En septiembre de 1943, Julio ingresó como voluntario en el Ejército del Aire y pocos días más tarde fue objeto de un expediente por ser el autor de una carta en la que se incitaba a la rebelión militar. El proceso iniciado por este asunto terminó en una condena de diez años de prisión. Cuando fue puesto en libertad se le informó erróneamente de que había sido expulsado, por lo que no tendría que realizar el servicio militar.
Instalado en Elche, se hizo muy amigo de un joven empleado de banca, José Segarra. Su relación se hizo más intensa al conocer a la hermana de este, Asunción, con la que estableció una apasionada historia de amor. Julio necesitaba destacar, asombrar al mundo, y ya que no por otros motivos, un día descubría una fórmula que, según él, le permitiría acertar con frecuencia trece resultados en las quinielas. Entusiasmado por su hallazgo convenció a Segarra y otros dos amigos con el fin de fundar una peña quinielística. Para seguir el plan se vieron obligados a pedir créditos, algunos de ellos a muy alto interés, siempre espoleados por Julio. Consiguieron poner en marcha la experiencia que resultó un enorme fracaso. A consecuencia del mismo, los amigos de Julio y la propia familia de su novia quedaron en mala situación económica, viéndose obligada esta última a hipotecar la casa en la que vivían. Julio resultó muy afectado. Se prometió perfeccionar su sistema para recuperar todo lo invertido. Pero le esperaba una desagradable sorpresa: la Guardia Civil fue a buscarlo para llevarle a un batallón disciplinario donde se vio obligado a terminar el periodo de servicio militar interrumpido por los diez años de condena. Durante ese tiempo que tuvo que pasar en África obligado por las circunstancias, perfeccionó su sistema ganador de las quinielas. De manera que una vez licenciado, en diciembre de 1952, volvió a Elche dispuesto a reemprender sus intentos para conseguir ser millonario. A los treinta años, Julio era ambicioso y soberbio y se encontraba asqueado de la vida. Sin embargo, se negaba con todas sus fuerzas a ser una víctima de la sociedad. Por eso trató de mostrarse más que nunca inteligente y dominante, apareciendo como auténtico enamorado de sí mismo, física e intelectualmente. Cultivaba su cuerpo practicando artes marciales y afinaba sus dotes aplicando su sistema quinielístico para el que era necesario llenar todas las semanas un mínimo de doscientos boletos. Aunque era difícil, consiguió socios capitalistas, logrando demostrar la eficacia de su método ganando varios premios, uno de ellos de sesenta y cuatro mil pesetas. Aquel éxito arrastró a Julio que enfebrecido por su deseo de ganar aumentaba la inversión cada semana sin obtener los resultados apetecidos. Algunos amigos desistieron y el socio capitalista se decepcionó por los resultados abandonado a Julio que quedó lleno de deudas y otra vez desesperado. Es en ese momento cuando alumbra en su cerebro la vieja idea del crimen.
Aprovechando el ascendiente que tenía sobre Segarra, un hombre que le admiraba ciegamente, le planteó la posibilidad de atracar a uno de los habilitados del banco en el que trabajaba, concretamente a alguno de los encargados de transportar dinero desde la central de Alicante hasta la sucursal de Elche. Después de varias conversaciones con Segarra aceptó y acordaron desvalijar a Vicente Valero Marcial aprovechando sus frecuentes viajes de transporte de dinero, porque siendo un viejo amigo y compañero de Segarra parecía hasta cierto punto fácil engañarle. El plan era simple: alquilar una casita para veraneantes donde habrían de cometer el crimen, pues cada vez más, aunque sin hablarlo expresamente, se daban cuenta de que eran incapaces de robar al habilitado sin tener que darle muerte. Y se encargaron de escribir una carta dirigida al propio Segarra en la que supuestamente una chica conocida de otros tiempos había decidido pasar el verano en Alicante y le animaba a visitarle pidiéndole que llevara un amigo para una compañera que estaba con ella, lo que era la trampa para Valero, a quien tenían por aficionado a las mujeres. Ya sólo quedaba esperar la ocasión más propicia.
Julio se desplazó a la colonia Vistahermosa de la Cruz, cercana a Alicante, y allí se alquiló una casita "para una familia de Albacete", dejando una señal de quinientas pesetas, obteniendo a cambio la llave. Al mismo tiempo avisó a un amigo de Logroño que habría de intervenir en caso de que algo saliera mal. Por su parte, Segarra se hizo el encontradizo con Valero al que le mostró la carta invitándole a ser su acompañante, lo que el otro aceptó y quedó en que llegado el momento le avisaría. Mientras tanto Segarra, que se aprovechaba de la total confianza que tenía Valero en él, pues se conocían desde niños, se frecuentaban y habían sido ambos padrinos en la respectiva boda del otro, preparó las cosas en el banco diciendo que estaba enfermo y que le habían dicho que tenía que ir a menudo a Alicante a la consulta del médico.
Por fin, el viernes 30 de julio de 1954, al incorporarse al trabajo, Segarra escuchó que a Valero le enviaban a recoger dinero a Alicante por lo que vio llegada la ocasión que esperaba. Se apresuró a pedir permiso para ir al médico que, según él, le había citado urgentemente, avisando después a Julio que se trasladó en moto a Alicante junto a un cómplice llegado de Logroño. Segarra subió en el mismo autobús que tomó Valero y al final del trayecto volvió a hacerse el encontradizo felicitándose por su buena suerte. Según le expuso a su viejo amigo aquello era el destino que los unía para que pudieran visitar a las chicas que les esperaban en Vistahermosa. Quedaron citados a las once en la puerta de la consulta del médico. Acto seguido, mientras Valero iba al banco a por el dinero que tenía que recoger, Segarra se encontró con el cómplice y fueron juntos a la consulta que sería en cualquier caso su coartada. Al darse cuenta de que no conseguiría número hasta después de las once, dejó encargado a su compinche y bajó a esperar a su víctima. Una vez juntos tomaron un taxi para dirigirse a la urbanización. Ya en el chalet, entró primero Segarra, seguido de Valero, quien fue sorprendido por Julio, que lo esperaba desde hacía una hora. Sin darle tiempo a reaccionar, le golpeó en la nuca con un pequeño yunque de zapatero envuelto en trapos. Al darse la vuelta tambaleante recibió otro golpe en la frente que le hundió el cráneo. Segarra, sin conmoverse, recogió la cartera en la que sólo encontró cuarenta mil pesetas. Ninguno de los dos asesinos cayó en la cuenta de que el resto del dinero, hasta un cuarto de millón, estaba oculto en las ropas de la víctima.