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¿QUÉ ES EL LIBERALISMO?

La economía en una lección

Mucha gente que sigue este diario digital, harta de encontrarse en las librerías obras que perdonan al comunismo sus millones de muertos pero que califican al capitalismo y al liberalismo de asesinos, quiere leer libros sensatos que no maldigan el esfuerzo individual. El propósito de esta serie, será explicar lo que es el liberalismo sucintamente a través de tres obras esenciales que cambiarán su perspectiva sobre la política, el mercado y la sociedad.

Mucha gente que sigue este diario digital, harta de encontrarse en las librerías obras que perdonan al comunismo sus millones de muertos pero que califican al capitalismo y al liberalismo de asesinos, quiere leer libros sensatos que no maldigan el esfuerzo individual. El propósito de esta serie, será explicar lo que es el liberalismo sucintamente a través de tres obras esenciales que cambiarán su perspectiva sobre la política, el mercado y la sociedad.
Podríamos comenzar explicando en qué consiste el ideario liberal pero eso preferimos dejarlo de lado y fijarnos en esta ocasión en lo que más nos toca a los ciudadanos; la economía, campo en el que gran parte de las políticas que se han llevado a cabo, han aumentado el paro, los impuestos y los precios de los productos.
 
El libro básico para no perderse en la jerga económica es “La Economía en una lección” de Henry Hazlitt. Esta obra recoge artículos del autor publicados a mitad del siglo XX en diarios como el New York Times en los que descubre que medidas cómo, entre otras, la jornada de treinta horas semanales, el salario mínimo, los subsidios a las empresas o el control de precios han conseguido lo contrario de lo que pretendían.
 
Mientras que un mal economista sólo ve los efectos inmediatos de una ley o medida determinada, Hazlitt propone no fijarse únicamente en el aquí y ahora sino en el mañana.
 
Así por ejemplo, descubre que si se impusiera un salario mínimo en el mercado por debajo del cual los empresarios no podrían contratar a un trabajador, aunque la intención resulte loable, que todos tengan un salario que les permita vivir, al final, sólo consigue aumentar el paro. La primera reacción del lector será echarse las manos a la cabeza como a muchos nos sucedió al leerlo pero, tras una detenida pausa, podremos concluir que tiene razón. Por un lado, el salario es el pago por la productividad que aporta un trabajador a la cadena de producción. El empresario, como tiene que reducir costes para vender a precios competitivos, no puede contratar a trabajadores cuya productividad sea inferior al salario que les paga. No es de extrañar que este tipo de medidas consigan que los recién licenciados o los trabajadores menos cualificados no puedan acceder al mercado. Entonces, la medida, que inicialmente iba destinada a esos mismos trabajadores menos preparados por carecer de experiencia o de un oficio específico son los más perjudicados.
 
Otro ejemplo dramático es el de los impuestos. Según la izquierda y la derecha, los impuestos deben ser progresivos, esto es, deben gravar más a los que más tienen en una proporción que se incrementa a medida en que uno gana más. Por ejemplo, si alguien ganara 100 unidades monetarias, el impuesto que tendría que pagar sería de 30 unidades monetarias. En cambio si obtuviera 200 unidades monetarias, en vez de tener que satisfacer al fisco 60, la proporción equivalente al impuesto anterior, le tocaría contribuir con 80. Si los impuestos son progresivos, el esfuerzo se penaliza y, contrariamente, a lo que mantienen los representantes de la soberanía popular, se recaudará menos y encima, conseguirán que haya menos ahorro y caiga la inversión. El resultado es el mismo que con el salario mínimo: se dispara el número de desempleados. Tal y como señala Hazlitt: “las gentes comienzan a preguntarse por qué tienen que trabajar 6, 8 o 10 meses al año para el Gobierno y sólo 6, 4 o 2 meses para ellos mismos y sus familias. Si pierden el dólar completo cuando pierden, pero sólo pueden conservar un parte de él cuando lo ganan, llegan a la conclusión de que es una tontería arriesgar su capital. De esta suerte, el capital disponible decrece de modo alarmante. Queda sujeto a imposición fiscal aun antes de ser acumulado. En definitiva, al capital capaz de impulsar la actividad mercantil privada se le impide, en primer lugar existir y el escaso que se acumula se ve desalentado para acometer nuevos negocios. El poder público engendra el paro que tanto deseaba evitar”.
 
Sin embargo, no basta con explicar las medidas intervencionistas sino que es preciso despejar uno de los malentendidos más importantes sobre el capitalismo: la función de los beneficios. Cuando se conocen los resultados de los Bancos y grandes empresas a final de año, más de uno, se pregunta si el beneficio obtenido es legítimo y si no tendrían que contribuir más al erario público. Hazlitt, por el contrario, explica cómo si una empresa no obtiene beneficios tendrá que desaparecer porque es la “señal” que indica “que el trabajo y el capital” destinados a producir una mercancía “se hallan mal invertidos, por cuanto el valor de los recursos que han de dedicarse para elaborar el producto es superior al precio del artículo en cuestión”. Por eso, el autor arguye que la función de los beneficios “es guiar y canalizar el empleo de los factores de la producción de tal manera que su utilización aporte al mercado miles de mercancías distintas en las cantidades precisas que la demanda solicita”. Resumiendo, Hazlitt concluye que “los precios y los beneficios libres elevarán al máximo la producción y remediarán la escasez con mayor rapidez que ningún otro sistema”.
 

Hay mucho más en este pequeño gran libro que ha vendido más de cinco millones de copias en todo el mundo. Si se tomara en serio su mensaje, se podría cambiar la percepción mayoritaria de que sólo el Estado puede impulsar el progreso. Pero ni la luz, ni los coches, ni el aire acondicionado han sido inventados por ningún Estado. Todo lo que nos permite vivir mejor es fruto del mercado. Por mucho que le demos vueltas, cuando interviene el Estado en la economía, el mercado se retrae y el progreso se detiene. Si no, cojan un mapa del mundo y revisen sus premisas. Si encuentran que en Corea del Norte o en África, se vive mejor que en los Estados Unidos de América, entonces, la economía será una ciencia inútil y Hazlitt un mentiroso. La lección magistral de este libro es que sólo la libertad es el motor del bienestar social.

Henry Hazlitt, La Economía en una lección, Madrid, Unión Editorial, 224 páginas.

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