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Amando de Miguel

Hablemos de ideas

Una cantinela de los políticos durante los últimos meses es: “Hablemos de ideas, no de personas”. Nadie les hace caso; ni siquiera ellos mismos.

Una cantinela de los políticos durante los últimos meses es: "Hablemos de ideas, no de personas". Nadie les hace caso; ni siquiera ellos mismos. Aquí solo se habla de personas. Es decir, los debates y los comentarios políticos se hacen desde el punto de vista de los que mandan o van a mandar. No hay más que observar el contenido de cualquier medio de comunicación. Es lógico. Al público lo que le interesa es el elenco de personas. Pasa lo mismo en el fútbol.

Está bien el esfuerzo para formar un Gobierno, pero debe entenderse que los políticos electos todos son ya poder, por mucho que se encuentren en la oposición o representen minorías. Es más, son ya poder aunque no se sientan españoles, sino solo catalanes o lo que sea. Ya es permisividad.

Se habla mucho de corrupción, pero hay un concepto más amplio que la envuelve: el mal uso del dinero público, aunque sea legal. Por ejemplo, es así cuando el político nombra a un nutrido cuerpo de asesores, naturalmente de forma discrecional. Añádase la querencia de gastar sin ton ni son; por ejemplo, coches oficiales de alta gama, comidas y viajes a tutiplén. Insisto, todo eso puede ser legal, pero implica un derroche del erario (que siempre es público). No digamos si los nombramientos a dedo se hacen a favor de parientes o amigos sin mayores calificaciones. El nepotismo parece ser últimamente la práctica de la extrema izquierda. Será que por fin ha descubierto la familia; menos mal.

La famosa regeneración democrática pasa también por corregir los despilfarros del presupuesto público, que son legión. El término regeneración democrática no parece muy feliz, y desde luego nada original. Sería mejor hablar simplemente de honradez, una virtud que en los últimos tiempos se menciona poco. En todo caso se habla de honestidad, una versión dulcificada.

Luego está la corrupción política propiamente dicha, esto es, el latrocinio. Es inútil combatirla como se ha hecho hasta ahora, tirando de periodistas curiosos o de guardias civiles abnegados. La prueba es que no ha hecho más que aumentar, y eso que lo que conocemos es solo la punta del iceberg. La única forma de contener un poco el latrocinio masivo es que cada partido controle y denuncie los casos de corrupción de sus miembros. Hasta ahora no lo ha hecho de forma sistemática ningún partido. Lo peor de todo es que la corrupción generalizada no parece que desmoralice mucho a los votantes.

Nótese una constante en la que no se insiste mucho. Los casos de corrupción se dan sobre todo en las Administraciones local y regional (mal llamada autonómica). La razón es que en esas escalas administrativas se otorgan más cargos de confianza o a dedo. Bien es verdad también que los puestos de diputados o equivalentes son también a dedo indirectamente, puesto que así se confeccionan las listas electorales. Se comprende el ansia de llegar al misterioso gabinete donde se confeccionan tales listas. Ahí se encuentra la almendra del poder.

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