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Amando de Miguel

Turisfobia, la última estupidez colectiva

El fenómeno "turisfóbico" ha surgido en las regiones donde domina el nacionalismo. No es casualidad

No me gusta el nuevo engendro léxico de "turismofobia"; pero se impondrá. Yo preferiría "turisfobia", es decir, odio contra los turistas y sobre todo los negocios que los acogen. No debe confundirse con la idea de regular las actividades turísticas para que las masas de visitantes no ocasionen males mayores. Por ejemplo, es evidente que llegará un momento en el que no se admitirán visitas a las cuevas de Altamira. Tendrán que conformarse con visitar una réplica de ese singular monumento. Quién sabe si no habrá que hacer lo mismo con el museo del Prado y tantas otras joyas del patrimonio cultural.

La "turisfobia" es la agresión vandálica contra la masiva corriente turística, fundamentalmente extranjera. Es una expresión más de los múltiples rencores que muestran los españoles en la vida colectiva. En el fondo se trata de un odio reconcentrado contra España (ahora se dice "el ámbito del Estado") y la economía de mercado, todo en el mismo paquete.

Interesa concentrarnos en la personalidad "turisfóbica", una variante de la xenofobia. No es general, solo una excrecencia de la sociedad. Se puede entender mejor como una variante del terrorismo. Los del grupo Arran ("arran" en vascuence significa "pescado") son solo la continuación catalana de la Kale Borroka vasca. Es decir, aprendices de terroristas. En ambos casos lo curioso es que los cafres agresores previamente se consideran agredidos. Se trata de un mecanismo neurótico.

La primera característica del terrorista "turisfóbico" es una suerte de parroquialismo, algo más extremo que el simple localismo. Solo le interesan las cosas de su tribu. Los foráneos representan una amenaza latente. Es un rasgo muy típico de la debilidad mental.

Más fuerte en este caso es la ideología antisistema, la que se siente incómoda con la economía de mercado, la iniciativa privada y las otras libertades del capitalismo. No se percata de que el ramo turístico es el equivalente del petróleo para la débil economía española. O quizá los terroristas "turisfóbicos" sean conscientes de ello y por eso arremeten contra una de las bases de la prosperidad de los españoles.

La personalidad "turisfóbica" se podría haber desarrollado en toda España, por lo mismo que es general el apoyo a la extrema izquierda o a las mesnadas antisistema. Pero el fenómeno "turisfóbico" ha surgido en las regiones donde domina el nacionalismo. No es casualidad. El odio a los foráneos es consustancial con la actitud nacionalista (ahora resueltamente secesionista).

Uno de los argumentos de estos nuevos cafres es que, al generalizarse el turismo, España (o Cataluña; es igual) se convertiría en un "país de camareros". Representa un profundo desprecio contra los trabajadores de las empresas que transportan, dan de comer, beber y alojamiento a los visitantes.

Con independencia de (ahora se dice "más allá de") los motivos ideológicos, siempre de baja estofa, que alegan los terroristas "turisfóbicos" y quienes les apoyan, hay en ellos un factor de índole psicológica. Es el componente de la personalidad narcisista, la que se considera el centro del mundo, se complace en ser contemplada por los demás y anula el sentimiento de culpa. A toda costa intenta llamar la atención.

¿Cómo habría que tratar a los "turisfóbicos"? Algunos serán enfermos mentales encubiertos y otros delincuentes que causan estragos. A cada uno lo suyo. Eso es la justicia.

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