
Quien haya visto el aquelarre que montó Susana Griso en Espejo Público contra el libro de Soto Ivars, en el que fue atacado por varias mujeres en nombre del feminismo, habrá percibido, siquiera de forma inconsciente, al emperador desnudo: no hay hoy en España en eso que llamamos política y opinión publicada nadie que defienda el feminismo con argumentos objetivos y desde una postura racional. Al haberse convertido en una ideología transversal en las élites ha podido ignorar durante décadas a sus críticos sin perder poder ni influencia, perdiendo en el proceso la capacidad de responder a la razón con la razón, porque las apisonadoras no acostumbran a preguntarse por qué aplastan aquello que pisan.
En la misma introducción de su libro Esto no existe, Soto Ivars explica que está "escrito a partir de información veraz y contrastada que los defensores del fármaco tildarán de 'negacionismo'". Y a eso se dedicaron, a falta de argumentos racionales y sin por supuesto haberse leído siquiera el libro, las inquisidoras que seleccionó Griso para crucificar a su colaborador: Carolina Pulido, exconcejal de Más Madrid, consultora de género y "experta en masculinidades"; Susana Díaz, la política que llevó a su colapso el régimen de corrupción institucionalizada del PSOE en Andalucía; y Ana Monzón, una socióloga "especializada en violencia de género".
Estas tres mujeres, dos de las cuales viven directamente de la industria del género, no se habían leído el libro. Alguna, de hecho, declaraba abiertamente su intención de no hacerlo jamás. Todas ellas recurrieron a los mismos tres grandes grupos de argumentos. Primero, la falacia del hombre de paja, consistente en inventarse lo que dice el otro para rebatir eso y no lo que realmente dice. Segundo, el recurso a lo emocional. ¿Pero es que nadie va a pensar en las mujeres que mueren? Y tercero, el insulto personal. Negacionista, mentiroso, pones en riesgo la vida de las mujeres. Y eso fue todo.
"¿Por qué no pones el foco en el problema real?", le exigía Pulido, desde la cumbre de la autoridad moral e intelectual en la que cree estar. "Lo que tú estás diciendo es que las víctimas de las denuncias instrumentales no son un problema real", contestaba Ivars, que aún cree en la lógica aristotélica, el pobre. "Yo no estoy diciendo eso", replicaba la feminista, unos diez segundos después de haberlo hecho. Pero no era la única. "Siempre he defendido y defenderé que es mejor un culpable en la calle que un inocente preso", pontificaba muy pimpolluda Susana Díaz para continuar la frase con que "a veces es preferible una injusticia a 1.333 mujeres asesinadas". Y sin despeinarse.
Ese es el nivel del pensamiento feminista oficial en España. El que aprueba leyes, el que dicta cátedra en universidades y medios, el que lleva veinte años impidiendo que la sexista ley de violencia de género deje de utilizarse para castigar a hombres inocentes en procesos de separación. No es sólo que el feminismo oficial sea una sima moral que ha convertido en religión de Estado el odio al hombre por el hecho de serlo. Es que lo ha hecho sin base intelectual seria. El feminismo oficial es una ideología de poder, no una reflexión sobre la realidad. El aquelarre que quería ver arder al disidente en la hoguera daba por sentado que no había estudiado ni respondido a los eslóganes que forman su verdad revelada porque asumían que todo el resto del mundo es como ellas, que jamás han pretendido estudiar ni entender los argumentos de la otra parte para poder rebatirlos. No les hacía falta.
Juan Soto Ivars ha comentado después que su mayor miedo es que alguien encuentre algún error en su libro y lo utilice, aunque sea un fallo menor que no debilite la argumentación, para arrojar a los leones el libro entero y con él la causa que abandera. Pero para eso el feminismo oficial tendría que utilizar la cabeza para otra cosa que no sea embestir, y a estas alturas dudo que sea capaz.
