Menú
Alonso Holguín

No siempre mueres

9 de septiembre. Plaza de la República Argentina, Madrid. De los 16 guardias civiles que viajaban en el autobús, cada año faltan más.

9 de septiembre. Plaza de la República Argentina, Madrid. De los 16 guardias civiles que viajaban en el autobús, cada año faltan más.
Foto posterior a un atentado de ETA en Madrid, a finales de los años 80. | Archivo

Días fundamentales en un ser humano: el día que naces y cuando sigues vivo. No siempre coinciden, no siempre mueres. Hay individuos —al parecer de tu especie, aún por demostrar— que deciden si eres merecedor de compartir la existencia o no. De eso conocemos mucho las víctimas del terrorismo, diplomatura cum laude, en la universidad de la vida.

Un 9 de septiembre, como otro cualquiera para muchos de ustedes. En cambio, para algunas personas, es diferente. Año a año, mes a mes, día a día, hora a hora, siempre se repite la misma historia. Sigo vivo, dice entre lágrimas J.C. mientras permanece a pie firme, ramo de flores, una vela encendida y tricornio, su tricornio, que tanto pesa cada día; más ese 9 de septiembre de cada año. Plaza de la República Argentina, Madrid. Mientras los coches rodean la fuente decorativa del centro, J.C. reza una oración desde 1985 en el aniversario. Un año y otro, otro más; un compañero menos, mi hermano menor falleció hace años. De los 16 guardias civiles que viajaban en el autobús, cada año faltan más.

Dirección General de la Guardia Civil, calle de Guzmán el Bueno, hacia las 06:30 de la mañana. Uniforme, armas, formación y órdenes para el servicio en la protección de las embajadas en Madrid, capital de España. Es el cometido de la 7ª Compañía de Madrid –Interior. Microbuses, todos arriba. Depende del lugar, vas en uno u otro. Lotería, suerte, fortuna, providencia, ¡vete tú a saber!

José Luis y J.C., los hermanos, se sientan uno a cada lado del pasillo, como el resto de compañeros. Hay quien procura sentarse lejos de la ventana, por si acaso. Familia, hijos, esposas, cualquier conversación cotidiana del día a día. Pasan calles y semáforos. Depende del conductor y de las órdenes recibidas, van por una u otra. Toda precaución es poca. Antonio, el conductor, acelera. Semáforo estaba en ámbar, amarillo jódete. En ese instante, todo salta por los aires. Un coche bomba estalla al lado del microbús, distancia suficiente para no alcanzar de lleno al transporte de guardias civiles. Cristales y metralla vuelan por el aire del interior del bus, que acaba chocando contra un árbol en la plaza.

Unos salen desorientados por las ventanas rotas; otros comienzan a disparar al aire. Esos tiros ahuyentan a los terroristas, dicen en la doctrina de autoprotección. J.C. escucha desde la calle la petición de auxilio. Quedan compañeros en el microbús incendiado. Patadas, empujones desde el interior y agarrar con toda la fuerza del universo el tirador de fuera. Salen dos compañeros, uno con graves heridas. Tras cerciorarse de la evacuación de todos los compañeros, J.C. se da cuenta de una persona en la acera. Tendida en el suelo, sin uniforme, no es de los nuestros; la sangre sale a borbotones de su cuello. Se acerca y aprieta en la herida con su pañuelo. Un coche de policía nacional ha parado en las cercanías. Los agentes llegan a su lado. Está muy jodido, sujeta ahí, nos vamos en el zeta. Montan los tres y el herido en el vehículo policial hasta el hospital de la Cruz Roja en el paseo de Reina Victoria. Lo más cerca. Tranquilo, no hables, vas a salir de esta… vamos al hospital… sigue despierto, no te duermas, todo irá bien… Los argumentos se acaban y florecen los sentimientos. Que no lloro, coño, se dice J.C., de esta sales, intenta animar al herido muy grave. Cada palabra, frase, sentimiento, se acompaña de presión en la mano derecha y en el pañuelo. Evitar la salida de la sangre, que se escapase el alma. Ingresan al tipo en urgencias. Llevadme a la plaza, por favor, allí está mi hermano, J.C. suplica a los compañeros. Vuelven con el coche de policía hasta la plaza. Todos han sido evacuados a diferentes hospitales. Cercanías, heridas, criterio médico; ¿dónde han llevado a mi hermano?, dudas y preguntas difíciles de responder. Vuelta a la Cruz Roja, es lo más cercano.

Curan las heridas, cortes en manos, cara y brazos. Cuando J.C. se interesa por el herido, en el quirófano, muy jodido, es americano. Días después fallece a los 40 años, Eugene Kent Brown hacía deporte en el peor sitio y momento. Los etarras nunca piensan en el bien ajeno. Nunca.

El gobierno de los Estados Unidos de América escribió una emotiva carta de agradecimiento a J.C. por su labor, atención, ayuda al herido. Lástima no pudo hacer más, es lo que más jode, lo que nunca se puede superar.

El año que viene, a las 07:20 h. del día 9 de septiembre o cualquiera otro, cuando pasen por la plaza de la República Argentina y en cualquier lugar, acuérdense de acompañar en la oración a J.C., que por allí andará, en recuerdo de todas y cada una de las víctimas del terrorismo. No busquen la placa en recuerdo del fallecido y heridos. No está. Llevamos el recuerdo en la mente, en el alma. Otros… no.

Un día naces y otro sigues vivo. No siempre coinciden, no siempre mueres.

P.D: Querido Jesús Cirilo, J.C., gracias por compartir tus sentimientos y servicio a este hermoso país llamado España.

Temas

En España

    0
    comentarios