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Cristina Losada

Los virajes al centro de Podemos

Las elecciones, dice el manual, se ganan en el centro, que sea lo que sea es el punto en el que se sitúa la mayoría de votantes.

Las elecciones, dice el manual, se ganan en el centro, que sea lo que sea es el punto en el que se sitúa la mayoría de votantes.
Cordon Press

En uno de sus más conocidos ensayos, El opio de los intelectuales, el filósofo político Raymond Aron describía el espíritu reformista como prosaico, en contraposición al revolucionario, que era poético. Por supuesto, Aron veía gran peligro en la poesía revolucionaria y era claramente favorable a la prosa de la realidad. Pero su descripción, aunque permanece útil y lúcida, responde a otra época. Una época en la que las tradiciones revolucionarias manejaban un acervo cultural donde los referentes no eran, digamos, las letras de un Joaquín Sabina o las venas abiertas de un Galeano. Y esto en el mejor de los casos. Era difícil verlo venir, pero vino: el espíritu revolucionario enfundado en el lenguaje de la mala literatura.

Por esa espesura pasional de culebrón con gotas de vieja mitología revolucionaria, no le recomiendo a nadie sensible la lectura de una entrevista que le acaban de practicar a Monedero sobre su salida del núcleo dirigente de Podemos. Ahora bien, ya que he pasado el trago, lo diré. Es posible que Monedero tenga razón en una cosa: la moderación no le ha sentado a un partido que ya se veía a las puertas mismas de La Moncloa.

El giro de Podemos fue o es, pues ignoro si continúa, una apuesta fundada en la transversalidad de sus simpatizantes y en la ambición de ganar elecciones. Las elecciones, dice el manual, se ganan en el centro, que sea lo que sea es el punto en el que se sitúa la mayoría de votantes. Para más, resultaba que a Podemos estaban dispuestos a votarle desde muy distintas áreas: de la extrema izquierda al centro derecha. De modo que la apuesta no era tan absurda sobre el papel. Vayamos hacia el centro y vendrán a nosotros todos los desafectos, desencantados e indignados de cualquier condición ideológica. Se haría realidad aquello de "la gente contra la casta", en lugar del clásico izquierda contra derecha.

La moderación consistió en invocar la socialdemocracia, una socialdemocracia no contaminada por la tercera vía de Blair, y nórdica para más señas. Así, los mismos que habían asesorado a Hugo Chávez y se decían comunistas en la intimidad explicaron que su modelo era Noruega y su programa, impecablemente socialdemócrata. Esto es fácil de decir, pero más difícil de creer. Aunque presenten como programa electoral el del Partido Laborista noruego, no cuadra. Es sencillamente inverosímil. Igual de inverosímil que si los encorbatados del PP se presentasen con el programa del partido de los Monstruos Totalmente Locos. Sí, un partido que compite desde hace años en las elecciones británicas y cuyos candidatos acuden a votar vestidos como el Sombrero Loco de Alicia en el País de las Maravillas.

El descenso de Podemos en intención de voto tiene, seguro, más causas que su pretensión de ser un partido atrapalotodo. Pero los juegos malabares con la definición o indefinición programática e ideológica cuentan. En otras palabras, cuando llegas proclamando que vas a instalar la guillotina en la puerta del Sol, como dice Max Estrella en Luces de Bohemia, no puedes salir después con una rosa. El personaje de Valle-Inclán sí podría, porque es un poeta. Pero un partido, que es prosa, no puede.

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