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EDITORIAL

Cataluña desquiciada

No es ni mucho menos impensable que los catalanes sean convocados otra vez más a las urnas. Serían sus cuartas autonómicas en apenas cinco años.

Ha pasado ya un mes desde las últimas elecciones autonómicas catalanas y el Principado sigue sin Gobierno local. Y es que las fuerzas secesionistas no se ponen de acuerdo sobre quién ha de ser el próximo presidente regional. No hay lugar para la sorpresa: esos políticos, de ínfima categoría, sólo saben destruir y odiar a España; y en cuanto se les saca de ahí, o incluso en cuanto han de coordinarse para ello, se revelan como lo que son, un hatajo de indeseables que no son capaces siquiera de no pisarse la manguera con la que están rociando Cataluña de gasolina. Y pretenden dirigir un país; un país de nuevo cuño, además, que lleve su vergonzosa impronta.

La batasunoide Candidatura de Unidad Popular (CUP) parece decidida a impedir que vuelva a tomar el Palacio de la Generalidad el tóxico Artur Mas, marcado a fuego por los escándalos de corrupción que han devastado su partido –más bien partida– y por los pavorosos resultados electorales que cosecha cada vez que acude a las urnas. Por su parte, el nada honorable Mas no tiene la menor intención de dar un paso atrás y está dispuesto a hacer saltar por los aires esta otra coalición, aun más sórdida que la que ligaba a Convergència con Unió.

Así las cosas, no es ni mucho menos impensable que los catalanes sean convocados otra vez a las urnas. Serían sus cuartas autonómicas en apenas cinco años. No haría falta un dato más para descalificar por completo a Artur Mas y sus secuaces, que no dejan de demostrar su incapacidad, técnica, política y moral, para dirigir una institución como la Generalidad. Son un contraejemplo, una acabada muestra de degeneración política, de los estragos que puede llegar a causar una ideología liberticida como la que subyace al nacionalismo catalán.

Si tuvieran un adarme de dignidad, se irían sin más dilación a sus casas –si los jueces lo permitieran, claro–. En cuanto a la sociedad catalana, debe escarmentar en sus cabezas y no seguir siendo cómplice de esa plaga que la está estragando: ya es hora de que predique el seny de que suele presumir expulsando de su seno a quienes la están corrompiendo, en todos los órdenes, hasta límites francamente obscenos.

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