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Amando de Miguel

Ganan los mediocres

No serán muy inteligentes, pero los mediocres pasan por listos. Por eso saben ocultar sagazmente su mediocridad.

Quedamos en que la vida de la sociedad es como un continuo juego. Tal es la obsesión por competir en todos los terrenos con el fin de ganar y sobre todo para gozar cómo los otros pierden. Digamos que es el revés de la ética cristiana. Esa es la verdadera secularización de nuestro tiempo.

Cabe la esperanza de que, como en el deporte, ganen los más preparados, los más competentes. Desgraciadamente no es así. En el juego de la vida muchas veces ganan simplemente los más audaces o, lo que es peor, los mediocres.

El verdadero mediocre sabe que lo es; de ahí que lo disimule todo lo que puede.Por eso mismo intenta sobresalir a toda costa para que no aparezcan sus debilidades. Se le notan porque está siempre hablando de sí mismo; bueno, a ciertas edades también de sus hijos. A través de ellos intenta realizar lo que él no ha podido conseguir personalmente en buena lid. Parece que dibujo el perfil de un varón, pero se corresponde igualmente con el de una mujer. La igualdad entre los sexos ha llegado también aquí.

La vida política se muestra paralizada porque al frente de los partidos se sitúan los mediocres, los que no han logrado destacar en la vida profesional. Tratan de no parecerlo acaparando noticias y portadas en los medios. Son maestros en declaraciones sinsorgas que no comprometan. Ocultan una verdadera inquina contra quienes pueden sucederlos en cada partido.

El mediocre no cultiva tanto el éxito propio como el fracaso del contrario. Empieza por odiarlo sin perder la sonrisa ni la compostura. Nunca manifestará su odio y menos su envidia respecto al contrincante, el que le puede hacer sombra.

El mediocre llega a ser sumamente simpático y sociable. Está en todas partes; alardea de saber comer, beber, vestir y fornicar; sabe hacer favores y cobrárselos; viaja para contar que ha viajado; lee para decir que ha leído.

El mediocre es un tipo social muy admirado en nuestra sociedad, y él lo sabe. Al competente se le orilla porque resulta molesto. Es más, si el competente intenta medrar, hará bien en no parecerlo y tratará de destacar la parte de mediocridad que todos tenemos. Será la forma de que le perdonen un poco su valía.

Se ha visto que las sociedades actuales tienen un techo de productividad y buena organización. El obstáculo no es de dotación económica. Si no progresan más es porque al frente de muchos puestos de decisión se han situado personas más vanidosas que inteligentes; son las que saben venderse bien.

No serán muy inteligentes, pero los mediocres pasan por listos. Por eso saben ocultar sagazmente su mediocridad. Van de triunfadores, suscitan admiración, estimulan el deseo de medrar de los demás.

Conviene al mediocre un sano escepticismo, no comprometerse mucho con nada, no fiarse ni de su padre. Nos encontramos ante el arquetipo de nuestro tiempo ambiguo y descreído, hipócrita y mendaz.

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