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Amando de Miguel

El inexorable tiempo cronológico

El destino temporal de todo lo que vive o se mueve es la destrucción, el desorden; en términos de la Física, la entropía.

El tiempo cronológico es el que miden de forma insistente, los relojes y calendarios. Representa una línea de duración de todo lo que vive o se mueve, respecto a un sujeto observador, situado en el presente. El cual rememora lo que sucedió "antes" e imagina o espera lo que vendrá "después". Solo, en algunos sueños desaparece esa continuidad inexorable del mundo real, lo que les presta encanto o angustia. El sujeto puede recordar el pasado; también puede imaginar el, siempre incierto, futuro con su imaginación o sus aspiraciones.

El sentido de la existencia del tiempo, seguramente, es una propiedad exclusiva de la especie humana, junto a otras: el habla, la risa y la mano. Es decir, se trata de una derivación de la inteligencia.

Debe quedar claro que el tiempo fluye, solamente, en una dirección. Nunca se hará posible la fantasía de regresar al pasado, un argumento de tantas obras de ficción. Más inestabilidad produce la idea de que, realmente, el presente es, solo, un corte instantáneo entre el pasado, existente en la memoria, y el futuro, siempre abierto.

Así pues, el tiempo representa un movimiento constante, como indican los relojes precisos. La consecuencia de tal hecho es que el tiempo significa, siempre, consumo de energía. Por tanto, el destino temporal de todo lo que vive o se mueve es la destrucción, el desorden; en términos de la Física, la entropía.

Con el ejercicio de la memoria, parece que recuperamos el tiempo pasado, pero, solo, lo revivimos, mentalmente. Nótese el carácter despreciativo de algunos términos, referidos a esa operación de querer regresar al pasado: "reaccionarios, trasnochados, retrógrados, anticuados, rancios, inmovilistas, arcaicos, prepósteros, anacrónicos". De modo especial, en nuestra época y en el plano político, se impone como una obligación estar, siempre, mirando al futuro, hacer planes y proyectos. Es evidente la incertidumbre que eso supone. Para reducirla, lo que se hace es confundir, intencionadamente, el futuro probable con el deseable. La operación se puede matizar con los adverbios "ojalá", "quizá" o "igual".

La identidad de una persona comienza con la percepción de los años que tiene (realmente, los que tuvo), eso es, su edad. Es el dato primordial de muchos documentos de identificación, de las historias clínicas de los pacientes, de las circunstancias de la muerte de una persona relevante.

Junto a esa apreciación de la edad del sujeto, está la sensación de encontrarse en un tiempo (año, siglo) determinado. A veces, la difusa expresión de "en mis tiempos", dicha por un viejo, se refiere a su juventud.

En los tiempos que corren, se procura que la política impida la discriminación por razones de sexo o manera de pensar, entre otros rasgos definitorios de la identidad de las personas. Sin embargo, se legitiman algunas formas inveteradas de discriminación por la edad. Por ejemplo, la misma idea de la "minoría de edad" o la obligación de jubilarse a una edad provecta, aunque por debajo de la "esperanza de vida" (promedio de años de vida probable). Se supone que son operaciones discriminatorias en favor de los sujetos, cosa bastante discutible.

El tiempo cronológico sirve para apreciar los esfuerzos por sobrevivir en un mundo competitivo. Es el caso de la expresión coloquial de "no llegar a fin de mes", equivalente a las dificultades para equilibrar ingresos y gastos, cantidades poco elásticas. Sobre los propietarios jóvenes de una vivienda, pesa la losa de los años que quedan por pagar la hipoteca. Muchas obligaciones sociales tienen que atenerse a unos rígidos "plazos" prefijados. En definitiva, el tiempo puede producir agobios mil.

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