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Plaza Antonio Piedra

¿Qué quién es Piedra? Alguien que sabe muy bien lo que llevan adentro las palabras. Es un sabio filólogo.

He asistido en el espacio de una semana a dos actos cívicos de distinta especie. No espero mucho del primero y del segundo me conformo con seguir disfrutando de su cotidiana labor. El pasado miércoles estuve en la presentación de Sociedad Civil Española. Salí de allí con sensaciones contradictorias. Yo esperaba un gran acto político para salir de allí transformado, aunque solo fuera por unas horas, pero solo hallé lugares comunes y un conjunto de buenas intenciones para que se lleven bien los dirigentes del PP y VOX, incluso estuvieron presentes, entre las autoridades invitadas, dos señoras "políticas" de esos partidos. Ojalá me equivoque y la cosa vaya adelante. Pero, como dice el amigo Álvaro Toribio, "no se puede hacer un guiso a baja temperatura". Salí del acto frío y, además, no me gustó ver, también entre los asientos que ocupaban las "autoridades", a viejos políticos que odian tanto la sociedad civil como adoran al becerro de oro del Estado. Lamenté haber faltado a la tertulia de los miércoles con dos sabios amigos.

Por el contrario, este martes estuve en Valladolid. El acto era por la mañana y en la calle. Hacía, sí, frío de Valladolid. El cielo amenazaba lluvia, pero cientos de pajaritos seguían cantando en las ramas de los árboles, como si fuera un día de primavera. Era el anuncio de la grandeza de un acto genuinamente cívico: un poeta, se dice pronto, iba a recibir un homenaje. El poeta, ese personaje que no soportan los filósofos-reyes de la ciudad, el que le canta las verdades del barquero a cualquier mequetrefe metido a ideólogo, o sea al político de tres al cuarto, sería reconocido como alguien digno de darle nombre a una calle de su pueblo. La cosa tiene tela.

Los discursos de los participantes me hicieron entrar en calor. Habló, primero, el alcalde de la ciudad. La plática fue sensata y realista sobre la importancia del "hecho" cultural y los desvelos del homenajeado por conservarlo en su integridad. El discurso del amigo Antonio Piedra, poeta, al que el nuevo callejero de la ciudad dedicaba una plaza, es para leerlo entero, pero destacó por su ironía y veracidad. La inauguración de esta nueva plaza fue un genuino acto cívico. ¿O acaso no es un acto civil que un ayuntamiento de España dedique una plaza a un hombre vivo y en plenas facultades intelectuales? Antonio Piedra se merece eso y el nombre de todo un barrio… ¿Qué quién es Piedra? Alguien que sabe muy bien lo que llevan adentro las palabras. Es un sabio filólogo. Piedra es un magnífico escritor de pluma ágil y corte satírico en la prensa, un ensayista extraordinario iluminado por Bernardo de Claraval y Teresa de Jesús. Y, sobre todo, es un poeta refinadísimo, heredero feliz del grandioso legado de Jorge Guillén, Francisco Pino y Rosa Chacel.

Y, además, es el director de la Fundación Jorge Guillén, la única Fundación en España que no está concebida para "mayor gloria" del que le da el nombre… Esta institución es singular, porque, además de dedicarse al estudio de la obra de Guillén, acoge la obra de otros muchos autores, por ejemplo, Pino, Chacel, etcétera, para ser estudiados al mismo nivel que Guillén. Por eso, precisamente, Antonio Piedra es de los pocos autorizados en este país para decir que la Generación del 27 no debe ser politizada y menos aún mitificada. Espero que en esa magna reunión de Fundaciones próximas a los poetas del 27, organizada en Sevilla la semana que viene, para planificar los festejos del centenario de la mítica Generación del 27, se oiga la voz autorizada de Antonio Piedra. Diga, sí, que no se reduzca la poesía del 27 a un simple instrumento ideológico o a una lectura partidista. Y, por favor, "desmitifíquese la Generación del 27", o sea, póngase en cuestión la imagen idealizada, homogénea y heroica que tradicionalmente se ha construido sobre este grupo de poetas, para mostrar una visión más compleja, diversa y real. Universalícese, sí, su grandeza lírica. Es su genuina poética. Y política.

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