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Ana Galante

11 de marzo, la espiral del silencio

Ya nada será igual, los mártires asesinados no nos permiten olvidarlo; tampoco las heridas físicas o emocionales y, lamentablemente, otras que jamás pensamos que arrastraríamos, como el sentimiento de desamparo, abandono y decepción al reclamar justicia.

Desde el 11 de marzo de 2004, han pasado ocho años y 7 semanas. Durante este tiempo, todos aquellos que vivimos de primera mano el atentando, y dependiendo de la gravedad de las heridas, hemos visto trastocado nuestro día a día a nivel físico y emocional, sobre todo aquellos a quienes les arrebataron a sus seres queridos de la forma más cruenta y cobarde.

Como resultado, nuestra forma de relacionarnos con el exterior se ha visto deteriorada, mientras aprendemos a gestionar los desajustes emocionales provocados por el duro trance de asimilar las consecuencias, a nivel personal, del atentado del 11M.

Ya nada será igual, los mártires asesinados no nos permiten olvidarlo; tampoco las heridas físicas o emocionales provocadas directamente por el atentando, y lamentablemente otras que jamás pensamos que arrastraríamos, como el sentimiento de desamparo, abandono y decepción al reclamar justicia.

Por todo ello, me gustaría que lo que ocurrió el 11 de marzo no entre en una espiral de silencio, es decir, que el atentado se convierta en una agresión pública y silenciosamente tolerada.

Me gustaría indicar que la escala de violencia puede iniciarse de dos formas:

1) A partir de una agresión aislada, y/o 
2) A partir de repetidas acciones de exclusión social y de humillación hacia una de las partes

También se considera agresión cualquier conducta que, aún teniendo intención de provocar daño, fracasa en su objetivo, como por ejemplo difamar.

Ante estos tipos de violencia a los que nos hemos visto sometidos en algún momento durante el transcurso de estos ocho años, siempre hemos respondido con nuestra necesidad de conocer la verdad y nunca ha existido un afán de venganza. Sólo una solicitud de protección y amparo al Estado por una circunstancia que ninguno de nosotros hubiéramos querido que sucediera ni ese 11 de marzo ni ningún otro día. Este Estado, el nuestro, ha de ser garante de ambos.

En el contexto de la agresión, la espiral del silencio, acuñada por la politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann, estudia la opinión pública como una forma de control social en la que los individuos adaptan su comportamiento a las actitudes predominantes sobre lo que es aceptable y lo que no, para evitar entrar en una exclusión social.

Describía el proceso por el que la no intervención y el silencio de los observadores de agresiones o de actos violentos son interpretados como una señal de conformidad. De modo que, lo que es sólo opinión de una parte llega a ser considerado como una manifestación de aceptación generalizada, debido a que la mayor parte de las personas tienen miedo al aislamiento y a manifestar sus opiniones. Por ello, primero tratarán de identificar las ideas, para luego sumarse a la opinión mayoritaria o consensuada. En esta disyuntiva, la principal fuente de información serán los medios de comunicación y estos definirán el clima de opinión sobre los asuntos de que se trate. Este clima se cristaliza en opiniones y votos.

Esta situación dificulta la expresión de posiciones contrarias y, en este sentido, promueve los sentimientos de desesperanza de la víctima por no encontrar apoyo y por la actuación de los agresores, que persisten en su conducta impunemente. Aquí también intervienen los observadores que van desarrollando diversas estrategias de afrontamiento: evitan verse comprometidos, dan señales de simpatía a los agresores y justifican sus acciones minimizando la gravedad de lo ocurrido. Para paliar esta disonancia cognitiva que esto les provoca, la persona se ve automáticamente motivada para esforzarse en generar ideas y creencias nuevas para reducir la tensión hasta conseguir que el conjunto de sus ideas y actitudes encajen entre sí, produciéndose un notable cambio de actitud o de ideas ante la realidad.

Tras contaros esto, me gustaría no perder la esperanza, a pesar de que las víctimas, todas –directas e indirectas– del terrorismo vivimos abatidas, con un sentimiento de inseguridad, de tristeza por la ocultación de pruebas durante la investigación, un juicio y una sentencia irregular y, al mismo tiempo, intentando paliar nuestras heridas, incurables casi todas, para conseguir descubrir, juzgar y condenar a los criminales (materiales y estrategas).

Aunque intenten confundirnos, no cesaremos en nuestro empeño de concienciar a la sociedad para que se investigue la verdad de lo ocurrido. Y, por qué no, para exigir medidas preventivas para que no se vuelva a repetir nunca, que el mal no triunfe, ni sea premiado.

Tengo esperanza de que un día no muy lejano se pueda descubrir la verdad, por remordimiento de los autores o personas implicadas indirectamente, porque los que intervinieron en la trama se vean traicionados o porque la verdad y la justicia simplemente tienen que vencer. La esperanza y la justicia tienen que ser el motor de nuestras vidas.

Pido que no se nos instrumentalice, ni seamos moneda de cambio o prebendas al mejor postor. Lo que las víctimas demandamos es el cumplimiento de la ley y un afán de justicia, y en este tema las víctimas estamos plenamente legitimadas para condicionar y que se nos escuche, y no se puede permitir que los asesinos, los terroristas, impongan o condicionen su macabro proyecto. No nos lo podemos permitir.

Hay que agradecer a todos los valientes paladines de la Memoria, Dignidad y Justicia, de todas las víctimas del terrorismo que hablan alto, claro y sin miedo, día tras día, intentando concienciar a la sociedad para que se investigue la verdad, se cumpla la Ley y, en definitiva, que haya JUSTICIA.

No permitamos que se arrincone, margine o recluya en un silencio ominoso a las víctimas del terrorismo. Recordad que las victimas reclaman justicia porque sobre ellas recae todo el sufrimiento que los terroristas querían infligir al Estado.

Ana Galante es víctima del 11-M

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