El presidente del gobierno valenciano presentó ayer su renuncia tras un año de continua presión política por el desastre de la DANA de 2024, que arrasó parte de la provincia de Valencia llevándose por delante 229 vidas humanas. La salida de Carlos Mazón de la presidencia de la Generalidad Valenciana abre el correspondiente proceso político en el parlamento autonómico y deja en manos de Vox el nombre del sustituto o, en su caso, la convocatoria de elecciones anticipadas.
Tras más de un año aferrado al cargo en contra de su propio partido, Mazón ha decidido irse en el momento más inoportuno y sin tener cerrado un acuerdo para iniciar un tranquilo proceso de transición. La improvisación habitual del ya ex presidente, puesta de manifiesto de manera especialmente gráfica durante la tragedia, coloca al PP valenciano en una encrucijada innecesaria, obligado a transigir con las exigencias de Vox o a decretar un adelanto electoral.
Mazón no debería haberse marchado sin tener atado su relevo, una cuestión elemental que pone de relieve, nuevamente, el amateurismo de un personaje incapaz de estar a la altura de las circunstancias, ni siquiera en el momento de su adiós. El presidente valenciano se marcha, además, en un momento especialmente inoportuno, desviando el foco de atención de los problemas del Fiscal General del sanchismo que, mientras Mazón largaba su discurso exculpatorio, estaba declarando como imputado en el Tribunal Supremo por primera vez en nuestra historia democrática. De paso, Mazón entrega a la izquierda su cabeza en bandeja de plata, vencido por la presión de los insultos que recibió en un acto convocado, precisamente, para humillarlo, acusándolo de ser el único responsable de los muertos de la riada.
La dimisión extemporánea de Carlos Mazón pone en un brete a Alberto Núñez Feijóo, que ha quedado en este asunto como un líder incapaz de poner orden en sus filas y hacer del PP un partido solvente, gestionado con criterios de unidad. Ni lo obligó a dimitir cuando tocaba ni ha participado en una decisión que, lejos de cerrar una herida, brinda a la izquierda la posibilidad de recuperar el poder en la Comunidad Valenciana de manera prácticamente gratuita. La estrategia de dejar a las baronías actuar en libertad en sus territorios evita muchos conflictos a la dirección de cualquier partido, pero dificulta también la posibilidad de que las decisiones locales se adopten con cierta visión nacional.
Carlos Mazón ha hecho un daño al Partido Popular que sus dirigentes comprobarán con toda su crudeza cuando los valencianos acudan nuevamente a las urnas, eventualidad que podría producirse en poco más de dos meses. Primero, aferrándose al cargo cuando su dimisión era un clamor ciudadano y, ahora, entregando a Vox y al PSOE la iniciativa política de un proceso acelerado que tendrá también una enorme repercusión de cara a las futuras elecciones generales.

