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Amando de Miguel

Las colas del hambre

La gran paradoja de este hecho es que, durante el último siglo, en España y en todo el mundo hemos asistido al sistemático descenso relativo en el precio de los alimentos.

Aunque pueda parecer mentira, el mundo actual sigue sin resolver el problema ancestral de las hambrunas, las crisis de subsistencia (según los economistas y los historiadores), que surgían de tanto en tanto. Las provocaban las malas cosechas, las guerras y otros desastres. Hoy no solo tienen lugar en los países pobres (piadosamente considerados "en vías de desarrollo"). También hay colas del hambre en los países ricos, desde luego en el nuestro. Es una desagradable sorpresa, un escándalo mayúsculo.

Se dice "colas del hambre" porque son visibles (objeto de las cámaras de la televisión) las filas de personas a la espera de los alimentos repartidos por ciertas organizaciones benéficas. Cáritas es la más activa. No se supone que estos servicios de reparto de alimentos básicos los lleven a cabo las oficinas públicas; tampoco los sindicatos, como era notorio en anteriores crisis económicas. No se comprende bien esa dejación de las instituciones públicas.

La gran paradoja de este hecho es que, durante el último siglo, en España y en todo el mundo hemos asistido al sistemático descenso relativo en el precio de los alimentos. Por eso mismo llama la atención que haya tantas personas sin poder adquirir la comida necesaria. Realmente, nos encontramos ante un gran fracaso de nuestra civilización. Las colas del hambre se forman no solo con la tradicional población de mendigos o marginados, sino con personas, que, antes, bien podrían haber pasado por clase media. Hay que imaginar la vergüenza por la que estarán atravesando. Claro, que más avergonzados tendrían que estar los gobernantes, ahora empeñados en renovar la flota de coches oficiales de alta gama.

Las sociedades actuales han logrado disminuir las graves desigualdades sociales de otros tiempos. No obstante, se mantiene la distinción entre una minoría exquisita, que come por placer, y esta otra, necesitada, que no llega a fin de mes, no consigue matar el hambre o llevar el pan a casa. La situación nos recuerda, a muchos españoles jubilados, a los "años del hambre", los que siguieron a la guerra civil. La institución del racionamiento obligó a que muchas familias tuvieran que acogerse a diversas organizaciones asistenciales o a recurrir al ominoso estraperlo (mercado negro).

En España, la hambruna de hoy es de carácter estructural. Es decir, es el resultado necesario de un deficiente sistema económico, además de la incompetencia del Gobierno. La revolución digital de tantos procesos fabriles o de servicios ha generado un desempleo masivo, más intenso que nunca. Eso es a pesar de que se retira de la oferta laboral un gran número de jóvenes estudiantes y de jubilados. Por si fuera poco, la actual pandemia ha ocasionado ingentes pérdidas en los sectores comerciales y turísticos, además de un gasto desaforado en asistencia sanitaria. El resultado no es solo el desempleo de los trabajadores por cuenta ajena, sino el de muchos autónomos y el de casi todos los inmigrantes no calificados (que son los más). No se trata de una crisis coyuntural, sino de una desorganización completa del conjunto de la economía. Solo en los momentos bélicos se ha llegado a un desmantelamiento parecido del sistema económico. Lo nuevo es que ahora no es consecuencia de la escasez de alimentos o de medios de vida. Al tiempo de esta hecatombe, diariamente se tira a la basura una cantidad ingente de restos de comida.

Dado que la hecatombe es de alcance mundial, el responsable último, por encima de los respectivos Gobiernos, es la FAO. Se trata de la agencia de las Naciones Unidas con la misión de acabar con las hambrunas en el mundo. Su lema, en latín, reza: Fiat panis (= distribúyanse los alimentos a todo el mundo). Es notorio el fracaso de tal propósito. Vendría muy bien la clausura de las oficinas de la FAO en todos los países. Pero nadie se plantea tan justa decisión.

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