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EDITORIAL

PP, Vox y los cordones sanitarios

La negociación en Extremadura entre el PP y Vox debe ser el comienzo de una nueva fase en las relaciones entre ambos partidos.

En un contexto político sano y democrático, los partidos que deberían ser sometidos a aislamiento son aquellos que no han condenado la violencia terrorista y los que han asaltado el sistema constitucional para proclamar una república y tras ser condenados levemente por ello insisten en que lo volverán a hacer. Bildu y los separatistas catalanes cumplen esos requisitos, pero lejos de estar en el extrarradio de la política, ocupan un lugar central gracias a un sistema electoral que les beneficia y a pesar de su menguado número de diputados. Que los siete diputados de Junts o los seis de Bildu tengan en sus manos al Gobierno de España es una anomalía antidemocrática frente a la que no cabe más que la determinación de acabar con el sanchismo.

Tiene razón el líder del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, cuando dice que los cordones sanitarios hay que establecerlos frente a Bildu y no ante Vox. Y más razón tendría aún si incluyera entre los partidos con los que no se pueden tener relaciones políticas a Junts, la formación del golpista Puigdemont que algunos dirigentes populares más bien poco avispados consideran un partido "normal" y de "tradición democrática". Nada más lejos de la realidad, como demuestra el hecho de que uno de los asiduos en la "Casa de la República" de Puigdemont sea Arnaldo Otegi.

La situación española obliga a Núñez Feijóo y al líder de Vox, Santiago Abascal, a aparcar sus diferencias políticas, estratégicas y personales y afianzar una relación pragmática que sirva para derrotar al sanchismo y terminar de una vez por todas con la dependencia crónica de nacionalistas catalanes y vascos, que ya ni siquiera disimulan que su objetivo es arrancar más concesiones, privilegios y prebendas aprovechando la extrema debilidad de un Ejecutivo corroído por los escándalos de corrupción.

La negociación en Extremadura entre el PP y Vox debe ser el comienzo de una nueva fase en las relaciones entre ambos partidos, una fase en la que prime el interés de los votantes de ambos partidos por encima de las tradicionales disputas cainitas en la derecha. Está en juego recuperar la normalidad democrática alterada en los últimos años por un Sánchez que ha demostrado ser capaz de cualquier cosa para aferrarse al poder, como pactar con quienes preconizan directamente la destrucción de España. Una legislatura más de Sánchez podría suponer la celebración de referéndums de independencia en Cataluña y el País Vasco, desenlace natural de la deriva socialista.

Ante ese y otros riesgos derivados del carácter autoritario de Pedro Sánchez, es imprescindible la unidad de una derecha que tiende a despistarse en disputas peregrinas que sólo favorecen a la extrema izquierda encarnada ahora por un PSOE convertido en una cloaca de corrupción.

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