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Amando de Miguel

La oligarquía de los grupos de presión

El verdadero éxito de los grupos de presión hodiernos está en el racimo de los que abanderan causas ideológicas de la izquierda.

En el mundo de habla inglesa se dice "grupos de interés". Se forman para defender más o menos legalmente determinados intereses de sus asociados o simpatizantes. Son un complemento de la acción de los partidos políticos, teóricamente dedicados a procurar el interés general o público, naturalmente de acuerdo con la particular ideología de cada uno. El problema léxico en español es que la palabra interés, y no digamos interesado, transmite un sentido de ilegitimidad, de injusticia. De ahí que, frente a grupos de interés, se prefiera el más descarado de grupos de presión. Está muy claro: su propósito es el de presionar al Gobierno, el Parlamento y las demás terminales del Estado para que las decisiones políticas favorezcan especialmente a sus asociados o conmilitones.

En ciertos casos, los partidos políticos españoles se presentan más bien como grupos de presión, lo que confunde un tanto la distinción entre las dos instituciones. Es el supuesto muy común de los partidos que no pretenden representar a toda la población, sino solo a una parte de ella. Por ejemplo, el Partido Nacionalista Vasco o la Esquerra Republicana de Cataluña. Pero los grupos de presión propiamente dichos no quieren ser partidos políticos, sino estar presentes en todos ellos y utilizarlos para sus fines, especialmente cuando gobiernan.

Un buen ejemplo de grupo de presión exitoso, de fuerte raigambre histórica, es el más que centenario Fomento del Trabajo Nacional, formado por algunos empresarios catalanes. Ha colaborado con todos los partidos, gobiernos y regímenes para poner por delante los intereses del empresariado catalán. En su día, por ejemplo, fue partidario del esclavismo y se opuso a la independencia de Cuba, donde radicaban algunas grandes empresas catalanas. Pugnó siempre por la defensa del arancel que favorecía a sus asociados de Cataluña. Se adaptó luego al sistema vertical del franquismo y en todo momento cuidó los intereses catalanes y los privilegios y ayudas que recibían del Estado español. Hace falta un gran sentido de la propaganda para convenir que todas esas acciones fomentan el trabajo.

Hay otros muchos de presión empresarial con notables éxitos. Por ejemplo, los que promueven que el IVA de la industria del espectáculo sea más reducido. También están los que consiguen que el Gobierno subvencione la compra de vehículos automóviles. Pero el verdadero éxito de los grupos de presión hodiernos está en el racimo de los que abanderan causas ideológicas de la izquierda. Es el caso de los grupos feministas y ecologistas. Su éxito ha sido extraordinario, no solo porque han condicionado la legislación a su favor, sino porque han acaparado todo tipo de subvenciones públicas. Es más, han conseguido que una gran parte de la población acepte que sus intereses sean considerados como axiomas, esto es, no necesitan demostración. Mantienen derivaciones tan desgarradas como la ideología de género o la prioridad de las energías renovables (no incluye la más eficiente de todas, la hidroeléctrica).

La hegemonía de los grupos de presión de la izquierda se debe a que suelen adoptar un cierto tono cultural. Se amparan en el carácter inevitable de todo lo que signifique progreso y en el general desagrado de todo lo que recuerde al franquismo. Tanto es así que nadie discute la práctica de considerar memoria histórica la eliminación de algunos de los símbolos asociados a la época de Franco. Es más, ha calado el principio de que es delito de odio criticar a los homosexuales organizados. Lo tipifican como homofobia, una aberración léxica y jurídica. Pero a ver quién se atreve a discutirla.

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