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LECTURAS DE AGOSTO

Igual de solo que Kafka

Entre mis lecturas veraniegas tenía yo reservada la Carta al padre de Kafka. Era una especie de asignatura pendiente con ese autor pues cuando intenté leerla por primera vez, hace ya muchos años, me produjo un profundo desasosiego que ahora calificaría de decepción y que me obligó a dejarla. Kafka escribió esta carta en 1919, cuando ya le habían diagnosticado la tuberculosis y aunque muchos analistas intenten hacerla pasar por ficción (o al menos por artificio) no es sino un ajuste de cuentas muy parecido al que cualquier adolescente (¡pero él tenía 36 años!) descontento con su vida y su destino puede hacer a su aburguesado progenitor que desea que el joven artista se dedique a los negocios familiares y se aleje del gusanillo del arte.

Entre mis lecturas veraniegas tenía yo reservada la Carta al padre de Kafka. Era una especie de asignatura pendiente con ese autor pues cuando intenté leerla por primera vez, hace ya muchos años, me produjo un profundo desasosiego que ahora calificaría de decepción y que me obligó a dejarla. Kafka escribió esta carta en 1919, cuando ya le habían diagnosticado la tuberculosis y aunque muchos analistas intenten hacerla pasar por ficción (o al menos por artificio) no es sino un ajuste de cuentas muy parecido al que cualquier adolescente (¡pero él tenía 36 años!) descontento con su vida y su destino puede hacer a su aburguesado progenitor que desea que el joven artista se dedique a los negocios familiares y se aleje del gusanillo del arte.
Padre de Franz Kafka
Si este fuera el único texto que quedara de Kafka, o el único que yo hubiera leído, no podría sino volver a sentir la primitiva sensación Ahora bien, como esto no es así, La carta al padre se convierte en una verdadera mina para entender la estética kafkiana, del mismo modo que la Correspondencia de Rimbaud (que tanto ha decepcionado a muchos incondicionales del poeta) ilumina de manera especial su dedicación a la literatura.
 
No creo descubrir nada nuevo si afirmo que los peores enemigos de ambos escritores eran ellos mismos. Hasta en su desasosiego y su angustia los dos son terriblemente premodernos. Si los comparo es porque encuentro que hay entre ellos una genealogía, voy a llamarla estética, basada en su fracaso familiar y vital, como si fuera cierto que vida y arte fueran incompatibles. Pero no como pensaban los románticos o los malditos (el arte como enfermedad) sino de una forma más prosaica, tal como se demuestra en Robert Walser –Kafka le debe mucho- y tantos otros cultivadores de la estética del fracaso y tal vez del desdén. Es imposible estudiarlos sin apelar a Freud, sin analizar la frustración y el miedo de estos artistas concretos al padre (Kafka) y a la madre (Rimbaud), por mucho que le reviente a Nabokov, que detestaba el psicoanálisis. No quiero insistir en la analogía entre autores tan dispares como R y K, pero es que parece como si los dos, cada uno a su manera contemporánea, se complacieran en ser unos inútiles y unos fracasados. Lo tienen todo para triunfar, bienestar material, estudios, y lo tiran todo por la borda en aras de algo que ni siquiera pueden definir pero que acaba siendo su obra. Ambos parecen conscientes de lo que hacen pero no pueden luchar contra ese elemento autodestructivo del que se alimentan. En Josefina la cantora, Kafka plantea en toda su crudeza la (dis)función social del artista.
 
A Kafka le ha pasado, mutatis mutandis, lo que a Cervantes: se le ha interpretado según el espíritu de la época. Como recuerda Marthe Robert, y tal vez por culpa de los traductores, Kafka ha tenido que pasar por muchas lecturas para llegar a singularizarse, desde la seriedad casi teológica con la que se enfrentaban los primeros exegetas con sus textos, hasta la explosión de ironía, angustia y humor que recorre ya para siempre sus páginas. Hace relativamente poco (1982) se hizo una nueva edición de sus obras, que se supone definitiva y, por consiguiente, una nueva traducción a diferentes idiomas. Entre otros, al español. Una vez más ha sido Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, la editorial encargada de la importante misión –que ha dirigido Jordi Llovet– y los traductores elegidos figuran entre los mejores de lengua alemana: Andrés Sánchez Pascual, Miguel Sáenz y Joan Parra Contreras, entre otros. Es realmente una suerte contar con ellos, y con esa labor editorial, para poder acceder a los sin duda importantes hallazgos textuales que se han incorporado a esta edición y sin embargo, personalmente, sigo aferrada a mis viejas traducciones pues creo, junto a otros lectores impenitentes, que la primera edición de una obra que te ha causado un verdadero impacto es aquella en la que la has leído por primera vez, incluso con sus posibles defectos.
 
Me pasa con Shakespeare, con Pessoa (hasta que aprendí portugués), con Kavafis, y me pasa también con Kafka,. No importa que otros traductores los hayan mejorado después, para mí esas traducciones, tal vez incompletas, funcionaron como si se tratara del idioma original, hasta tal punto la traducción es, muchas veces, un acto de fe. Sin contar con que, en el caso de Kafka, se ha cometido el, para mí, error de cambiar los títulos y así América se ha convertido en El desaparecido y La metamorfosis en La transformación. Nada me desconcierta más que seguir la cronología de esta edición de Galaxia y encontrarme con los nuevos títulos que se convierten, en mi desconcertado imaginario, en otras tantas obras desconocidas… Pero esto es una apreciación subjetiva y sin duda, las nuevas generaciones de lectores se beneficiarán de estas oportunas correcciones y tal vez puedan comprender mejor a ese artista que escribió rodeado del desdeñoso silencio de sus contemporáneos.
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