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VUESTRO SEXO, HIJOS MÍOS

Lo siento, pero no siento

Queridos copulantes: En esta canícula encuentro que la frigidez es un tema de lo más refrescante. La frigidez es una flor glacial que sólo brota en la hembra humana (ostras, que bonito me ha quedado). Un hombre puede tener estrés, gatillazos, pérdida de la viagra, o estar agonizando, pero jamás he oído que un hombre sea frígido. Tampoco es cosa normal entre las hembras de los animales –desde luego, no entre las gallinas– porque una hembra, cuando recibe su ducha hormonal queda muy propensa.


	Queridos copulantes: En esta canícula encuentro que la frigidez es un tema de lo más refrescante. La frigidez es una flor glacial que sólo brota en la hembra humana (ostras, que bonito me ha quedado). Un hombre puede tener estrés, gatillazos, pérdida de la viagra, o estar agonizando, pero jamás he oído que un hombre sea frígido. Tampoco es cosa normal entre las hembras de los animales –desde luego, no entre las gallinas– porque una hembra, cuando recibe su ducha hormonal queda muy propensa.

Pero, si alguna no se dejara montar, su conducta sería un rasgo anticopulatorio que eliminaría sus genes, a no ser que el veterinario le metiera, por las bravas, un jeringazo de semen. Para las mujeres es distinto porque la frigidez no es óbice o cortapisa.

Por ejemplo, ahí está el caso de mi amiga Luz Divina que era una belleza resplandeciente pero hierática. Tenía un novio envidiable que se daba un aire con Glenn Ford. Cuando bailaba con él, Luz Divina se mordía un pellejo, cuidaba de que no le pisaran los zapatos y un día hasta le reventó un lobanillo del cuello mientras bailaba Yesterday de los Beatles. Cuando le preguntaba si no percibía un ir y venir, un subir y bajar o un quita y pon, ella decía que sólo notaba que al novio le sudaban las manos. ¡No le iban a sudar! Mi amiga era una piedra hasta con Charles Aznavour. Pero se casó con su novio –pobre, ya finó– y fueron felices.

Por eso la frigidez no fue tratada como un problema hasta bien entrado el siglo XX. Con anterioridad se consideraba la frigidez como una cualidad muy deseable. La mujer ideal y virtuosa no ponía en el asador más carne que la necesaria para complacer abnegadamente a su marido. A menudo se insistía en que, mientras la sexualidad era algo intrínseco que brotaba espontáneamente en el hombre, sólo surgía en una mujer si alguien la despertaba, la iniciaba, la alteraba. "En una mujer no corrompida, el impulso sexual no se manifiesta en absoluto, sino sólo el amor, y ese amor es el impulso natural de una mujer para satisfacer a un hombre". (Johann Gottlieb Fichte, La ciencia de los derechos, 1800). "En general, el deseo sexual de los hombres es inherente y espontáneo...Las mujeres cuya posición y educación las ha protegido de las causas excitantes, pasan por la vida sin tener conciencia de las incitaciones de los sentidos". (Anónimo La prostitución, 1851).

Los profesionales de la medicina (por decir algo) estaban totalmente de acuerdo en que la indiferencia sexual era natural en la mujer honesta. "Por regla general, una mujer pudorosa no suele desear ninguna gratificación sexual para sí misma. Se somete a su marido, pero sólo para complacerlo y, si no fuese por el deseo de la maternidad, se sentiría más bien aliviada si él la dispensara de sus atenciones". (Dr. William Acton. Las funciones y los trastornos de los órganos reproductores, 1857). "Predomina la opinión vulgar de que las mujeres son criaturas de pasiones similares a las nuestras... No hay nada más absolutamente falso... Sólo en raros casos las mujeres experimentan la décima parte de la sensación sexual que es familiar a la mayoría de los hombres". (Dr. George H. Napheys, La transmisión de la vida. 1878).

