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Cristina Losada

El último secreto de Tiananmen

El Partido y el reformador Deng vieron que en aquella revuelta social con demandas parciales asomaba un peligro letal para la dictadura. No dudaron en matar para asegurar su pervivencia.

El Partido y el reformador Deng vieron que en aquella revuelta social con demandas parciales asomaba un peligro letal para la dictadura. No dudaron en matar para asegurar su pervivencia.
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Con la matanza de Tiananmen, de la que se cumplen ahora 30 años, el Partido Comunista Chino liquidó con la fuerza de las armas el mayor desafío popular a su dictadura desde 1949. Ordenada por Deng Xiaoping para acabar con la protesta iniciada en abril en aquella plaza por unos miles de estudiantes, la masacre conmocionó al mundo libre en la primavera de 1989, pero entonces sólo se llegó a tener una información sumaria de lo ocurrido. Los hechos mismos y las decisiones de la cúpula comunista se irían conociendo en mayor profundidad en años posteriores, gracias a documentos que lograron filtrarse, como los que se publicaron, en 2001, con el título de Tiananmen Papers. En este trigésimo aniversario se desvela otro misterio.

La editorial New Century Press, con base en Hong Kong, saca a la luz The Last Secret: The Final Documents from the June Fourth Crackdown"(El último secreto: los documentos definitivos de la represión del 4 de Junio). Se conocía ya, por los Papers citados, cómo fueron las discusiones y la toma de decisiones sobre la protesta en el seno del Partido Comunista chino. Ahora se han rescatado las actas de la reunión ampliada del Buró Político en la que se respaldaron y legitimaron a posteriori las dos decisiones capitales. La de utilizar al Ejército Popular para aplastar la protesta y la de defenestrar al secretario general, Zhao Ziyang, que se había opuesto al uso de la fuerza. Zhao estuvo en arresto domiciliario desde 1989 hasta su muerte, en 2005.

La reunión se hizo unas dos semanas después de la masacre e incluyó a dirigentes veteranos importantes, que estaban retirados. Las actas, que han aparecido en prepublicación en Foreign Affairs y otros medios, muestran que todos los que hablaron en la reunión respaldaron sin fisuras, incluso con entusiasmo, la decisión tomada por Deng Xiaoping. Ciertamente no se les había convocado para otra cosa. Los que ya habían visto con recelo las reformas iniciadas por el propio Deng celebraron la represión, y los que habían sido partidarios de reformas más liberales se adhirieron al consenso.

Entre los entusiastas, uno de los más explícitos fue el vicepresidente Wang Zhen, que dijo: "Matad a los que haya que matar, condenad a los que haya que condenar". Bo Yibo, otro dirigente veterano, afirmó: "La dictadura tiene sus propios instrumentos; no es sólo hablar de boquilla o algo que está ahí para que se admire: es algo que está ahí para usarse". La dureza de las intervenciones, la aprobación total de la masacre, el señalamiento de Zhao como chivo expiatorio y la interpretación de las protestas como una conspiración conjunta de los enemigos internos y externos indican que la cúpula del Partido se vio en una situación de extrema debilidad y temió lo inconcebible: la caída.

Temieron, en definitiva, que lo de Tiananmen, con el eco que encontró más allá del mundo estudiantil y su repercusión en otros lugares del país, fuera el fin de su hegemonía. No era, además, la primera vez que aparecían demandas de mayor libertad al calor de las reformas. Y los reformistas, con Deng a la cabeza, siempre tuvieron como línea infranqueable el mantenimiento del control absoluto del Partido sobre la sociedad china, como señala Julio Aramberri en La China de Xi Jinping.

Los estudiantes y los que apoyaron su protesta no imaginaron que el Partido iba a enviar al Ejército con la orden de hacer fuego, y de un modo tan brutal e indiscriminado que impresionó a los corresponsales extranjeros que estaban entonces allí. Lo relatan estos días algunos de los líderes de la protesta, muchos de ellos detenidos largo tiempo, y unos cuantos hoy exiliados en EEUU. Confiesan que pecaron de ingenuidad. Y es que su intención no era acabar con el dominio del Partido. Pero el Partido y el reformador Deng, en particular, vieron que en aquella revuelta social con demandas parciales asomaba un peligro letal para la dictadura. No dudaron en matar para asegurar su pervivencia.

Olieron el peligro a pesar de que en junio de 1989 todavía no se habían manifestado plenamente las consecuencias que tendría, para el imperio soviético, la apertura capitaneada por Gorbachov, la perestroika. Es decir, aún no se había producido el efecto dominó que iba a acabar con los regímenes comunistas en toda la Europa del Este y poco después, con la propia Unión Soviética. De hecho, Gorbachov visitó China en mayo, cuando ya llevaba semanas la protesta en Tiananmen, con el fin de sellar la reconciliación entre las dos potencias comunistas y Deng esperó a celebrar la cumbre para poner en marcha el plan represor que, según algunos analistas, tenía desde el principio.

Para Bao Pu, el editor de New Century Press, que es hijo de un importante asesor del defenestrado Zhao, el "principal secreto" que revelan las actas de aquella reunión de cierre de filas tras la masacre es "el mecanismo que tiene el partido para que sus miembros dejen de lado sus propias creencias y convicciones morales y obedezcan al líder número uno". El mecanismo funciona con especial intensidad cuando consideran en riesgo la supervivencia de su dominio.

Mantener el dominio del Partido seguiría siendo la prioridad absoluta de los sucesores de los que ordenaron y aprobaron la matanza, incluida la actual cúpula del PCCH. Para el Partido, los hechos de 1989 son tan temibles que se ha esforzado en borrarlos de la memoria de la sociedad china. Ni siquiera se sabe con certeza, a día de hoy, cuántos muertos y heridos causó la intervención del Ejército en Tiananmen. Ese secreto sigue sin desvelarse.

La conmoción que provocó aquella masacre en el mundo democrático fue grande y se tradujo en sanciones económicas a China. Pero no iban a ser duraderas. Los dirigentes del Partido lo anticiparon. Según las actas rescatadas, el vicepresidente Wang dijo al respecto: "En cuanto al temor a que los extranjeros dejen de invertir, yo no tengo miedo. Los capitalistas extranjeros quieren hacer dinero y nunca abandonarán un gran mercado para el mundo como es China". Y así fue.

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