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Amando de Miguel

Desigualdades mil

Las desigualdades sociales subsanables se reducirían mucho si se dispusiera de un buen sistema de enseñanza general, accesible a todo el mundo.

Es sabido que todos los partidos políticos, especialmente los de la izquierda, promueven la igualdad; un ideal que, al parecer, nunca se consigue del todo. Es natural, pues los humanos somos bastantes desiguales naturalmente, se mire como se mire. Encima, todas las sociedades establecen la familia como piedra angular de la organización de la vida de relación. Lo cual significa que, por el azar de venir al mundo en un determinado hogar, ciertos individuos gozan de muchas más oportunidades vitales y de todo tipo. Nadie está en contra de esa radical discriminación social que supone la familia. Incluso la contrapartida de la enseñanza como facilitadora de la igualdad queda muy mermada, al influir todavía más en los estudios el ambiente familiar del que se parte. Cuenta, además, el otro gran factor aleatorio, cual es la inteligencia y la personalidad. Añádase la capacidad de esfuerzo y superación, tan distinta en una u otras biografías.

A pesar de todo lo anterior, o precisamente por ello, resulta un laudable propósito reducir todo lo posible las desigualdades sociales. Bien es verdad que la menor es la que hoy existe entre varones y mujeres, a pesar de que ciertas ideologías políticas la destaquen por encima de otros objetivos. Es algo que da muchos votos, pues el feminismo es el grupo de presión mejor organizado de nuestro tiempo. Súmese el ecologismo, otro acaparador de subvenciones de los Gobiernos.

Una llamativa manifestación de la desigualdad social excesiva es la que distingue la situación y las oportunidades de los nacionales y de los extranjeros en cada país. Se podrían acortar muchas distancias, pero nunca se lograrán equiparar las condiciones de vida de los nacionales y los foráneos. El problema se agrava cuando se llega a la combinación de una gran masa de extranjeros residentes y una elevada tasa de desempleo. Esa es precisamente la explosiva situación española actual. La política racional debería ser la contención de las corrientes inmigratorias que no provienen de Hispanoamérica. Pero un propósito tan loable se ve desbordado por la realidad de la inmigración ilegal, sobre todo la que proviene de África o Asia. Eso significa que aumentan las desigualdades muy por encima de lo deseable o lo tolerable. La situación dicha se consolida por el hecho de que los extranjeros poco calificados desempeñan muchas de las funciones que los nacionales no están dispuestos a asumir.

Las desigualdades sociales subsanables se reducirían mucho si se dispusiera de un buen sistema de enseñanza general, accesible a todo el mundo. Por desgracia, ese no es el caso de España, por razones que no parecen de fácil comprensión.

Además de las desigualdades que crea el mal sistema de enseñanza, persiste otra forma particularmente irritante. Es la que distingue a las oportunidades de vida entre los que mandan (en todos los órdenes, no solo el político) y los simples contribuyentes. Resulta escandalosa la distancia en el nivel de vida que separa a las personas que han tenido altos cargos en los Gobiernos y el resto de los españoles, incluso a igualdad de recursos profesionales o educativos. No digamos si el paso por los Gobiernos ha supuesto lo que se llama corrupción, que es algo más que lo que demuestra la circunstancia de haber sido procesados por los tribunales de Justicia. Resulta escandaloso el ostentoso tren de vida que caracteriza a las personas que han sido presidentes de los Gobiernos nacionales o autonómicos, acostumbradas como han estado a ostentosos privilegios.

Se podría pensar que el gran método para aliviar las extremas desigualdades sociales es el sistema fiscal. Nada de eso. La gran masa de los impuestos, tal como se hallan establecidos, recae realmente sobre el grueso de la población, la clase modesta. Los llamados "ricos", al controlar los precios y las mil formas legales de defraudación, se evaden bonitamente de las cargas fiscales que teóricamente les corresponden. Un estrato especialmente castigado por el Fisco es el de los pensionistas. La pensión que reciben no es un regalo de la Administración. Es una parte de los salarios que en su día fue detraída obligatoriamente de los mismos para constituir el fondo de pensiones que años después iban a cobrar. Tanto al percibir los antiguos salarios como las actuales pensiones, esas personas tuvieron que abonar los impuestos correspondientes. En definitiva, el Fisco les grava dos veces por el mismo ingreso. Nadie protesta por tamaña estafa.

Una institución muy popular es la de la lotería y juegos afines. La impresión general es que tal institución reparte mucho dinero. El resultado es el contrario: la lotería significa hacer más ricos a unos pocos a costa del óbolo de la gran masa. Lo que ocurre es que la gente no lo percibe así; se encuentra muy satisfecha del mítico poder repartidor de los juegos de azar.

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