
Cada paso de Pedro Sánchez por el Congreso –y también el del Senado de hace un par de semanas– me sorprende: de verdad que todas las veces pienso que no se puede caer más bajo y, en todas ellas sin excepción el presidente del Gobierno y la realidad me despiertan de un bofetón haciéndome ver que sí se puede, como decían los que han pasado de luchar contra la casta a querer "reventar a la derecha" sin votos ni escaños, pero desde el chalé y el colegio privado.
Mientras en el Supremo se está juzgando a su fiscal general, mientras sus secretarios de organización están uno en la cárcel y otro a punto de ser juzgado; mientras su hermano y su mujer esperan impacientemente su turno para el banquillo; mientras su frágil mayoría parlamentaria es ya cosa del pasado, Pedro Sánchez ha pasado por el Parlamento como si tal cosa, tan pichi, como se dice ahora.
¿Problemas? Yo estoy bien, le ha faltado decir.
Una vez más, Sánchez ha subido a la tribuna para hacer oposición a la oposición, que si Ayuso esto, que si Juanma Moreno lo otro,que si Mazón y Mazón y más Mazón, que si Rajoy, Aznar… remontándose en la historia le ha faltado criticar a Recaredo y lamentar el III Concilio de Toledo, unos fachas esos visigodos.
Pero por mucho que la ración de chulería, de mentiras y de indecencia haya sido mayúscula, no dejan de ser los platos acostumbrados, a mí lo que me ha sorprendido este miércoles es la sensación de que de tanto negar la realidad, Sánchez ha empezado a no reconocerla.
Se lo ha dicho Miriam Nogueras que ha tenido dos intervenciones en las que ha pasado al presidente a cuchillo dialéctico: "No ha entendido nada de lo que le he dicho, pero no se preocupe, el tiempo le hará entender". Y es que Sánchez parece creer, o querer hacernos creer, que todo sigue igual, que la legislatura avanza con pequeños problemas pero sin mayores sustos, mientras que lo cierto es que todo se está desintegrando a su alrededor.
Si Junts cumple su palabra –y sigo creyendo que la cumplirá y me parece que ya no soy el único– esta legislatura está muerta. Es una muerta viviente, sí, pero eso no quiere decir que no sea un cadáver.
El muerto –político, claro– parece vivo y se presenta jacarandoso en la tribuna del Congreso, con ganas de pelea, pero es cuestión de tiempo que se despierte del sueño post mortem y, como Bruce Willis en la famosa película, cualquier día de estos se dará cuenta de que es un cadáver.
"En ocasiones veo muertos", decía el chavalín en aquella escena mítica; hoy hemos visto uno rondar por la Carrera de San Jerónimo. Eso sí, anden con cuidado que este ya ha salido de la tumba más veces.

