
El presidente del Gobierno debería, el día de mañana, entiéndase, donar su cerebro a la ciencia, para que la medicina pueda indagar cuántos litros de dopamina son necesarios en un solo melón para alcanzar tan altísimo concepto de sí mismo. Sánchez es un tipo que está convencido de que, si se le pone entre ceja y ceja, puede chasquear los dedos y apagar el sol, hacer retroceder las aguas del océano, o lograr que el Real Madrid de Xabi Alonso juegue bien. Tal vez descubramos que bebe sangre de conejo cada noche, o que se alimenta de complementos vitamínicos bañados en serotonina, o que, como anunció Tucker Carlson en su momento más sereno, broncea cada día sus salvaguardadas partes en los jardines de La Moncloa para disparar su testosterona, aún a riesgo de que se la pique un pollo, dolorosísima picadura muy superior a la terrible del escorpión negro africano.
Yo era de los que creía que el presidente está buscando la manera de postergar todo lo que pueda su renuncia por miedo a que la ola de investigaciones judiciales se lo lleve por delante tan pronto como salga del fortín de La Moncloa. Ya no lo creo. La reacción de Sánchez ante la condena a García Ortiz y ante la entrada de Koldo y Ábalos en la cárcel no es la de alguien que está buscando cómo salir de ahí, sino cómo quedarse mucho más tiempo.
En primer lugar, ha vuelto a llamar a Iván Redondo y a Paco Salazar y sus cosillas. En segundo lugar, el Gobierno acaba de pactar con los sindicatos una subida de salarios públicos del 11% hasta 2028. En tercer lugar, ha vuelto al Valle de los Caídos y a dar la murga con la cantinela de Franco, al que está haciendo famosísimo entre los jóvenes. Y en cuarto lugar, ha concebido la "ley de nietos" como un as en la manga, acumulando hasta 2,4 millones de solicitudes de nacionalidad que ingresarían masivamente en electorado español. No son el tipo de cosas que haces cuando estás pensando en irte a casa.
Sánchez está convencido de que la mejor manera de salir indemne o ralentizar los procesos que le asedian es manteniéndose en La Moncloa, pero no un año o dos, sino seis. Cualquier observador externo pensará que ha perdido definitivamente la cabeza, pero vuelvo al comienzo del artículo para recordar que es alguien que sobrevalora excepcionalmente sus capacidades y poderes; algo, por otra parte, frecuente en personas que alcanzan de pronto un poder y una popularidad que jamás habían soñado.
El primer presidente de la historia que ha logrado agotar los calificativos de los columnistas se ve saliendo de la Moncloa tras otra legislatura más, con 59 añitos, la edad perfecta para instalarse en República Dominicana a esperar que la justicia, si existe por entonces, vaya a buscarle.
Hay dos cosas que pueden truncar sus planes. Una histórica debacle electoral o la acción de la justicia. En cuanto a lo segundo, como ya sabemos, desde La Moncloa los presidentes se convierten en equis, incluso aunque todos los indicios y testimonios le señalen con el dedo, y las equis nunca terminan en el banquillo. Y en cuanto a lo primero, no habrá adelanto electoral si no está convencido de que puede ganarlas. En este punto, lo único que juega en su contra es su exceso de confianza en su buena suerte.
En cuanto a la posibilidad de unas elecciones libres y justas en la España sanchista, conviene siempre recordar que la primera gran hazaña política de Sánchez consistió en "coger una urna y meterla detrás de un biombo", en palabras de Tomás Gómez, "para cambiar el resultado de la votación".
A menudo decimos que Sánchez es capaz de cualquier cosa. No es una advertencia fútil, sino un hecho. Muchos se han reído de Santi Abascal cuando ha pedido protección de testigos para Ábalos y Koldo. Recordemos que al director de The Objective le acaban de asaltar el despacho, a las seis de la tarde de un lunes en la redacción del periódico, para robarle el ordenador y las llaves de casa. Exactamente igual que ocurrió en la casa que Ábalos alquiló a Koldo, en la que vivía la hija del exministro, y exactamente igual que ocurrió en la casa de la madre de Koldo este pasado verano. Recordemos que el coche de Aldama amaneció con la ventanilla del conductor tiroteada hace ahora un año. O que la fontanera del PSOE que dice ser periodista se paseaba por Ferraz con audios de las saunas del suegro de Sánchez.
Lo único que el optimismo de Sánchez sobre su propia persona le impide ver es que no han entrado en prisión dos más. Con la entrada de Ábalos y Koldo, que eran los que faltaban de su núcleo por dormir en Soto del Real, que representan absolutamente todo lo que ha logrado en su carrera política, el que está en prisión es el propio Sánchez, es todo el sanchismo. Sánchez puede fantasear en su cabeza con estar en La Moncloa seis años más, y con ser nombrado Papa si quiere, pero alguien –Iván- debería decirle que, desde este jueves, está en prisión y no lo sabe.
