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Cristina Losada

La peluquería de Podemos

Podemos nunca ha sido lo que pretendía parecer. Siempre ha llevado peluca.

Podemos nunca ha sido lo que pretendía parecer. Siempre ha llevado peluca.
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Lo más popular que ha hecho Podemos últimamente es ese logo de salón de peluquería para recusar la Constitución. Al menos, el precio así lo avala: costaba 9,50 euros. El mensajito republicano que le colgaron, en cambio, de popular no tiene nada. Lo interesante es que antes, cuando empezaron, lo sabían. Una de las habilidades del Podemos inicial fue darse cuenta de que los mitos y la simbología del izquierdismo radical, como la tricolor, no les abrían puertas: se las cerraban. Parte de su éxito radicó en desprenderse de los signos de lo que llamaríamos la enfermedad infantil del izquierdismo español si no fuera, realmente, muy senil. Lo que no logró nunca Izquierda Unida rodeada de la parafernalia clásica lo consiguió Podemos metiendo aquellos trastos en el baúl kitsch de los recuerdos.

Podemos nunca ha sido lo que pretendía parecer. Siempre ha llevado peluca. Era útil para atraer ese voto transideológico al que apelaban hablando de "los de abajo" y "los de arriba" y de "la gente". El populismo podemita fue de pega, y digo "fue" porque abandonaron parte del disfraz para enfundarse otro, el de la verdadera izquierda, que tampoco les corresponde. El postizo republicano que empezaron a ponerse hace algún tiempo, y que ha lucido en desafío a los actos de aniversario de la Constitución, es otra señal. No sólo de su conexión con el separatismo catalán y los herederos de ETA: Otegi hizo su deposición republicana en el aniversario. El postizo también da cuenta del continuo baile de máscaras del partido de Iglesias y compañía. Bueno, la compañía... Cada vez hay menos actores en el elenco.

Errejón, uno de los damnificados por el hiperliderazgo de Iglesias, acaba de sorprender con un asomo de reflexión sobre las elecciones andaluzas que se distancia de la "alerta antifascista" decretada por el jefe del partido. Lo mismo ha hecho alguna dirigente que no está entre las elegidas. Se trasluce que hacen una crítica al abandono del disfraz populista del principio. Pero no es tan fácil como ponerse y quitarse. Un partido no sólo es lo que quiere ser, en plan voluntarista, como aquello del "sí se puede". También es de quien es. ¿Y quiénes son los dirigentes de Podemos? ¿Cuántos vienen de abajo, como ellos dicen? Alguno hay. Pero pocos. No han dejado de ser un grupo de universitarios que hablan a un pueblo que existe sólo en sus fantasías de clase. De clase universitaria. Acomodada.

La franquicia andaluza de Podemos, aliada con Izquierda Unida, perdió casi 300.000 votos respecto a 2015 en estas elecciones. La campaña de Teresa Rodríguez fue un ejemplo del triple desfase podemita entre lo que dicen ser, lo que dicen y lo que son. Hay que estar muy alejado de la calle, por emplear la expresión que usaban contra la vieja política, para tratar de vender allí la cosmética del izquierdismo posmoderno. ¿Quién puede comprarla? Circulan unos vídeos que dan una pista. Son entrevistas de la prensa a estudiantes que salieron a montarla contra los votantes de Vox en varias ciudades andaluzas.

"La asamblea surgió a raíz de ayer, de conversar entre todes. Pensamos que no iba a quedar sólo en un asentamiento, sino que íbamos a fomentar dinámicas de grupo", dice en uno de los vídeos una manifestante de Sevilla. Y otro: "Queremos un movimiento horizontal, antiautoritario y sobre todo antifascista y de izquierdas. No somos un perfil único (...) Queremos un movimiento antifascista que eche al fascismo de las calles de Granada. (...) Ahora mismo hay un momento de tensión. Se ha ido el camión de la basura. No sabemos qué significa eso, exactamente". Y así todo.

A esa clientela le puedes colocar el programa completo del ala izquierda del Partido Demócrata de Estados Unidos de hace unas décadas. O lo de los significantes que contaba Iglesias en la New Left Review. Aunque se hagan un lío monumental, podrán comprarlo. Pero, más allá, ¿a quién? El problema de los podemitas es que pueden ponerse la peluca populista, como quiere Errejón, pero no pueden hablar ni comportarse como lo que no son. Serán populistas, pero populares, no.

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