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Amando de Miguel

Más preguntas que respuestas

¿A quién representan los dos sindicatos, digamos, oficiales o establecidos: UGT y Comisiones?

¿A quién representan los dos sindicatos, digamos, oficiales o establecidos: UGT y Comisiones?
Los secretarios generales de UGT, Pepe Álvarez (d), y CCOO, Unai Sordo. | EFE - Víctor Casado

Inquieren algunos lectores inteligentes que de dónde saco tantas ideas para verterlas en estas páginas. Muy sencillo: algunos de esos seguidores más cercanos me plantean interrogantes sobre la vida colectiva de los españoles actuales. Es inevitable que me hagan pensar, leer y escribir.

Mi amigo de muchos años Jesús Martínez Paricio se pregunta conmigo a quién representan los dos sindicatos, digamos, oficiales o establecidos: UGT y Comisiones. Él sugiere un hecho sospechoso: no se sabe cuáles son los sueldos y otras facilidades de sus dirigentes. Desde luego, no provienen de las cuotas de los afiliados. Añado que el contraste es notorio con la reciente publicación del patrimonio del Rey; asaz modesto. Precisamente, no está muy claro cuál sea el presupuesto de los sindicatos de la situación. Tampoco se sabe cómo se mantiene la nutrida nómina de los liberados sindicales, donosa expresión. Lo que sí observamos es que en las ocasionales manifestaciones callejeras de estos gremios acuden menos participantes de lo que haría esperar el elenco de sus dirigentes, empleados y afines.

Jesús Martínez Paricio me sugiere que la vinculación de la UGT al PSOE no es la que fue en su día. Es más, añade que el Partido Socialista ha dado paso a una fórmula personalizada: el sanchismo. Es una deriva que se observa también en los partidos de otros países latinos, europeos y americanos. Si Sánchez se evaporase, ¿quién se haría cargo del marbete socialista, obrero y español? Mi amigo sugiere que Margarita Robles. Yo creo que se alzará un nuevo partido con los restos de la extrema izquierda.

En el entretanto, un nuevo amigo, doctorando él, Daniel del Castillo, se pregunta cómo es posible que tanta gente vote todavía a Sánchez. Lo ignoro, a no ser que recurramos a la ley de la inercia, que tanto cumple en el comportamiento electoral. Puede ser, también, que pese otra constancia política: son muchas las personas que se sienten satisfechas con las tesis de los que mandan. Tal vinculación afectiva les proporciona una gran seguridad.

Mi amigo Juan Luis Valderrábano suscita la batallona cuestión de quiénes son los favorecidos por las recientes subidas de los precios. Muy sencillo, me dice, las elevadas tasas de inflación favorecen la pretensión del Gobierno de contener un poco la escandalosa deuda pública. A su vez, los precios desmesurados de las materias primas y la energía se ven favorecidos por las condiciones de la guerra en Ucrania. De momento, justifican la subida de los impuestos. Tales circunstancias ayudan a un Gobierno dispuesto a conceder todo tipo de subsidios a los individuos que dicen "vulnerables". Eso asegura la clientela electoral.

Me viene a las mientes la imperiosa pregunta que nos hacíamos hace dos generaciones: "Después de Franco, ¿qué?". Era más retórica que otra cosa, pues implicaba que con Franco vivo no íbamos a salir del atolladero. Los franquistas contestaban con el estilo de las antiguas pitonisas: "Las instituciones". Cada uno pensaba en cosas distintas. En efecto, llegó la "transición" y se confeccionó un texto constitucional por consenso de casi todas las fuerzas políticas. Ahora habría que replicar el interrogante: "Después de Sánchez, ¿qué?". Pues quedarán los sanchistas y surgirán nuevas personas eminentes. Hemos de confiar en un nuevo relevo generacional para que se imponga un renovado tipo de político. Deberá ser más competente, alejado de la mendacidad y de las prácticas corruptas, despegado de la propaganda, dispuesto a servir a la nación española. La pobre anda hecha unos zorros. Puede que sea un haz de deseos demasiado idealistas o utópicos. Al menos, se hace necesario ese cambio de talante en la extensa cohorte de los que mandan. Por desear, que no quede.

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