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Amando de Miguel

La sociedad pueril

La sociedad en su conjunto aparece dominada por una especie de espíritu infantil fuera de lugar y, por tanto, falsificado.

No me refiero a esa parte de la sociedad que pertenece a los niños por razones de edad. Me dan pena los pobres, siempre enjaulados, vigilados por los guardianes, que son los padres y profesores. Me interesa algo más sustancioso y polémico. Es el hecho de que la sociedad en su conjunto aparece dominada por una especie de espíritu infantil fuera de lugar y, por tanto, falsificado.

A pesar de que en España la mortalidad infantil sea la más baja de la historia, a pesar de que hoy se produzcan muchos segundos matrimonios como consecuencia de los divorcios, el hecho es que hay pocos niños. Desde luego, se ven pocos niños por la calle, como consecuencia de la reclusión que digo. Objetivamente, hay más viejos que nunca en la población española. Sin embargo, el tono vital de los españoles (ahora dicen "ciudadanos") se ha infantilizado. Es algo que se va introduciendo poco a poco en nuestras costumbres.

Ya se sabe que para los niños el centro de la vida es la fiesta, el juego, la celebración de todo. Lo de las obligaciones escolares es solo un subterfugio para que los infantes no den guerra en casa. Pues bien, ese mismo espíritu se va introduciendo en el estrato de los adultos. Hay que estar premiándolos continuamente. Se buscan todas las ocasiones para regalar algo, para darse un homenaje, para hacer una escapada, aunque sea a una ciudad próxima. Los adultos empiezan a ser tan móviles como sus hijos pequeños. Al igual que ellos, les privan los disfraces.

Los niños necesitan protección, ahora más que nunca, pues las amenazas son legión. Pues bien, los adultos también se sienten desprotegidos y confían en el papá Estado para que vigile constantemente el tráfico y la vida urbana.

La psicología infantil nos dice que la conducta infantil se expresa en la dificultad para no diferir el momento del premio, de la satisfacción en todos los sentidos. También se ha producido por este lado una infantilización de los adultos. Los cuales exigen que sus deseos, aspiraciones y demandas se satisfagan inmediatamente. En las manifestaciones de protesta por cualquier cosa se insiste en que la petición correspondiente se conteste "ahora" o "ya".

Nos aposentamos en un mundo de aparente abundancia en la que la comida y la bebida son realidades continuas, que están en todas partes. Hasta en la biblioteca pública de mi pueblo, donde figura un cartel donde se prohíbe comer o beber, hay máquinas donde expenden bebidas y bocadillos. Ese es otro rasgo infantil: el deseo de comer y beber a todas horas. No es raro ver a muchos jovencitos provistos de una botella de agua o refresco de la que liban continuamente. Viene a ser una especie de extensión del chupete o del biberón de los primeros años de vida.

La llamada comida rápida tiene éxito porque no solo gusta a los niños sino a sus hermanos mayores e incluso a sus padres. Consiste en facilitar el trabajo de masticar (nada de huesos ni de espinas) y sobre todo resulta atractiva por los colores, la presentación. Más parece un surtido de chucherías y postres que platos enjundiosos. Los adultos han aprendido el capricho de los niños de no terminar de comer todo lo que se encuentra en el plato.

La grey infantil es el centro de la vida. Me cuenta un lector que en Andalucía han decidido proveer a los profesores de la escuela obligatoria con un sistema microfónico para que puedan dar las clases. Es la única forma de que se les pueda oír, dado el constante ruido que arman los alumnos.

Muchos programas en directo de la tele, aunque alejados de la hora de la programación infantil, parece que están pensados para una mentalidad de escolares inquietos o de niños bitongos. Predominan los gritos, la música ratonera, los gestos histriónicos. Se demandan continuos aplausos. Los presentadores parecen payasos frustrados.

Los ciclistas domingueros deciden disfrazarse con los más vistosos atuendos, lo que refuerza todavía más su pueril dedicación.

En España

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