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PANORÁMICAS

Liberalismo político en Los Soprano

Hasta el momento en que empiecen en septiembre (la fall schedule) las nuevas temporadas de nuestras series de televisión favoritas, la canícula veraniega es un buen momento para repasar con calma y reflexión las grandes series del pasado. Por ejemplo, Los Soprano. La saga de los mafiosos de Nueva Jersey ideada por David Chase es probablemente, junto a The Wire y El ala oeste de la Casa Blanca, la más compleja desde el punto de vista moral y político, además del estético, y por ello la que más da que pensar en paralelo a una trama absorbente y una concatenación de acciones sin pausa.


	Hasta el momento en que empiecen en septiembre (la fall schedule) las nuevas temporadas de nuestras series de televisión favoritas, la canícula veraniega es un buen momento para repasar con calma y reflexión las grandes series del pasado. Por ejemplo, Los Soprano. La saga de los mafiosos de Nueva Jersey ideada por David Chase es probablemente, junto a The Wire y El ala oeste de la Casa Blanca, la más compleja desde el punto de vista moral y político, además del estético, y por ello la que más da que pensar en paralelo a una trama absorbente y una concatenación de acciones sin pausa.

En este segundo visionado ya no prima el suspense sino la profundización en dimensiones existenciales y vitales que quedaron a la espera de seguir rumiándolas.

Rumiemos. Junto a las deuvedés de las seis temporadas de Los Soprano en esta ocasión tendremos que pertrecharnos con literatura política y estética de la buena, de la Poética de Aristóteles a El Príncipe de Maquiavelo pasando por el subjetivismo ético de Hume, la voluntad de poder de Nietzsche, el análisis del subconsciente en Freud,  la ética sentimentalista del "feminismo del cuidado" o la ética del guerrero de Sun Tzu.

Como muestra, un botón. Fijémonos en el tercer capítulo de la cuarta temporada, de título Cristobal, en el que las comunidades latinas y amerindias se enfrentan a propósito del Día del Descubrimiento, ya que las primeras consideran a Cristóbal Colón como un héroe mientras que los segundos ven en el marinero (¿genovés, mallorquín, catalán?) un imperialista genocida. Argumenta Silvio Dante, la mano derecha del mafioso protagonista Tony Soprano:

¿Saben qué pasa? Se los diré. Es la discriminación anti-italiana. El Día de Colón es un día de orgullo italiano. Es nuestro día de fiesta y quieren robárnoslo.

Un orgullo de comunidad que también alcanza a las mujeres italoamericanas que luchan contra el estereotipo de "pizzeras" argumentando que han evolucionado porque ahora no tapan con pañuelos negros la cabeza sino que van de Moschino y Armani (sic).

Mientras, el choque de culturas, de comunidades, se va agudizando. Un mafioso judío se solidariza con los indígenas en su protesta contra los conquistadores porque "los judíos siempre nos solidarizamos con los oprimidos" hasta que se compara a Colón con Hitler, lo que le lleva a ofenderse por "trivializar el Holocausto nazi". Y es que también hay jerarquías e hipocresía en el victimismo.

Pero tras la disputa entre los grupos identificados con culturas antagonistas surge un conflicto más profundo entre dos formas políticas, el comunitarismo –que subyace como ideología en la creencia de que los individuos son dependientes de las comunidades de las que proceden–y el liberalismo –que pone el punto focal de construcción de la sociedad no en el grupo sino en el individuo.

Tony Soprano es un personaje trágico porque se muestra permanentemente escindido entre varias de sus identidades personales. Sobre todo por sus dos principales lealtades: a su familia de sangre –padres, hijos y demás relaciones de parentesco–y su familia de negocio –la Mafia. En la primera temporada, capítulo séptimo (Regreso a Down Neck) había reelaborado a su modo el "Yo soy yo y mis circunstancias" orteguiano: "En esta mierda he nacido y soy lo que soy".

Y sin embargo... Tony Soprano de alguna forma se considera diferente y autónomo respecto a dichas comunidades, que lo constriñen y lo estrangulan. Cierto, vive en un mundo moral inspirado por el comunitarismo: cálido pero cerrado, afectuoso para dentro del grupo pero cruel y despiadado hacia fuera, favorecedor de la pureza y en consecuencia del racismo, solidario pero violento. Sin embargo, su ideal de desarrollo personal ya no está en el rebaño italoamericano y sus ídolos –de Cristóbal Colón a Rudolph Giuliani pasando por Al Capone–sino en alguien que se ha convertido en su referente por características intrínsecas: Gary Cooper. Luego lo vemos.

