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Agapito Maestre

40 años de socialismo

El PSOE ha permanecido fiel a su ideario clave: el partido por encima de todo. Ni siquiera la nación ha sido otra cosa que una referencia retórica.

El PSOE ha permanecido fiel a su ideario clave: el partido por encima de todo. Ni siquiera la nación ha sido otra cosa que una referencia retórica.
Pedro Sánchez junto a Felipe González | EFE

¿Cuál es el principal cambio entre el poderoso PSOE de 1982 y el decadente de 2022? Creo que es obligada esta pregunta para quien analiza la vida política española. Otra cosa es que sepamos responderla con ponderación y objetividad. La política es algo que fluye incesantemente sin que nadie pueda detenerla. Dicho con lenguaje clásico: a una nueva situación histórica corresponde otra respuesta política. Si tomamos en serio ese dictum de los historiadores de los partidos políticos, entonces tendremos que reconocer que el PSOE ha ido cambiando de posición y fines a lo largo de estos cuarenta años. En este contexto de incertidumbre permanente, que es la política democrática, Pedro Sánchez ha montado un acto político en Sevilla para celebrar el triunfo electoral del PSOE, el más apoteótico de su larga historia, en 1982. La celebración de la efeméride no tiene otro objetivo que tratar de nutrirse del pasado para detener el proceso de decadencia de la fuerza política hegemónica de estos últimos cuarenta años.

Decadente es, sin duda alguna, un partido político que está gobernando un país muy desarrollado de la UE con una exigua mayoría parlamentaria y, lo que es peor, apoyado por fuerzas comunistas y nacionalistas que tratan de romper, definitivamente, el proyecto democrático diseñado por la Constitución de 1978. Decadente es, obviamente, un partido que ha elevado algunos latiguillos de su peor pasado a dogma de su actual política, por ejemplo, estigmatizar a sus adversarios políticos llamándoles enemigos. Decadente, en fin, es un partido de gobierno que, lejos de centrarse en la gobernabilidad, persigue a la Oposición. Ahí exactamente, en ese proceso de ocaso, están reflejados algunos cambios esenciales que van del PSOE de González-Guerra al de Zapatero y Sánchez.

Y, sin embargo, el PSOE, como organización burocrática, ha permanecido fiel a su ideario clave: el partido está por encima de todo. El PSOE, como diría un castizo, es mucho PSOE. Para este partido ni siquiera la nación ha sido jamás otra cosa que una referencia retórica. El PSOE es una organización que vela antes por los intereses de sus afiliados y votantes que por los de la nación entera. En esto, se ponga cómo se pongan los dirigentes históricos ante este diagnóstico, el PSOE ha sido un partido cerrado, leninista y perseguidor de sus adversarios. Por eso, precisamente, estarán todos o casi todos sus dirigentes en el acto de Sevilla para mayor gloria de Sánchez y, naturalmente, para mantener las nóminas de miles de cargos políticos socialistas en toda España.

Así las cosas, nadie se engañe a la hora de responder la siguiente pregunta: ¿cuál es el legado clave del PSOE de González y Guerra a la marca socialista que gestiona Sánchez? Sólo hay uno, y sólo uno, el PSOE sigue siendo un partido imprescindible para mantener el tinglado político de la llamada democracia española, porque controla todas las instituciones del poder, supervisa y censura todos los ámbitos donde se genera el conocimiento y el saber y, por supuesto, no hay esfera de la justicia que escape de su dominio y dirección. O sea, el régimen político establecido por el PSOE, con la inestimable colaboración del PP, está más cerca de las dictaduras blandas que de las democracias líquidas. Así es España. Quien no reconozca esto, que la suerte o desgracia de España pasa por el humor del amo de esa marca política, conocida por las siglas PSOE, no puede seguir opinando sobre la vida política española. Hacerse cargo de este asunto con seriedad es la tarea principal Feijóo.

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