Es un lugar común asegurar que la revolución de la internet (convertida ya en un sustantivo, lejos de su origen como marca comercial) ha sido algo inesperado, una especie de milagro tecnológico. Sin embargo, se pueden rastrear algunos intentos de anticipar un desarrollo tan brillante y necesario. Sin la comunicación interpersonal inalámbrica ya no es posible entender la vida cotidiana, empresarial y científica de nuestro mundo. El mayor desastre de civilización que puede uno imaginar es que algún día dejara de funcionar la internet en el mundo. Sería un cataclismo comparable a la irrupción en nuestra atmósfera de un gigantesco meteorito. Significaría la desaparición de la especie humana. Bien es verdad que otras podrían sobrevivir y empezar de nuevo la evolución, que tardaría otra vez millones de años en recuperar el estadio actual.
Se me permitirá la inmodestia de aportar mi testimonio personal de hace medio siglo. En el voluminoso Informe sociológico sobre la situación social de España de la fundación Foessa (Madrid: Euramérica, 1970) anticipaba yo que "se llegará a una universalización del teléfono, incluso en los vehículos, y es posible que con la introducción de la pantalla visora" (p. 1.248). Añadía la "posibilidad actualmente en estudio" de que "todos los hogares del planeta sean accesibles unos con otros a través de un sistema vía satélite que pueda intercambiar conversaciones, copias de cartas y documentos e información codificada, a un coste mínimo, equivalente de las tarifas telefónicas interiores en la actualidad" (p. 1.357). Es realmente la definición de la internet, que hace medio siglo no pasaba de la fase experimentalpara contados científicos. Nadie pudo imaginar su desarrollo a la escala actual.
Me gustaría recoger un precedente mucho más antiguo y, por tanto, más meritorio. Siempre se ha dicho, y con razón, que en la literatura española escasean las obras de lo que podríamos llamar "ciencia ficción", ya que lo nuestro es el realismo, no la fantasía. Sin embargo, me gustaría salvar el testimonio de una obra casi clandestina. Me refiero a la novela El archipiélago maravilloso, de Luis Araquistain (Madrid: Mundo Latino, 1923). Se trata de una utopía, en el sentido clásico de imaginar una civilización desconocida, en este caso en una isla del Pacífico. Sus habitantes habían descubierto la inmortalidad. "Pero muchos siglos antes de llegar a ser inmortales… habían prescindido de los periódicos por incómodos y anticuados. Los sustituían con pequeños aparatos portátiles de comunicación a distancia, por medio del aire, los cuales podían enlazar en cualquier momento y desde cualquier punto de la tierra, el espacio o el mar, con el Palacio de Informaciones y Comentarios, donde unos poderosos aparatos de transmisión anunciaban continuamente, día y noche, los sucesos más importantes de la isla". Es más, "si uno quería enterarse de los artículos de los mejores escritores de la época, se preguntaba a la central que cuáles había disponibles" (p. 97). En menos palabras, hace casi un siglo, Luis Araquistain anticipa la prensa digital y la comunicación vía internet, que ahora nos resultan tan familiares. Lo hace al modo clásico, imaginando que se trata de una civilización utópica. En su tiempo, podía clasificarse como un mero ejercicio de fantasía.
Quizá nos pueda llamar la atención no solo la capacidad anticipatoria de Araquistain, sino el hecho de que hace un siglo algunos dirigentes del PSOE publicaran libros, y encima de ciencia ficción. Resalto una anomalía tal para indicar que la intelectualidad española no ha sido tan infecunda como a veces se presume.
Lo interesante ahora sería imaginar qué va a ser de la internet en el inmediato futuro, cuando todavía esa voz se escribe con respetuosa mayúscula. Bien es verdad que esa norma gramatical todavía se aplica a la TV, la ubicua televisión. Es fácil anticipar el fin de la prensa o incluso los libros de papel. Pero a ver quién se atreve con la previsión del fin de la internet. Después de todo, no hemos superado las limitaciones de la lengua escrita, de las imágenes. Lo de la comunicación intercerebral sigue siendo un tema favorito de la ciencia ficción.