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Amando de Miguel

El estado nacional de cabreo

Lo peor es cuando los principales líderes políticos se toman todo un año para formar Gobierno, sin dejar de cobrar su generosos sueldos y demás bicocas.

Permítaseme el coloquialismo, pero es algo más que enfado, disgusto o malhumor. Los españoles se hallan en un estado de profundo cabreo respecto de los principales caudillos políticos. Lo señalan las encuestas y está en muchas conversaciones domésticas o de bar.

Cierto es que ha pasado la ola de las manifestaciones tumultuarias, enemigas de los contenedores de basura. La razón es sencilla. Los hipotéticos fautores de las manifestaciones están colocados en los escalones de la pirámide del poder gracias al ascenso de Podemos y sus secuaces. Pero las protestas de tales demostraciones eran interesadas y parciales. El cabreo de la población es mucho más amplio y fundado. Acaso se relacione con la frustración que supone no alcanzar las aspiraciones. Porque la famosa crisis, si bien ha rebajado los ingresos de los hogares modestos, no ha minorado los deseos. Muchos españoles habrán decidido veranear en el pueblo de origen, en lugar de ir a la playa o al extranjero, como antes acostumbraban. Pero veranear es ya un derecho, como tantos otros nuevos. Por ejemplo, el derecho a la propiedad de un piso o un automóvil. Hasta los animales, domésticos o salvajes, también han conquistado sus derechos.

Más que derivado de las frustraciones personales, el cabreo generalizado procede de la presunción de que los problemas todos del hogar (estudios de los hijos, cuidado de los ancianos, etc.) los tiene que resolver el Estado, sea central, autonómico o municipal. Esa ilusoria idea la han diseminado los principales líderes políticos como forma de obtener votos. El problema irresoluble es que no puede haber recursos públicos para tantas necesidades que se consideran derechos. Las salidas típicas son dos: subir los impuestos o recortar el gasto público. Ambas se rechazan vocalmente, pero al final el pueblo traga. Para eso lo llaman ciudadanía. El resultado es que los principales políticos se hacen sumamente antipáticos; pasan por incoherentes y mendaces. Si encima algunos de ellos se llevan bonitamente el dinero público que manejan (lo que se llama corrupción) la reacción popular no puede ser otra que el cabreo sordo. Se dice así porque no se puede hacer nada para superarlo.

Lo peor es cuando los principales líderes políticos se toman todo un año para formar Gobierno, sin dejar de cobrar su generosos sueldos y demás bicocas. En una empresa privada ya los habrían despedido. En la esfera pública pasan por abnegados héroes.

La única pócima para paliar el estado general de cabreo es el fútbol. Se añade el sucedáneo o la propina de los otros espectáculos deportivos. El género se tramita a grito pelado. El método de entretener al populacho con circenses lo inventaron los emperadores romanos para contrarrestar la inevitable descomposición del imperio. Ahora se ha revitalizado gracias a los medios audiovisuales. De esa forma todos los días del año el espectáculo entra en los hogares o en los bares.

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