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Amando de Miguel

El delicado reconocimiento

El aplauso tácito de la gente que rodea a las personas corrientes es algo necesario para la vida afectiva, es decir, la vida verdadera.

No me refiero al examen físico o mental que suelen hacer los médicos de sus pacientes como un acto de rutina. Me interesa algo más intrigante y difícil de medir: la idea que tienen los otros cercanos de las cualidades de un sujeto. Parece una cosa adventicia, pero resulta esencial para que el destinatario se sienta mínimamente seguro de sí mismo.

A lo largo de la vida de un adulto, lo que insistentemente le mueve es que las personas de su círculo inmediato reconozcan sus méritos o sus capacidades. Como es lógico, el radio de ese círculo varía mucho, según que la persona tenga una vida más o menos discreta o movida. En el supuesto extremo de algunos personajes públicos o del espectáculo, el área del círculo tiende a expandirse indefinidamente. También puede verse como una especie de mercado en el que el sujeto trata de colocar sus logros, virtudes o posibilidades. El mensaje tácito es proclamar ante los suyos algo así como: "Aquí estoy yo". Manejo la imagen del mercado porque la competición es mucha y los resultados suelen ser escasos, como proporción de las aspiraciones.

La operación descrita se visualiza perfectamente en el caso de los personajes que salen con frecuencia en los medios, singularmente la televisión y las redes sociales. Para ellos es fundamental el reconocimiento público, no solo de los suyos sino de lo que se llama "la audiencia". Sin embargo, el aplauso tácito de la gente que rodea a las personas corrientes es algo necesario para la vida afectiva, es decir, la vida verdadera.

No hay que ver el proceso, únicamente, como una conducta pasiva por parte del individuo reconocido. Este es consciente de su protagonismo, aunque sea a una escala diminuta. Por tanto, hará todo lo posible por llamar la atención de los próximos. No será en el grado cuasi patológico en el que lo hacen los famosos, las celebridades, los hombres públicos. Es lástima que en castellano no tengamos una palabra para describir esa acción de pretender las miradas de los próximos. Podría valer narcisismo, siempre que logremos desprender ese término de sus elementos estéticos. Sin llegar a tanto, es general la preocupación por una indumentaria personalizada, la manifestación de ciertos gustos o preferencias, el modelado de nuestra propia imagen.

En los niños es manifiesta la conducta de llamar la atención de los adultos próximos, hasta el extremo psicológico del solipsismo. El indicio más común de ese comportamiento es el decidido "no me gusta" dirigido a algunos alimentos, prendas de vestir o actividades prescritas, como leer o estudiar. Es una forma de insinuar que el niño se está haciendo mayor. (En las redes sociales es una constante el icono de ‘me gusta’). Quizá la función tácita de escolarizar a los niños es para que se quiten de la cabeza el prurito de llamar tanto la atención. Hemos convenido en que es más propia de los adultos, de unos más que de otros.

Para superar la dificultad del suficiente reconocimiento por parte de los próximos (incluidos los parientes de cualquier grado), los individuos se esfuerzan por alcanzar y conservar una buena provisión de amigos. La amistad es la gran institución española, que intenta compensar tantos contratiempos, empezando por los familiares. Lo malo es que, con las amistades, los servidores públicos pueden llegar a la corrupción, el manejo de los dineros públicos para el lucro personal. El caso es más frecuente de lo que revelan las estadísticas. Todo se basa en la necesidad del maldito reconocimiento por parte de las personas cercanas al sujeto. Al final, esa red de interacciones es lo que llamamos "sociedad".

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