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Daniel Rodríguez Herrera

Terraplanismo a pesar de todo

La izquierda está centrada en la batalla de la propaganda, porque la guerra contra el coronavirus la perdieron desde el mismo instante en que Pedro Sánchez montó un Gobierno.

La izquierda está centrada en la batalla de la propaganda, porque la guerra contra el coronavirus la perdieron desde el mismo instante en que Pedro Sánchez montó un Gobierno.
Ignacio Escolar I EFE

La izquierda está centrada en la batalla de la propaganda, porque la guerra contra el coronavirus la perdieron desde el mismo instante en que Pedro Sánchez montó un Gobierno. Y hay que reconocer que eso lo hacen bien; quizá es lo único en lo que tienen talento; tampoco tanto, porque siempre es más fácil ganar una guerra cuando tus tropas superan a las del enemigo en una proporción de 9 a 1. En eso, como en cualquier cosa que les beneficie, no quieren cuotas. La realidad, incontestable, es que España es el país del mundo que tiene registrados más muertos en proporción a su población. Naturalmente, el Gobierno del país con más muertos tiene algo de responsabilidad en ello, y puede considerarse firme candidato al título de peor Gobierno sobre la faz de la Terra. Pero como es de izquierdas, es imposible, impensable; los Gobiernos de izquierdas nunca tienen la culpa de nada. Siempre es la crisis de fuera, la herencia recibida, la deslealtad de la oposición. Excusas tenemos todos, pero sólo ellos pueden colarlas con impunidad, al tener a su servicio a la práctica totalidad de los periodistas y, como estamos viendo, a todas las televisiones, que son la vía por la que se sigue informando la mayoría de la población, especialmente la que no tiene demasiado interés en la política, aunque luego sea crucial para decidir elecciones.

Esta semana hemos podido ver cómo funciona el mecanismo perfectamente engrasado. Un chiringuito de tres personas, entre las que destaca un señor que escribía en Diagonal, esa extinta publicación quincenal que se dedicaba a defender a Rodrigo Lanza, el asesino de los tirantes, publica un artículo ridículo que habla de propaganda de extrema derecha en las redes sociales. Naturalmente, tomando por extrema derecha a toda persona que no se traga las consignas de Ferreras. Califica de bots, programas informáticos que se hacen pasar por seres humanos, a personas reales que cometieron el pecado de tener una cuenta en Twitter y ser de derechas y lo disfraza de ciencia mediante una jerga bastante ridícula. De ahí lo coge el panfleto de Nacho Escolar y califica a los periodistas difamados como difusores de bulos y terraplanistas del coronavirus.

Veamos. Los estercolares en pleno se dedicaron hasta el 8-M, a la hora en que acabó la manifestación andrófoba, a divulgar en todos los medios posibles, que son todos menos los pocos que aún resistimos ahora y siempre al invasor, que esto era sólo una gripe; para después pasar al "es que no se podía saber" y de ahí a calificar como bulo la recomendación de llevar mascarilla por la calle; y en breve reclamarán cadena perpetua a quien circule a cara descubierta. Pues sí, estos mismos tienen el rostro de acusar de terraplanistas y fabricantes de fake news a los demás. Y se les toma en serio. Tanto, que los prebostes de la izquierda se tragaron una inmensa broma en la que cientos de personas se hicieron pasar por bots como si fuera real. Tanto, que la cuenta de Podemos difundió el bulo; ellos, que cuando proponen criminalizar los bulos lo quieren decir es criminalizar la oposición. Tanto, que La Sexta también lo difundió. Tanto, que el presidente del Gobierno lo repitió este jueves en la tribuna del Congreso de los Diputados. Tanto, que, previsiblemente, pasará a los libros como un hecho real.

La izquierda puede permitirse mentir a sabiendas y a conciencia porque tiene la caradura y la potencia de fuego necesarias para mantener como verdades las trolas más rocambolescas. No lo hace porque no sepa hacerlo mejor. Claro que sabe. Pocas cosas hay más ridículas como escudarse en que Ignacio Escolar no terminó la carrera. Escolar podría ser un buen periodista. Simplemente ha elegido no serlo. Porque su vocación es dedicarse a tiempo completo al terraplanismo a pesar de todo. A ser un activista armado con titulares.

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