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Amando de Miguel

El mito del carácter nacional

Por encima de todo, pensando en la vida pública española de la edad contemporánea, lo que sobresale es la "pasión autoritaria".

En la España de hace un siglo, surgió una pléyade de historiadores, reformistas, "publicistas". El equivalente actual serían periodistas, comentaristas, tertulianos, profesores de ciencias sociales. Los primeros se propusieron, nada menos, que averiguar el "carácter nacional" de los españoles de todos los tiempos. Entendían la sociedad como un organismo, aquejado de salud o de enfermedad, de crecimiento o de decadencia. Su divisa se contiene en la declaración del historiador, Ramón Menéndez Pidal: "Los hechos de la humanidad no se repiten, pero, el hombre, siempre, es el mismo". Hoy, resulta inaceptable una pretensión de tanto orgullo. Puede que existan ciertas regularidades o constancias en los individuos de una cierta sociedad, pero, habría que referirlas a una época muy determinada. Los españoles actuales hemos heredado algunas trazas de la vida de nuestros antepasados medievales. Se podrían extender, incluso, a los de la época romana y, exagerando un poco más, hasta los iberos. Pero, cuanto más atrás viajemos, más disonancias encontraremos con la realidad actual.

La prueba de lo anterior es lo irreconocible que resulta la lista de las supuestas virtudes o tachas del español intemporal. Repasemos alguna, derivadas de la literatura sobre el "carácter nacional". Por ejemplo, ese español histórico es un "idealista", algo así como don Quijote. La imagen, obtenida por los tratadistas, puede acumular muchos ejemplos históricos de figuras eminentes, no digamos, si se trata de personajes literarios. Pero, al tiempo, se pueden reseñar otros muchos tipos reales, movidos por la persecución del lucro, del afán de dominar, de la exhibición del bienestar material.

Otro rasgo común de los escritos sobre el "carácter nacional" es que los españoles distinguidos han sido, siempre, "apasionados". Depende de qué pasión se trate, pues hay varias. Desde luego, la pasión por el conocimiento nunca ha sido lo nuestro.

Más discutible es que el rasgo común de los españoles de todas las épocas ha sido la "pereza". Se puede aludir a la institución de la "siesta", últimamente, muy poco practicada por los españoles. La pereza u ociosidad se daba, sin duda, en ciertos ambientes de las clases propietarias o rentistas. Hoy, ya no es un signo de las costumbres habituales.

Más dudoso, aún, es el mito de la "religiosidad" de los españoles. Cierto es que, históricamente, la religión (católica) ha jugado un gran papel en la vida pública de todos los tiempos, aunque no tanto en la época contemporánea. Hace un siglo, en el habla popular se introducía la palabra "Dios" en mil expresiones cotidianas; hoy, apenas se menciona.

Algo parecido se podría decir de otro estereotipo, aislado por los buscadores del hipotético "carácter nacional" español: la violencia. Es patente que la sociedad española ha sido, extremadamente, violenta. Lo curioso es que, en lo que llevamos del siglo XXI, ha dejado de serlo, sea cual fuere el indicador considerado. Incluso, no destaca mucho, en la comparación con otros países europeos, la incidencia de la "violencia de género" (el uxoricidio), tan publicitada por los Gobiernos de la izquierda.

Junto a los rasgos dichos, se podrían añadir otras constantes de la vida española. Uno, es la "melancolía" (antes llamada "acedía" o tristeza). Se detecta en las obras literarias y en la pintura retratista.

Por encima de todo, pensando en la vida pública española de la edad contemporánea, lo que sobresale es la "pasión autoritaria". Es tanto activa (el "ordeno y mando" de las autoridades) como pasiva (la actitud mandible o sumisa de los contribuyentes).

En contra de ciertos estereotipos, la disposición característica de los españoles es el estudiado "pesimismo". Es la defensa del pobre, material y de espíritu, aunque podría verse, también, como un signo de inteligencia. Se halla introducido en el lenguaje coloquial. El consejo resentido del pesimista es: "no te hagas ilusiones". Un significado de "ilusión" es "esperanza con poco fundamento". Quien participa de ella es un "iluso", un epíteto despectivo.

La traducción del tradicional pesimismo español podría ser la chanza de Antonio Cánovas del Castillo, el prohombre de la Restauración liberal, en el último tercio del siglo XIX. El comentario lo dejó caer en una tertulia, en la que se hablaba de la nueva Constitución. El de Málaga propuso que el primer artículo rezara: "Son españoles los que no pueden ser otra cosa".

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