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Amando de Miguel

Anatomía de la envidia

En ocasiones, la envidia se convierte en un estímulo para esforzarse, trabajar, superarse. .

En todos los idiomas cultos, existe alguna palabra para la envidia, un sentimiento que experimentan muchas personas, en algún momento de su vida, bien como envidiosas o como envidiadas. Se trata de un estado anímico muy complejo. Incluye un haz de pasiones relacionadas: odio, venganza, celos, desconfianza, frustración. Suelen ser pasiones ocultas o disimuladas. En castellano decimos: “respirar por la herida”. La expresión resulta brutal, pero, revela una realidad bastante común. El envidioso se reconcome por dentro, para disimular apetencia de llegar a ser como el envidiado. Una salida paradójica es que, para disimular sus angustias, el envidioso se convierta en extravertido, hasta hacerse, incluso, simpático y obsequioso.

En el mundo de la política o de la cultura (espacios muy competitivos), se da mucho la figura del activista, el individuo hiperactivo; suele esconder un envidioso compulsivo. Tampoco es que se trate de un vicio oculto o vergonzante. Quien más, quien menos, encuentra alguna figura cercana para admirarla, imitarla, conseguir una participación vicaria en sus éxitos.

Según sea el estadio de desarrollo de un país, se detectan dos tipos de pasiones envidiosas. En la sociedad tradicional, la envidia se ve propiciada por la general escasez de bienes materiales. No hay beneficios suficientes para todos, por lo que la envidia surge de compararse con otro individuo destacado, al que se considera privilegiado. Es fácil convenir que el tal consigue una parte sustancial del pastel. 

En un país desarrollado, la envidia es más simbólica, se manifiesta por el clima competitivo, individualista. En tal caso, el envidioso lo es por desear lo que tanto abunda y él tiene tan poco, fundamentalmente, el reconocimiento social, que se concentra en pocas personas y papeles. En una y otra circunstancia, la relación envidiosa se establece entre dos personas cercanas, sea por parentesco, vecindad o dedicación.

Sería tonto desear parecerse a una figura famosa, una celebridad, en cualquier terreno. Resulta mucho más práctico fijarse en los éxitos, aunque, sean mínimos o circunstanciales, que ostenta una persona próxima. El envidioso quisiera ser como ella, por el reconocimiento social que recibe, pero, no lo consigue, o no del todo. El intento fallido genera frustración, empeño, inquietud, como reacciones menores e inmediatas. Si la frustración se extiende en el tiempo, puede que surja el odio, la venganza, la violencia. La tragedia es que el original será, siempre, superior a la copia. No hay solución aparente, porque lo normal es que cada uno de nosotros tengamos algún modelo, al que queramos igualar. La envidia es, solo, el estadio morboso de cualquier comparación personal.

En la sociedad actual, y en los ambientes acomodados, menudean los premios, distinciones, medallas, diplomas, ingresos extraordinarios, homenajes, reconocimientos simbólicos de todo tipo. Tales mecanismos son, paradójicamente, excitantes de envidias mil. No deja de ser un resultado paradójico.

No todo es frustración, sufrimiento y melancolía. En ocasiones, la envidia se convierte en un estímulo para esforzarse, trabajar, superarse. Es decir, mediante tal artificio, se logra un dinamismo social, que resulta bueno para todos. Pero, con ello, entramos en otro campo de actividad psicológica: la emulación. Habrá que transitarlo con algún detenimiento.
 

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