
Los jueces y abogados "implicados" en el juicio contra el fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, se despertaron el domingo con la cabeza de un caballo en la cama, la entrevista de Pedro Sánchez en El País cuyo principal titular era este: "El fiscal general es inocente, y más aún tras lo visto en el juicio". De modo que el presidente del Gobierno, en calidad de juez supremo, ha declarado no culpable a García Ortiz, su fiscal general, un individuo que ha degradado hasta tal extremo el cargo que se presenta disfrazado de fiscal cuando es el acusado. Tampoco se sienta en el banquillo. Es lo nunca visto.
Igual que lo de Sánchez. Si Trump hubiera proferido una barbaridad de tal calibre nos parecería la confirmación definitiva de que está absolutamente pirado y le importan una higa la separación de poderes, los derechos, las libertades, las leyes y demás rasgos de las democracias más o menos normales. Pero como lo ha dicho Pedro, pues seguimos para bingo.
Los fiscales que no son como García Ortiz están abochornados. Le han tenido que recordar al presidente del Gobierno que la función de juzgar corresponde al Tribunal Supremo. "Pretender usurpar esas funciones no se compadece con los principios constitucionales que rigen el Estado de Derecho y solo pretenden presionar y deslegitimar a los tribunales. Las instituciones y quienes las dirigen deben respetarse entre sí y respetar a los ciudadanos a los que se deben", dice un comunicado emitido por la mayoritaria Asociación de Fiscales. Todavía se debe estar carcajeando el excelentísimo señor ante la inocencia de esos fiscales.
Sánchez ha dictado sentencia y si el fiscal general es inocente, su señora y su hermano, también. Hasta Santos Cerdán a este paso va a ser inocente. ¿Y eso? Porque lo dice él, que como representa al Poder Ejecutivo ejecuta lo que le da la gana y como le da la gana. Pensábamos que en cuestión de desprecio por las leyes, los jueces, la Constitución y la democracia lo habíamos visto todo con el separatismo catalán, pero Sánchez deja a Puigdemont a la altura del betún.
¿Y qué hará Pedro Sánchez en caso de que García Ortiz resulte condenado? No contempla tal hipótesis, no cabe en su cabeza y no cree que se atrevan a desairarle. El suyo es un alarde de autoritarismo sin precedentes en democracia. El caso por el que se juzga a García Ortiz es el de la obsesión de Pedro Sánchez con Isabel Díaz Ayuso, lo que le llevó a remover Roma con Santiago para que se supiera que la pareja de la presidenta de Madrid tenía un pufo con Hacienda.
El yerno de Sabiniano, el esposo de la "catedrática", el hermano del compositor de "La danza de las chirimoyas", el jefe de Santos Cerdán, de José Luis Ábalos y de Koldo García creía haber encontrado el punto débil de Ayuso y se cebó tanto que achicharró a su fiscal general. Suyo, sí, porque Sánchez pasará a la historia por frases tan democráticas como esta: "¿La fiscalía de quién depende? Pues ya está".
Así que lo que Sánchez proclama es su propia inocencia, que es la obligación de cualquier culpable que se precie. Él es quien debería estar sentado en el banquillo por haber puesto el Estado a su servicio en una cacería política contra Díaz Ayuso que ha superado todos los límites legales, políticos y morales. García Ortiz es un peón sin importancia para Sánchez. Seguro que en la carrera fiscal habrá alguien dispuesto a caer aún más bajo porque siempre hay alguien dispuesto a caer más bajo alrededor de Pedro Sánchez.
