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EDITORIAL

Bárcenas existe

A la ciudadanía no se le puede escapar la diferencia entre el silencio de la cúpula popular nacional y la respuesta rápida que, a este y a otros casos similares, ha dado el PP de Madrid.

A la ciudadanía no se le puede escapar la diferencia entre el silencio de la cúpula popular nacional y la respuesta rápida que, a este y a otros casos similares, ha dado el PP de Madrid.

Aunque Rajoy y la mayor parte de la cúpula popular se empeñen en actuar como si no fuese así, creyendo que no pronunciar su nombre lo hará desaparecer del mismo modo que se desvanecería una maldición, lo cierto es que Luis Bárcenas existe, que fue un influyente miembro del PP durante muchos años y que desde la pasada semana está en la cárcel.

Ni el silencio ante los medios ni la ridícula omisión del nombre del extesorero popular en cualquier comparecencia pública van a cambiar eso, y lo que la sociedad demanda de sus responsables políticos no es que ignoren los problemas, sino que los afronten y, sobre todo, que den las oportunas explicaciones a la opinión pública.

En este sentido, a la ciudadanía no se le puede escapar la diferencia entre el silencio de la cúpula popular nacional y la respuesta rápida que, a este y a otros casos similares, ha dado el PP de Madrid: tanto la presidenta del partido, Esperanza Aguirre, como el jefe del Gobierno regional, Ignacio González, han manifestado sentirse "abochornados" por la sucesión de escándalos, y actuado enseguida ante las informaciones aparecidas este mismo lunes en El Mundo sobre el llamativo patrimonio de la diputada Carmen Rodríguez Flores: ésta tendrá que dar explicaciones en el máximo órgano disciplinario de los populares madrileños.

Así sí se despejan las dudas que puedan cernirse sobre el conjunto de una organización, en ocasiones injustas; así sí que se traza una clara frontera entre aquellos cuyo comportamiento puede ser reprobable y aquellos obran con rectitud.

En cambio, con un comunicado de dos líneas y aseveraciones sobre la ausencia de presión o de miedo ni se satisface a la opinión pública, ni se aclaran las dudas ni se explica la peculiar transición que ha sufrido Bárcenas, que en un par de años ha pasado de ser un empleado y un compañero modelo de cuya inocencia nadie dudaba a convertirse en un apestado al que ni tan siquiera es posible nombrar.

Nadie puede negar que la estrategia popular lleva la firma de Rajoy, pues es muy propia del presidente del Gobierno, tan amigo de los silencios y de dejar que se alarguen las crisis sin afrontarlas.

En este caso, como en otros, es un error que la propia experiencia vital del popular corrobora, aunque pueda parecer lo contrario: no ha sido su presunta maestría en el manejo de los tiempos lo que llevó a Rajoy a La Moncloa, sino el desplome de sus rivales, un desplome al que sus silencios contribuyeron y contribuyen muy poco, mucho menos de lo que él parece creer.

Unos silencios que ni harán que Bárcenas desaparezca, ni lo sacarán de la cárcel ni acallarán las cada día más graves sospechas que este caso está despertando.

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