¿En qué momento se decidió que la mujer frígida tenía un problema y su marido también? ¿Por qué las mujeres decentes dejaron de mirar la lámpara mientras les hacían un niño y empezaron a inquietarse? Yo creo que cuando las señoras burguesas tuvieron acceso a los libros y los escritores pensaron en ellas como consumidoras. La literatura del siglo XIX está llena de castas y aburridas esposas que son seducidas por hombres expertos que las introducen en el sexo trotón. El primo Basilio, en la novela de Eça de Queiroz, se atusa el bigote despeinado después de revelar a su prima –a la que se ha tomado el gustazo de seducir– una caricia muy francesa. A la heroína de León Tolstoi, Ana Karenina, le quitan a su hijo, enferma gravemente y se queda calva y fea por un amante que le ofrecía las voluptuosidades que a su maduro esposo no se le pasaban por la imaginación. De todas ellas a la que menos comprendo es a la Emma Bobary de Flaubert, que engaña a su marido y encima se empeña hasta las cejas, contraviniendo todas las reglas de la lógica, porque una joven, si está dispuesta a caer, tiene obligación de sacarle al amante todo el dinero posible y que no le cueste un duro la broma.

Naturalmente, todas mueren después de haberlo pasado bomba. Ahí, ahí aprendieron maridos y esposas que merecía la pena perfeccionar el polvo casero que, al fin y al cabo, no daba tantos quebraderos de cabeza.

La idea de que la sexualidad femenina permanece latente hasta que un hombre la despierta seguía vigente en tiempos de Gregorio Marañón, que participaba de la opinión, muy extendida, de que no hay mujeres frígidas sino hombres inexpertos. Con todos mis respetos, no estoy de acuerdo. Yo diría que hay mujeres inexpertas, ignorantes o que no se explican bien. Los hombres, pobrecitos, no son hadas madrinas aunque tengan una varita y algunos un buen palitroque. De todas formas, con esta frase, se reconoce que el orgasmo femenino no se obtiene por vía instintiva, sino que es una elaboración que se desarrolla con el aprendizaje y la experiencia.

Los pioneros de la moderna sexología estaban un poco confusos con la frigidez. Para Bergler, en 1934 el único criterio de frigidez era la ausencia de orgasmo vaginal; no es extraño, por lo tanto, que asegurase que entre el 70 y el 90% de las mujeres eran frígidas. Para Knight el 75 % de las mujeres apenas obtenían placer de la relación sexual. Parecía que la frigidez era algo común a la mayoría de las mujeres.

William Stekel en 1937 distinguía tres casos de frigidez: 1. La mujer sin deseos ni sensaciones (mi amiga Luz Divina). 2. La mujer semi-frígida, capaz de deseos y orgasmos aunque frustrados o contados con los dedos de una oreja. 3. La mujer preorgásmica que es calentorra y receptiva pero sufre un bloqueo.

Tanto Kinsey como Masters & Johnson se inclinaban por pensar que había que distinguir la anorgasmia de la frigidez. Y que la auténtica frigidez era rara. Actualmente, los terapeutas sexuales han decidido desterrar el calificativo de frígidas para las mujeres que padecen anorgasmia. Prefieren llamarlas preorgásmicas aunque tengan ochenta años y hayan experimentado sesenta de vida sexual activa. La idea de fondo es que "nunca es tarde" y hay que seguir probando.

Sin embargo, en el hospital de St. Thomas de Londres en la Unidad para el Estudio de los Gemelos se ha realizado recientemente un trabajo acerca de la influencia genética en la anorgasmia. Estudiando un grupo de 4.000 mujeres resultó que un 16% eran genéticamente frígidas. Se afirmaba también en el estudio que la herencia genética explicaría hasta el 34% la probabilidad de que una mujer consiga un orgasmo en el coito. Bueno, como no se han identificado los cromosomas portadores de la frigidez, las anorgásmicas pueden seguir con sus terapias.

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