Colabora
Emilio Campmany

El patán maltés

En los años treinta, la bolchevización de la socialdemocracia propició los fascismos. El miedo al comunismo empujó a la burguesía a cederles el poder.

Pedro Sánchez y María Jesús Montero, durante la sesión de control al Ejecutivo este miércoles en el Congreso. | EFE

De las muchas memeces que el presidente de la Internacional Socialista, un mendrugo llamado Pedro Sánchez, dijo en Malta, sobresale la de que la derecha utiliza el Black Friday como método político. Dicen que Iván Redondo ha vuelto a la sala de máquinas de La Moncloa. La tonta metáfora con la voz anglosajona no ha podido salir del magín del gurú vasco. Hubo sin embargo otro aspecto del discurso del presidente muy propio del que un día fuera su jefe de Gabinete. Recordó Sánchez que hubo un tiempo en que izquierda y derecha tenían unas bases ideológicas comunes y debatían sólo de los detalles. Ahora, continuó, el conservadurismo se ha abrazado a la extrema derecha y su victoria en las urnas equivaldría a la del fascismo con el que se ha hermanado. En tales condiciones, si la izquierda quiere imponerse en las urnas, ha de radicalizar el mensaje como ha hecho el nuevo alcalde de Nueva York. El argumento encierra una falsedad.

En los años treinta fue la bolchevización de la socialdemocracia la que hizo que nacieran los fascismos. Y fue el miedo al comunismo lo que empujó a la burguesía conservadora a permitir que aquéllos se hicieran con el poder en algunos lugares de Europa donde la democracia liberal se demostró incapaz de frenar al marxismo-leninismo. Uno de ellos fue España. Hoy, una parte del electorado de derechas ha renegado de sus partidos tradicionales por haber éstos apoyado las políticas identitarias y verdes de la socialdemocracia radicalizada. Así surgió una extrema derecha que, sin complejos, pero con peligrosos tics, se opone a esas políticas. En casi todos los casos, lo que la izquierda, y la derecha que la acompañó, dejaron de respetar fueron cosas muy serias: la igualdad ante la ley y la libertad individual. Son dos valores por los que el socialismo nunca ha mostrado excesiva devoción en beneficio de la igualdad material. Y parte del electorado ha mostrado su hartazgo votando a la extrema derecha sin que eso signifique que se haya convertido al fascismo.

Por lo tanto, no es la derecha la que abandona las políticas comunes para abrazarse al fascismo, sino que son las políticas cada vez más radicales de la izquierda, con las que la acomplejada derecha ha sido hasta ahora excesivamente indulgente, las que han hecho resurgir a la extrema derecha. Y los conservadores, si no quieren que les levanten la merienda, tienen que abrazar algunos de sus postulados, especialmente los que defienden la igualdad ante la ley y la libertad.

Es posible que en Europa y en España acabe por triunfar la extrema derecha. Pero, si eso ocurre, no será por la derechización de los conservadores, sino por su previa complacencia con la izquierda y por la bolchevización de la socialdemocracia. No se olvide que Sánchez preside un Gobierno de coalición con una suma de partidos comunistas. Otra cosa es que ese auge de la extrema derecha le venga bien a Sánchez, y por eso lo estimule, para movilizar al electorado que le prefiere a él dirigiendo el Gobierno, por mucho que delincan sus subordinados y parientes, antes de tener que soportar otro respaldado por supuestos fascistas. Viene Sánchez a gritarnos desde el balcón de La Moncloa: "o yo o la extrema derecha". Con media docena más de Ábalos y Cerdanes acabaremos todos gritando: "¡la extrema derecha!" Y la culpa de que toquen poder los esbirros de Putin será sobre todo suya.

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