Uno de los factores que hacen atractivo al personaje de Tony Soprano es su evolución psicológica a través de la sucesión de conflictos internos que convierten su mente en un campo de combate, en la que partes de su alma luchan a puñetazo limpio, a veces a ráfaga de metralleta, con otras partes de su alma. En ocasiones su alma incluso se pega un tiro en la cabeza. En el debate entre comunidades enfrentadas, sin embargo, Tony consigue resolver el conflicto que atenaza a los miembros de su familia mafiosa superando la cerrazón y la estrechez de miras de la visión comunitarista asumiendo un punto de vista más elevado, liberal, en cuanto que racional, imparcial, objetivo y universal. En el imaginario particular de Tony Soprano dicho punto de vista no se identifica con Inmmanuel Kant, le va más Hollywood que la Ivy League, sino como apuntábamos con el Gary Cooper de Solo ante el peligro. Discutiendo con Silvio Dante que se muestra como un fan absoluto de la identidad comunitaria le espeta:

¿Ya puedes parar? ¡"Grupo"! ¿Qué diablos pasó con Gary Cooper? Eso me gustaría saber. Él sí fue un buen estadounidense. Fuerte y silencioso. Hizo lo que debía hacer. Derrotó a la pandilla Miller... aunque ninguno de los otros imbéciles quería ayudarlo. ¿Y acaso se quejó? ¿Dijo: "Vengo de una familia analfabeta irlandesa y pobre de Texas, así que sáquenme de aquí porque jodieron a mi gente"?

Los Estados Unidos se han construido en la dialéctica entre el comunitarismo y el liberalismo, entre la llamada de la identidad comunitaria y la voz del individualismo liberal. Sobre esa dicotomía se elaboró gran parte de la cinematografía de John Ford, la obra más característica y profundamente americana, cuando mostraba –en ¡Qué verde era mi valle! o El hombre que mató a Liberty Balance–como irremediable, dolorosa pero afortunadamente el viejo orden vinculado a comunidades favorables a tradiciones impermeables a la crítica racional –como la discriminación de las razas o de las mujeres y contrarias a la inmigración ("los forasteros no son bien venidos")–dejaba paso a sociedades organizadas a partir del individuo con lo que eso significaba de triunfo del capitalismo, de los Derechos Humanos, de la democracia y la separación de poderes.

La paradoja trágica que dota de intensidad a Tony Soprano consiste en que él es monarca de una comunidad, la Mafia, que paga con la muerte cualquier desafección del grupo. Pero al mismo tiempo, Tony es un "traidor" a la comunidad de la que es el máximo garante de su unidad cerrada. Efectivamente, cuando en absoluto secreto –que si se revelase significaría automáticamente su muerte–va a visitar a una psiquiatra que le haga terapia para curar sus ataques de pánico lo que está haciendo es asumir la máxima fundamental del individualismo liberal, el socrático "Conócete a ti mismo". Y así autorefuta su comunitarismo de partida vinculado a "la mierda en la que nació" alcanzando la distancia crítica necesaria para objetivar, depurar y analizar su yo social y hacer emerger, más poderoso, el yo individual. Continúa su perorata individualista al comunitarista Silvio al final del capítulo:

Déjame preguntarte algo. ¿Todo lo bueno que tienes en tu vida te lo dieron porque eras calabrés? Te diré la respuesta: no. No, porque eres tú, porque eres inteligente, por lo que tú eres. ¿Dónde diablos está nuestra autoestima? Esa mierda no viene de Colón, de El padrino ni de las pastas Buitoni.

Esta lección de individualismo moral y de autoestima basándose en las capacidades de cada uno y no de parasitaje respecto a la comunidad viene que ni pintado en estos tiempos en que la cultura de la queja, la identidad de grupo y el victimismo nacionalista se han convertido en dogmas prohibicionistas que coartan las libertades ciudadanas. Quizás sería buena idea ir doblando Los Soprano al catalán a ver si se enteran los de la barretina calada hasta las cejas.

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