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Carmelo Jordá

Lo que el carnaval nazi nos dice de España

En España estamos acostumbrándonos a banalizar el Holocausto, y la gran mayoría desconoce uno de los episodios capitales de la Historia

Ya he escrito alguna vez que hacer humor con el Holocausto es un asunto difícil, prácticamente imposible; es una apuesta arriesgada y sólo humoristas de muchísimo talento pueden salir con bien del empeño. Esto no quiere decir que no se tenga derecho a intentarlo, pero lo más normal es que acabes haciendo el ridículo, cuando no algo peor.

Del mismo modo, sensibilizar e informar sobre el horrible drama que fue la Shoá es importante y necesario; pero tampoco cualquier ocasión vale y, desde luego, no parece que el Carnaval sea el momento adecuado para agitar las conciencias. Igual me equivoco, pero yo juraría que la gente sale a disfrazarse, ver las comparsas, echar unas risas y, como mucho, dos bailecitos y cuatro tragos. Pensar ya, si eso, cuando se entierre la sardina.

Como ya se habrán imaginado ustedes, hago estas reflexiones al hilo del escándalo que se ha montado con el carnaval de Campo de Criptana, en el que la comparsa de la Asociación Cultural El Chaparral hizo una representación, obviamente carnavalesca, sobre el Holocausto.

No voy a entrar a juzgar las intenciones de los miembros de El Chaparral cuando decidieron de qué se iban a disfrazar este año. Ellos han asegurado que pretendían homenajear a las víctimas de la Shoá y, de hecho, una pequeña pancarta perdida por el desfile lo explicaba. No estoy dentro de su cabeza y, por lo tanto, eso lo dejaremos ahí.

Lo que sí podemos juzgar es el resultado, que fue lamentable: carrozas con señoras semidesnudas y al mismo tiempo disfrazas de nazi bailando encima del gueto; chimeneas de hornos crematorios; uniformes de presos a rayas; coreografías; personas con banderas de Israel y un disparo simulado en el costado… un horror y una exhibición muy contundente de mal gusto.

Desde mi punto de vista, lo peor de todo es que, según ha trascendido, en el desfile participaban unas 150 personas y, viendo las imágenes que han llegado a las redes sociales, está claro que ha requerido un trabajo de semanas o incluso meses de preparación para crear las carrozas, los disfraces, las coreografías…

¿Y en todo ese tiempo a ninguno de los implicados se le ocurrió que igual el asunto no era tan buena idea? ¿Nadie vio las chimeneas de los hornos crematorios, por ejemplo, y se preguntó si aquello se iba a entender bien? ¿Nadie dijo a sus compañeros de comparsa que los disfraces de preso de campo de exterminio y los de nazi pechugona quedan fatal unos junto a otros?

Siempre he pensado que España no es un país antisemita, a pesar de que lo peor de la izquierda lleva décadas empeñándose en que lo sea; a pesar de los muchos giros del idioma claramente judeófobos, que atribuía a un pasado ya superado; a pesar de una historia con muchas más páginas negras que blancas.

Pero sucesos como esta carnavalada me hacen dudar, no porque los miembros de El Chaparral sean antisemitas –de hecho, si tuviese que apostar diría que en realidad no lo son–, sino porque me asusta una sociedad en la que nadie da la voz de alarma cuando se está preparando una exhibición así de grotesca, así de inapropiada. ¿Cómo es posible que ninguno de los 150 miembros de la comparsa se diese cuenta de cómo estaban metiendo la pata?

Lo que nos dice a gritos la carnavalada nazi de Campo de Criptana es que en España estamos acostumbrándonos a banalizar el Holocausto y que la gran mayoría desconoce uno de los episodios capitales de la Historia. Y, por supuesto, frente aquello que desconoces es complicado tener la más mínima sensibilidad.

Algo estamos haciendo muy mal; no la Asociación Cultural El Chaparral –que tampoco ha estado afortunada, las cosas como son–, sino todos los demás.

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