidente, el resultado será aceptable. Porque Antonio Camacho, dentro de su torpeza, ha entendido desde el principio que su cliente es Sánchez y no Begoña Gómez. A ella, el jurado puede condenarla a morir en el circo enfrentada a los leones siempre que el señorito pueda seguir tocando con su lira las obras compuestas por su hermano mientras el país se desmorona preso de las llamas.

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