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Rebelión en la Granja Moncloa

En la granja monclovita, los ciudadanos contemplamos cómo los líderes socialistas brindan con los independentistas que querían destruir España

En la granja monclovita, los ciudadanos contemplamos cómo los líderes socialistas brindan con los independentistas que querían destruir España
Europa Press

Hace ochenta años, George Orwell publicó Rebelión en la granja, una fábula que desnudaba cómo una revolución noble podía degenerar en una tiranía peor que la anterior. Los animales de la Granja Manor se rebelaban contra el granjero Jones, proclamando los Siete Mandamientos del Animalismo y la igualdad absoluta. Pero pronto los cerdos, liderados por Napoleón, se apropiaron del poder, reescribieron las normas, acumularon privilegios y terminaron caminando sobre dos patas mientras brindaban con los humanos.

En la España de hoy, la granja se llama Moncloa y el cerdo que manda responde al nombre de Pedro Sánchez —o, mejor dicho, Napoleón Sánchez—. La rebelión empezó con promesas de regeneración democrática, igualdad real y lucha contra la corrupción del granjero Rajoy. Los animales —los ciudadanos— creyeron que llegaba el fin de la vieja granja podrida. Pero, como en la fábula de Orwell, los cerdos han terminado instalados en la casa del granjero, modificando los mandamientos a su conveniencia y aliándose con los antiguos enemigos para conservar el poder.

Al principio, los mandamientos eran claros:

1. Ningún político será corrupto.

2. Ningún partido recibirá dinero ilegal.

3. Todos los españoles son iguales ante la ley.

4. La unidad de España es sagrada.

5. No se pactará con quien quiera romper la granja.

6. El poder sirve al pueblo, no al líder.

7. Todos los animales son iguales.

Pero, como los cerdos de Orwell, los nuevos dueños de la granja han ido retocando la tabla noche tras noche, con la ayuda del fiel cerdo portavoz Squealer —esa prensa adicta y esos tertulianos que justifican todo—.

Ahora los mandamientos rezan así:

1. La corrupción solo es delito si te pillan los otros.

2. El dinero ilegal es financiación creativa si llega al partido correcto.

3. Todos los españoles son iguales, pero algunos independentistas son más iguales (amnistía incluida).

4. La unidad de España es negociable si hay votos en juego.

5. Se pactará con golpistas, bilduetarras y quien haga falta para seguir en la casa.

6. El poder sirve al líder, y el líder se sirve del poder.

7. Todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros.

Napoleón Sánchez expulsó a Snowball (Eduardo Madina, por mencionar a alguno de los purgados, que un día fue aliado y al día siguiente traidor) y se quedó solo al mando. Para mantenerse en la cuadra principal, ha hecho lo que Orwell describió como habitual en tiranos: aliarse con los humanos que antes juró combatir. Los granjeros Puigdemont y Junqueras —que proclamaron la independencia y desafiaron la granja entera— son ahora socios imprescindibles. A cambio de siete votos, se les borra el delito de sedición, se les amnistía la malversación y se les transfiere más poder. "No es traición, es convivencia", gruñe Squealer desde las infinitas tertulias napoleónicas, digo sanchistas.

Mientras, los casos de corrupción se acumulan como estiércol en el corral. Del caso Koldo a las mascarillas pasando por los contratos a dedo en pandemia, las grabaciones del entorno presidencial, la esposa investigada... Todo se niega, se relativiza o se convierte en "lawfare". Los perros guardianes — de la Fiscalía al CGPJ pasando por el TC— son domesticados o neutralizados uno a uno.

Mientras, los animales del montón (ciudadanos reducidos a vacas-contribuyentes a las que ordeñar) trabajan más y comen menos. La inflación devora los salarios, la vivienda es inalcanzable para los jóvenes, la inmigración descontrolada tensiona los servicios públicos, y la okupación se tolera como "derecho social". Pero el debate público ya no gira en torno a estos problemas, sino que se reduce a si eres "facha" o "progre", a banderas y símbolos, a quién controla los medios y las instituciones. Como anticipó Zapatero a Gabilondo –le dejo avispado lector, que elija el tipo de animal y el nombre para estos personajes de la fábula–, les conviene que haya tensión social por lo que enfrentan a negros con blancos, a mujeres con hombres, a pobres con ricos, a homosexuales con heterosexuales, a trans con mujeres… Si no hay discordia social, el cerdo wokista se la inventa.

El lenguaje se corrompe, como advertía Orwell. Se habla de "presos políticos" para referirse a golpistas condenados por tribunales independientes. Se llama "diálogo" a la cesión ante el chantaje. Se presenta la ley de amnistía como "reconciliación" mientras se rompe la igualdad ante la ley. Y quien denuncia la deriva es acusado de "ultraderecha", "franquista" o "enemigo de la democracia".

En la última escena de Rebelión en la granja, los animales miran por la ventana y ya no distinguen a los cerdos de los humanos porque ambos ríen, beben y juegan a las cartas juntos. En la granja monclovita, los ciudadanos contemplamos cómo los líderes socialistas brindan con los independentistas que querían destruir España, cómo los defensores de la Constitución la retuercen para conservar el poder, cómo los que prometían regeneración se abrazan a los corruptos con tal de seguir mandando.

Los animales de Orwell nunca recuperaron la granja. ¿Nosotros aún podemos? La lección de la fábula es eterna en cuanto que hay que vigilar a los cerdos (porque el que nace lechón muere cochino), no creer en sus promesas de igualdad cuando acumulan privilegios, y recordar que ningún líder, por carismático y guapo (aunque últimamente espantosamente demacrado) que sea, está por encima de la ley. Ni de la decencia común. Tampoco hay que perder la esperanza porque incluso al cerdo Napoleón le llegó su San Martín.

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